Por un segundo, un solo segundo, todo el vademécum de amargas experiencias de Alan Parker explotaron en su cabeza.
¿Para qué quería Mar más dinero? ¿Estaba pensando en romper el acuerdo que habían hecho?
—Te estoy haciendo una pregunta, Mar —insistió—. ¡Te dije que me haría cargo de las medicinas de tu hijo! ¡¿Por qué vendiste tu cabello?!
—¡Porque las medicinas no son la única responsabilidad que tengo, doctor! —exclamó ella nerviosa y miró de nuevo alrededor porque no conseguía llamarlo por su nombre, y se suponía que en pareja debían tratarse con familiaridad—. Cuando Preston me negó el adelanto, usé el dinero de la renta para pagar el tratamiento de un mes y la casera iba a echarme. ¡No puedo tener a mi hijo en la calle y... esto fue lo que apareció! Así que tomé la oportunidad.
—Ah—murmuró Alan retrocediendo.
De repente se le hizo demasiado obvio que la situación de Mar era mucho más difícil de lo que él pensaba. Posiblemente estaría lidiando sola con un montón de problemas financieros, desde el pago de sus facturas hasta el dinero para la comida y otros gastos básicos.
Y aunque se había dicho que no se involucraría de más porque aquello solo era una alianza estratégica, no pudo evitar sentirse preocupado por ella y sobre todo por su hijo.
—Bueno y ya... digo ¿ya resolviste todo o todavía tienes problemas?
Mar negó abrazándose el cuerpo, un gesto que hacía cuando estaba muy nerviosa y que ya Alan había aprendido a identificar.
—Sí, todo está bien, al menos por ahora.
—Si necesitas algo solo tienes que decirlo —le aseguró él.
—Gracias, pero no debe preocuparse por eso. Solo con las medicinas ya me está dando una ayuda enorme, lo demás es mi responsabilidad.
"No es tu problema, no es tu problema... ¡No es tu maldito problema, Alan!", se dijo pero ver aquella tristeza profunda en los ojos de Mar era como una espina permanente en el corazón.
—Bueno.... no te preocupes, volverá a crecer enseguida —dijo señalando su cabello—. Ya verás. Mientras tanto... ¡te queda bien! Adiós. Y nos vemos para comer... ¿no? ¡Adiós!
Se dio la vuelta y se dirigió al ascensor con paso apurado, como si temiera que quedándose soltaría alguna cosa inapropiada.
—Sí, adiós —suspiró Mar antes de sentarse en su escritorio y ponerse a hacer con diligencia sus tareas del día.
Wayland había viajado fuera de la ciudad para una conferencia así que probablemente pudiera escapar un poco más temprano para estar con Michael. Un par de horas después comenzó su recorrido por las diferentes áreas, como hacía cada día, dejando los memorándums para la siguiente semana.
Dejó para último el despacho del subdirector, por supuesto, esperando que no estuviera ahí para solo dejarle los papeles a su asistente, pero en cuanto se acercó al escritorio la puerta del despacho se abrió y la cara desagradable de Preston asomó.
—Señora Guerrero, haga el favor de venir, que necesito hablarle —sentenció con voz gélida y Mar hizo acopio de entereza para entrar en su oficina.
—¿Se le ofrece algo? —preguntó con educación.
—Sí, se me ofrece una respuesta —escupió Preston deteniéndose frente a ella—. ¿Hasta cuándo pensabas estar riéndote en mis narices, burlándote de mí, antes de que yo me enterara de quién eres en realidad?
Mar abrió mucho los ojos y trató de retroceder. Las palabras le cayeron como un martillazo en la cabeza y se encogió asustada de que supiera algo sobre su pasado. El nombre de Sandor fue el primero que le llegó la mente y no podía creer que Preston supiera sobre él y sobre quién había sido ella antes de llegar aquel hospital.
—No... ¡No sé de qué habla! Yo...
—¡Tú eres una sucia mentirosa! —la acusó Preston—. A lo mejor el director Wayland es lo suficientemente estúpido para tragarse el cuento... ¡además de que él ya se va de cualquier manera! ¡Pero yo no soy estúpido! En cuanto me dijeron que andas enredada con el “pediátrica” ese supe lo que estás haciendo.
