FAMILIA DE MENTIRA, AMOR DE VERDAD romance Capítulo 4

Lo supo en el mismo momento en que vio el largo tatuaje en la espalda de aquella chica. El tatuaje de un ave fénix de líneas suaves y poderosas que le recorría la columna vertebral.

—Ninguna mujer criada en la fe musulmana se haría un tatuaje —murmuró Hasan dejándose caer en la almohada mientras Giulia se subía a horcajadas sobre su abdomen y el príncipe la veía sacar aquella horquilla afilada de su cabello—. Viniste a matarme —comprendió.

—Vine a matarte —confirmó Giulia mientras miraba la expresión de serenidad en su rostro.

Era un hombre hermoso, demasiado atractivo, pero también tenía todo lo demás: el temple, la amabilidad, el coraje, el honor y la hombría—. ¿Ni siquiera intentarás defenderte? —le preguntó con curiosidad.

Hasan respiró profundo, apenas podía distinguir su cara, pero había un brillo especial en aquellos ojos.

—Cada hombre tiene su momento de partir. Si tu dios y el mío decidieron que este es mi momento entonces… entonces lo aceptaré.

El corazón de Giulia repicaba con violencia en su pecho cuando acercó aquella daga al pecho de Hasan, comprobando que no había miedo en aquellos ojos, ninguno.

—Sucede que yo tengo una fe un poco… diferente —sonrió la muchacha y antes de que él pudiera evitarlo la vio hacer aquel corte sobre la palma de su mano—. Bajo la luz de estas estrellas y el resplandor de esta luna formo mi santa cadena —murmuró aquel juramento que solo le había hecho a otro hombre en su vida y ese era Massimo Garibaldi—. Estaré para ti cuando lo necesites, usaré mi cuerpo para protegerte y mi sangre para devolverte la vida, mataré para ti… —murmuró manchando aquella herida en el pecho de Hasan con el hilo rojo que salía de su mano—. Y si alguna vez falto a mi juramento, que la Santa Mamma guarde mi última bala, que siempre será para mí.

Hasan se quedó mudo mientras la veía levantarse y vestirse con una de sus túnicas mientras el vestido que llevaba la noche anterior se quedaba roto en el suelo.

—Si alguna vez necesitas ayuda, solo entrega esto en cualquier iglesia de Italia y deja una dirección, estaré contigo en menos de veinticuatro horas —le dijo poniendo aquella horquilla en la almohada junto a él y soltando una de sus manos—. Pero solo iré por ti una vez, Hasan. Así que procura usar sabiamente mi lealtad.

Le dio la espalda para dirigirse a la puerta y aquellas dos palabras que parecían de repente significar todo entre ellos salieron demandante de los labios del príncipe.

—¡¿Por qué?!

Giulia se detuvo y solo volvió un poco la cabeza para responder con total sinceridad:

—Porque creo que hace muchos años que Arabia está esperando por un rey como tú.

—Por favor, máteme. Entiendo si su majestad quiere matarme, pero no puedo decirle nada —sollozó Rania y Hasan miró al techo apretando los labios. Un segundo después una sonrisa triste y condescendiente se esbozaba en su rostro mientras ayudaba a la chica a levantarse.

—Solo espero que un día pueda tener la lealtad de mis súbditos como ella se ganó la tuya —murmuró antes de darse la vuelta—. ¡Tienen cinco minutos para prepararse! ¡El avión los está esperando ya! ¡Vamos, muévanse, no hay tiempo que perder! —los apremió.

Y era cierto, nadie quería correr el riesgo de que el rey cambiara de idea y decretara un castigo más fuerte para la familia Yussef. Así que solo cuarenta minutos después, aquel avión estaba despegando y Hasan ni siquiera imaginaba que en uno de los pocos baúles que Rania se llevaba de Arabia, iba dormida y satisfecha una italiana medio loca con una mano y el alma vendadas.

El príncipe se quedó viendo aquel avión que despegaba y su mano apretó fuertemente aquella horquilla en el bolsillo de su túnica antes de sacarla. Era la hermosa figura de un fénix, incrustada en joyas delicadas, y terminada en una daga letal y pequeña, justo como ella.

—Ni siquiera me dijiste tu nombre… —murmuró pensativo y cerró los ojos mientras intentaba guardar en su memoria cada instante de la noche anterior.

Sin embargo por más ganas que tenía de buscarla, por más que quisiera saber todo sobre ella, aquella mujer tenía razón: Arabia había estado muchos años esperando por un rey como él, ya era hora de Hasan Nhasir abriera de una vez por todas su camino hacia el trono.

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