Sintiéndose mareada, le pareció ver a alguien parado afuera de la cueva y de inmediato pidió ayuda:
—¿Hay alguien allá afuera?
Por desgracia, no hubo respuesta. Ivonne sacó su móvil del bolsillo, pero no tenía señal. Ni siquiera podía hacer llamadas. Dado que llovió la noche anterior, la montaña estaba bastante vacía aquella mañana cuando comenzaron a subir. La mujer tenía el tobillo torcido y una herida en la cabeza. Además, le dolía todo el cuerpo. No se atrevía a moverse. Por su parte, los labios de Ximena se curvaron cuando recibió un mensaje.
«No puedo creer que fuera tan rápido».
Todos ya se encontraban en la cima de la montaña y se sentía un ambiente sombrío. Daba un poco de miedo. Había una alerta de tormenta para la tarde de ese día, así que la administración bloqueó la entrada a la montaña. Nadie podía subir y tendrían que bajar en teleférico en lugar de hacerlo caminando. Ivonne fue abandonada a su suerte.
—¡Está lloviendo! —gritó alguien entre la multitud.
Instantes después, comenzaron a caer gotas del cielo, convirtiéndose en pocos segundos en una lluvia torrencial.
—Escuché que hay una alerta de tormenta. Debemos darnos prisa y abandonar la montaña.
Se escuchó el estruendo de un trueno. Todos corrieron hacia el teleférico, pues querían llegar al pie de la montaña lo antes posible. La mirada de Jonathan se desplazó por la multitud mientras fruncía el ceño.
«Ella no está aquí».
—Señor Landeros, recibí una llamada de la recepción diciendo que está a punto de caer una tormenta. Necesitamos bajar de la montaña en este momento si no queremos estar en peligro —informó José con rapidez.
Nadie llevaba ropa impermeable, pues no esperaban que una tormenta se avecinara con tanta velocidad. En cuestión de minutos, los relámpagos iluminaron el cielo oscuro y comenzaron a formarse nubarrones. Cuanto más cerca estuvieran de la cima de la montaña, sería más peligroso. Ximena sintió que el destino estaba de su lado, pues la fuerte tormenta llegó antes de lo esperado. Cubriéndose la cabeza, se protegió de la lluvia y se acercó a Jonathan. En un tono tímido, exclamó:
—Jonny, vámonos ya. ¡Los truenos me asustan!
—¿Estamos todos? —El ceño de Jonathan se frunció.
—No hay nadie detrás de nosotros.
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