Mar podía sentir la hostilidad crecer dentro de aquella pequeña habitación. La cara de Preston estaba roja y se notaba que la rabia lo estaba dominando. Pero la muchacha no pudo evitar suspirar aliviada cuando se dio cuenta de que, lo que fuera a lo que Preston se refería, solo tenía relación con Alan.
—Lo siento, señor Subdirector, pero no tengo ni la más mínima idea de qué me está hablando.
—¡Claro que sí! ¿Crees que no sé lo que pasa cuando cambia una administración? ¡El imbécil del pediatra no viene solo, seguro debe tener a su equipo de trabajo organizado y listo para venir a sacar a los que ya tenemos puestos fijos, ¡incluyendo a otro subdirector! Y por supuesto que te mandó a ti primero para explorar el terreno, ¿verdad? ¿Todo este tiempo has sido su espía? —gruñó acercándose y Mar retrocedió.
—Pero ¡¿usted está delirante o qué le pasa?! —exclamó ella.
—Es que Preston es un tipo complicado —replicó un camillero.
—¿Por qué no decimos las cosas como son? ¡Preston en un racista de mierd@ que si pudiera ya nos hubiera puesto chips como si fuéramos perros, a ver si es verdad que trabajamos! —aclaró una enfermera con tono molesto—. Pero hasta ahora todo el mundo se aguanta porque todos necesitamos el trabajo.
—Y porque hasta ahora no se había puesto violento, pero no sé qué trae contra la pobre Mar que siempre la anda molestando —suspiró la asistente—. Olivia me dijo que tuvo que meterse a la oficina cuando la escuchó gritar.
Alan no esperó más. Aquello le encendió la sangre de una manera que ni siquiera podía explicar. Ya había escuchado el discurso de odio del subdirector mientras rechazaba ayudar a Mar hacía unos días, pero que le pusiera las manos encima ya era algo que no podía permitir.
Entregó el expediente a uno de sus residentes y caminó con paso firme hacia el escritorio de la muchacha. Todo el hospital sabía ahora que ella era su novia. ¿Qué iban a pensar si él no movía ni un solo dedo para defenderla?
Esa era la justificación para su cerebro pero la verdad es que ni siquiera podía imaginar que alguien la tocara. La mera posibilidad sacaba a flote lo peor de él, y lo peor de una buena persona siempre era terrible.
"Y aunque no fuera tu novia, Alan, aunque no lo fuera", se dijo con frustración. "¡Esta mierd@ no va a pasar en mi hospital, puedes tener por seguro que no!”
Ninguna persona que trabajara arduamente en el sistema de salud tenía por qué aguantar ofensas de nadie. La mayoría de los trabajadores estaban agotados y con miles de problemas al finalizar el día y lo menos que merecían era un maltrato como el que a Preston le gustaba dispensar.
Así que lo primero era hablar con Mar y asegurarse de qué había pasado en realidad, pero apenas llegó a la antesala del despacho del director sus ojos se clavaron en el único color fuera de tono en aquel ambiente: las marcas rojas en el antebrazo de Mar.
—Tiene que ser una jodida broma —escupió mientras la rabia se apoderaba de él, y ella se quedaba mirándolo aturdida mientras Alan tiraba de su mano para verla bien. La silueta de cuatro dedos perfectamente marcados le hicieron hervir la sangre—. ¿¡Él te hizo esto!? ¡¿Preston te hizo esto?!
Mar abrió y cerró la boca varias veces porque no había esperado precisamente aquella reacción, pero vio que la mirada de Alan se nublaba en un instante y soltaba su mano dirigiéndose al pasillo contiguo.
—¡Doctor!... ¡Alan! ¡Espera...! —gritó corriendo hacia él e intentando detenerlo—. ¿Qué vas a hacer, espera?
—¡Voy a devolverle el favor al infeliz! —gruñó Alan en respuesta—. ¡Esto no se va a quedar así! ¡Puedes apostarlo!
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