FAMILIA DE MENTIRA, AMOR DE VERDAD romance Capítulo 8

Jana se sentó en el suelo, sosteniendo con cuidado al recién nacido en sus brazos, era un hermoso varoncito. El pequeño estaba pálido y frágil, pero Jana no se dio por vencida. Sus manos temblorosas trabajaban con destreza para asegurarse de que el bebé recibiera todo el cuidado necesario.

Hizo todo lo posible para estimular la respiración del bebé, masajeando su espalda suavemente y sosteniéndolo en una posición que facilitara la expansión de sus pulmones. Los segundos parecían eternos mientras esperaba ansiosamente cualquier señal de que el bebé comenzara a respirar.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, un débil llanto brotó de los labios del recién nacido. Jana dejó escapar un suspiro de alivio mientras lo acunaba en sus brazos.

—Está bien, pequeño. Estás a salvo ahora —le susurró con ternura, sintiendo un nudo en la garganta mientras sostenía al bebé en sus brazos.

El padre del niño, que había estado observando con ansiedad, se acercó a Jana con los ojos llenos de gratitud y temor. Extendió sus brazos, deseando sostener a su hijo, y ella se lo entregó con cuidado, sabiendo que su lugar estaba en los brazos de su padre.

Jana pudo sentir el alivio de haberle dado una segunda oportunidad a esa pequeña vida. Sin embargo, la alegría que sentía por el bebé estaba teñida de tristeza. No había podido salvar a su amiga, y ese niño crecería sin su madre. Esa era una pérdida la atormentaría para siempre.

Pero no tuvo tiempo de protestar ni de despedirse de su amiga, porque apenas comprobó que nadie más había resultado herido, Kris tomó la decisión de poner fin al campamento enemigo de una vez por todas. Sabía que no podían dejar atrás ningún rastro que pudiera poner en peligro a la aldea o a las personas que habían rescatado, así que ordenó a sus hombres que quemaran todo el campamento y luego se reunieron para marcharse.

El fuego consumía rápidamente las tiendas y las enormes jaulas del campamento donde habían estado hacinados por dos días, y el humo se alzaba hacia el cielo. La destrucción era total, un último acto para asegurarse de que no pudieran rastrear aquella masacre hasta ellos.

Kris se acercó a Jana mientras sus hombres intentaban acomodar a los niños y a las mujeres con bebés sobre los caballos. La miró con una mezcla de preocupación y determinación en sus ojos antes de acariciar su mejilla.

—Jana, este no es el momento —le dijo y ella lo miró aturdida.

—¿Qué…?

—Para derrumbarte, para deprimirte. Lamento mucho lo que sucedió, no había contado con eso, fue mi culpa…

—No, no lo fue, no eres Dios, no puedes controlar todo.

—Entonces tú tampoco lo eres. Y ahora te necesito. Necesito que seas esa mujer fuerte que se aventuró a esta misión y me ayudes a calmar a todos. Tenemos que llegar a la aldea cuanto antes y hacer lo que vinomos a hacer. ¿Entiendes?

Jana asintió, porque la única forma de no desmoronarse por el dolor y la culpa en aquel momento era ayudar a otras personas, y los dos echaron a andar en medio de la noche seguidos por toda aquella gente.

Dos horas a caballo eran muy diferentes cuando se hacían a pie, y en cierto punto, no supo cuando, Jana sintió que sus dedos se habían entrelazado con los de Kris, que intentaba mantenerla avanzando.

Lo empujó dentro de la pequeña choza y así que lo metió a la casa para revisarlo.

Una vez allí, lo ayudó a recostarse en un viejo jergón, apoyado en la pared, y le quitó la chaqueta y la camisa para poder ver la herida. El proyectil había entrado por el hombro derecho y afortunadamente no había alcanzado ningún órgano, pero todo el tiempo que la había tenido desatendida hacía que ya no fuera una herida menor.

—¡Maldición! ¿¡Por qué no me lo dijiste!? —lo regañó mientras sentía que la sangre se le helaba en las venas.

—Porque no podía quitarte tiempo, Jana. Tenemos que irnos de aquí ya —susurró él—. Cada minuto que estemos aquí estamos poniendo a esta gente en más peligro... Tenemos que irnos cuanto antes...

Estaba cansado y no solo por todo el esfuerzo sino también por el dolor y la pérdida de sangre, y Jana lo acomodó como pudo antes de negar.

—No vamos a movernos hasta que no te cosa, Kris, ni pienses que... ¿Kris...? ¡Oye, Kris!

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