—¿Qué significa eso? —le exigí una respuesta y lo miré con intensidad.
«¡Este hombre está dudando de la validez de mi virginidad! ¿De verdad le parezco una mujer poco seria? Pero, pensándolo bien, si fuera una mujer virtuosa, ¿por qué le habría coqueteado? ¿Por qué querría volver a tener sexo con él varias veces? Supongo que sí soy una sinvergüenza».
—Hoy en día, la himenorrafia no es tan costosa y el efecto es bueno sin excepción. Lo hacen parecer como si fuera la primera vez —me dijo mientras me estudiaba con su mirada pensativa.
Me enfurecía aún más escuchar eso; no podía creer lo mezquino que era este hombre y por qué suponía tales cosas de mí. Aunque me le acerqué con mis propios planes, ¡no tenía derecho de humillarme así!
«Aquel entonces cuando me le acerqué en el bar sí fue mi primera vez. ¿Himenorrafia? ¿En serio? ¡Solo a él se le ocurriría algo como eso! Jamás esperé que un hombre tan apuesto como él tuviera un corazón tan duro. ¡Qué desperdicio de belleza!».
—¿Podrías dejar de tener pensamientos tan degradantes sobre otros? Sé que, para ti, no soy más que una mujer superficial, pero, para que sepas, ¡no habría venido a buscarte si no necesitara esta cantidad de dinero! —le respondí molesta.
Mis ojos se me llenaron de lágrimas, pero me rehusaba a dejarlas salir. Al verme las lágrimas en los ojos, la expresión de Miguel se tensó y frunció el ceño. Luego, se levantó y sacó una chequera de su bolsillo antes de llenar la información con rapidez; se me aceleró el corazón al verlo.
«¿De verdad me va a prestar doscientos mil?».
Después de hacer el cheque, me lo entregó, emocionándome tanto que de inmediato lo tomé de sus manos, pero antes de que pudiera tomarlo, me lo retiró con la cara en blanco.
«¿Está jugando conmigo? ¿Por qué lo llenó si no me lo va a dar?».
Estaba a punto de regañarlo cuando habló de nuevo:
—Puedo darte los doscientos mil, bajo una condición.
Su mirada calculadora no me pasó desapercibida. Ya esperaba que no me daría el dinero tan fácil; la gente como él nunca hace malos tratos.
—¿Qué será? Mientras esté dentro de mis capacidades, lo haré.
No tenía otra opción. Siempre y cuando no involucrara matar, lo haría en un segundo. MI papá necesitaba el dinero para la cirugía y no había tiempo para dudas.
Mirándome a los ojos, Miguel me dijo con una expresión seria:
—Sé mía.
Tomándome por sorpresa, se me abrieron los ojos y lo miré con incredulidad:
—¿Qué acabas de decir?
—O, para ser más preciso, quiero que seas mi amante. Tienes que estar allí cuando te necesite y no puedes rechazarme.
Sentía como si me cayera una cubeta de agua helada encima.
«Así que… quiere que seamos amigos con beneficios».
Lo observé y le pregunté de manera incómoda:
—¿Hay alguna otra opción?
—Con mi amiga. —Con eso, le di la dirección de Natalia.
—Eso no es conveniente, así que te preparé un lugar donde vivir.
Miguel frunció el ceño; era como si le disgustara el hecho de que me quedaba en la casa de mi amiga.
—N-no es necesario, estoy cómoda con mi amiga; no necesitas conseguirme donde vivir.
Supuse que Miguel propuso esto porque éramos amigos con beneficios; por lo que sabía, las personas adineradas como él solían ser generosos con sus amantes, regalándoles casas y muchas cosas; no obstante, yo no quería eso para nosotros. Aunque en esta ocasión solo lo busqué por su dinero, solo quería tener lo suficiente para pagar la cirugía de mi papá; no planeaba aceptar nada más que eso.
Aun así, parecía que pensaba muy bien de Miguel porque su explicación de su oferta me fastidiaba, pero, pensándolo bien, solo éramos amigos con beneficios; por supuesto que de otro modo no se esforzaría por tratarme así de bien.
—Solo considero que no es oportuno que te quedes en la casa de tu amiga. Quiero decir, ¿esperas a que te vea allí cuando quiera tener sexo?
Miguel siempre hablaba de manera desenfrenada frente a mí; sin mencionar que siempre tenía una cara seria al decir estas cosas. En ese momento, no pude evitar pensar en lo insensible que podía ser este hombre.
—Yo buscaré un lugar por mi cuenta. No necesitas preocuparte por eso, pero puede que me tome unos cuantos días. Acabo de conseguir nuevo empleo y todavía no me han pagado —respondí, sintiéndome avergonzada.
Miguel no comentó nada al respeto, su ceño fruncido indicaba que me había escuchado. Cuando me dio su teléfono, lo miré dudosa y pregunté:
—¿Qué?
—Dame tu número de teléfono: ¿Creerías que iba a esperar a que siempre organizaras encuentros espontáneos?
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