FAMILIA DE MENTIRA, AMOR DE VERDAD romance Capítulo 7

El corazón de Giulia latía furiosamente en su pecho mientras sentía las manos de Hasan acariciando su palma, intentando descubrir qué había detrás de aquella cicatriz. Solo tuvo un segundo para reaccionar, pero por suerte ya estaba acostumbrada a eso. Levantó la otra palma y se la miró con curiosidad.

—¿Qué? ¿Qué le pasa a mis manos? —preguntó, mostrándole las dos, y Hasan pudo ver la misma marca que tenía en la otra mano, casi idéntica.

Por un instante, su instinto intentó mantener aquella duda, pero luego sintió como si estuviera buscando aquel fantasma donde no existía, porque, que él supiera, la mujer que había sustituido a Rania solo tenía una cicatriz: la que se había hecho por él.

—¿Aquí… qué te pasó? —preguntó con tono inquieto, y Giulia le sonrió.

—¡Ah, ¿esto?! Me lo hice montando bicicleta cuando era niña —le respondió encogiéndose de hombros como si no fuera importante—. Mi madre siempre me decía que tuviera más cuidado, pero adivina, yo jamás escuchaba.

Hasan pasó saliva y dio un paso atrás, disculpándose con ella por haber sido tan brusco.

—Lo siento, no fue mi intención... —balbuceó—. Creo que con esta boda ya estoy más nervioso que tu hermano.

La muchacha le regaló una sonrisa suave y se abrazó el cuerpo con un gesto inconsciente.

—Claro, te entiendo. Honestamente, no sé cómo lidias con todo esto, es evidente que hay muchísima presión sobre ti, sobre todo con ese asunto del matrimonio.

Durante un larguísimo instante, Hasan se quedó viendo aquellos ojos azules y profundos; había un brillo en ellos que no sabía explicar, uno que no dejaba de atraerle como un imán.

—Bueno, esa es una de las partes desagradables de ser rey —respondió.

—¿Una? ¿Hay más? —fingió escandalizarse Giulia y él dejó escapar una carcajada sincera.

—¡Uff, sí, muchísimas más! No te imaginas, cuando no me están correteando los visires, me están corriendo los miembros del Parlamento, si no, las madres de las doncellas que aún no tienen partido, o si no... ¡Ahora que lo pienso, la única que no me corretea en este palacio es Malika! ¡Con razón me agrada tanto la condenada yegua!

Giulia le hizo un gesto de conformidad y caminó despacio con él hasta sentarse en una banca en uno de los jardines que rodeaban la fiesta.

—Bueno, si quieres es esconderte aquí, no le diré a nadie dónde estás —sugirió, y no tenía idea de cuán cierto sería aquello hasta que cinco minutos después escuchó pasos y le señaló a Hasan uno de los setos.

—¡Escóndete, escóndete! Quiero ver si de verdad están buscando.

Hasan se ocultó detrás del seto, en cuestión de segundos pasaba un visir preguntando por él, y Giulia lo despedía con viento fresco.

—¿Ves? No me dejan ni siquiera conversar a gusto —protestó él y la muchacha pudo ver en su expresión lo cansado que estaba.

Durante meses lo había visto desvivirse por ser un buen rey, pero entendía que no solo era un trabajo para él y que a veces simplemente la gente olvidaba que era un ser humano.

—No te preocupes entonces, mi misión esta noche será mantener a todos tus acosadores lejos de ti. ¿Cómo lo ves?

—¿Crees que puedas? —la retó Hasan, achicando los ojos con un gesto coqueto.

Si hubiera tenido algún guardia cerca, probablemente el hombre se habría espantado por el gesto de la muchacha, pero el mismo Hasan se quedó mudo cuando sintió su mano apretando su hombro de tal forma que solo en un segundo ya lo había enviado al suelo.

Cuando volvió a abrir los ojos ya estaba de rodillas y todos los vuelos de aquel vestido pasaban sobre él mientras sentía las pantorrillas de la muchacha contra sus hombros.

"Maldición, ¡si está loca en serio!", pensó cuando el vestido lo cubrió por completo, camuflándolo contra la oscuridad del jardín, y la escuchó hablar pacientemente con el señor Musalem hasta que este se fue.

Tenía el corazón en la garganta y ni siquiera sabía por qué, como tampoco tenía idea de que la mujer sobre él contenía la respiración al sentir su aliento caliente contra la piel. Sabía que en la cultura occidental no era extraño verle las piernas a una mujer, pero en su cultura personal, en la del rey Hasan Nhasir, aquellas piernas en particular le habían secado desde la boca hasta los pensamientos.

Todavía estaba aturdido cuando la sintió darse la vuelta y agacharse para quedar a su altura.

—No puedes decir que no soy creativa —sonrió Giulia con un tono suave y profundo que despertó de nuevo todos los instintos de Hasan—. Si no declaras la apuesta ganada después de esto, la próxima vez te esconderé debajo de los nenúfares del estanque.

Su Majestad se puso de pie despacio y tiró de la mano de la muchacha, levantándola en silencio hasta que quedó demasiado pegada a su cuerpo.

—Lo siento, pero no puedo permitir me ahogues... Al menos no con agua. —La vio ponerse colorada, y cada uno miró en diferentes direcciones mientras intentaban contener esos nervios disfrazados de risa—. Pero tienes razón. Estoy completamente de acuerdo en que has ganado la apuesta, así que toda esa ayuda real que necesitas... considera eso hecho.

Giulia le agradeció con toda la cortesía que se esperaba de ella, y el resto de la noche intentaron esquivarse la mirada el uno al otro sin mucho éxito. Sin embargo, al día siguiente, a pesar de lo tarde que había terminado la celebración, apenas estaba amaneciendo cuando tocaron a su puerta con insistencia.

—¡Señorita Rossi! ¡Señorita Rossi, tiene que levantarse de inmediato! ¡El rey la mandó a llamar, y a él no debemos hacerlo esperar, jamás! —la apremió una de las doncellas del palacio y antes de que la chica pudiera darse cuenta de lo que hacía, ya Giulia corría detrás de ella con aquella pistola sujeta en el liguero. debajo del vestido.

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