Cuando Miguel no recibió una respuesta, levantó la voz al dirigirse a César de nuevo. Me di cuenta de que a César le comenzaron a temblar las piernas. Resultó que no solo era lascivo, sino que también codicioso; tanto como para malversar el dinero de la empresa.
César observó los documentos que indicaban todos los detalles con claridad. Al menos unos millones del presupuesto de los últimos habían desaparecido. Aunque Miguel no lo dijo en voz alta, cualquiera con cerebro sabría que César se había quedado con todo el dinero porque los simples empleados como nosotros solo recibíamos una pequeña cantidad de ese dinero.
—Se...Señor Sosa, yo... —balbuceó César con sus ojos fijos en los documentos.
—Ya le he pedido a otras personas que se encarguen de investigar esto. Cada que le pedías presupuesto para la empresa, una cierta cantidad de dinero también se transfería a tu cuenta de banco. Señor Suárez ¿podría darme una explicación? ¿De dónde salió ese dinero? —preguntó Miguel de nuevo cuando no recibió respuesta de César.
—Señor So...Sosa, he cometido un grave error. Le prometo que no sucederá de nuevo. Perdóneme, por favor.
César estaba temblando como gelatina. Aunque no admitió haberse quedado con todo ese dinero, todos podían darse cuenta de que él era el culpable.
—Nunca doy segundas oportunidades. Está despedido, señor Suárez. Los abogados de la empresa se pondrán en contacto con usted para discutir sobre el presupuesto en privado —dijo Miguel con un destello frío en sus ojos mientras observaba a César.
—Sé que me equivoqué, señor Sosa. Por favor deme otra oportunidad para hacer bien las cosas —suplicó César mientras miraba a Miguel con terror.
No importaba cuánto mandoneara en la oficina como jefe de departamento; cuando se trataba de enfrentarse a Miguel, solo podía comportarse de forma sumisa. En ese momento, nuestra impresión de él era la menor de sus preocupaciones pues los abogados de la empresa se iban a involucrar y uno podía imaginarse la gravedad de la situación.
Miguel frunció el ceño con irritación y su mirada se volvió más intensa. Al notar esto, una de sus secretarias dijo:
—Seguridad ¿qué están esperando? ¡Saquen al señor Suárez!
Ambos guardias de seguridad se quedaron paralizados por un momento, sin poder comprender la situación. Pero al ver la mirada aterradora de Miguel, caminaron de prisa hacia César y comenzaron a sacarlo.
Todos los empleados observaron cómo sacaron a César de las instalaciones y toda la oficina cayó en un total silencio, quizás sin poder creerlo aún.
—¿Qué les pasa a todos? ¡Regresen a trabajar!
Todos, incluyéndome, nos quedamos aturdidos. No fue hasta que la fuerte voz de Miguel rompió el silencio que recuperé los sentidos y fui la primera en regresar a mi escritorio y seguir trabajando. Luego de eso, todos los demás hicieron lo mismo y continuaron con su trabajo.
Miguel me lanzó una última mirada antes de girarse para irse. Por alguna razón, mi corazón se aceleró al verlo de reojo.
«¿Miguel vino de repente por mí? No puedo pensar en otro motivo por el cual llegó»
Aunque Dicha Dichosa era la empresa publicitaria más grande en la ciudad, solo era un negocio secundario de Miguel. Si no había ninguna decisión importante que tomar, por lo general él nunca hacía presencia. Independientemente de si vino por mí o no, me sentí muy agradecida con él pues pude mantener mi trabajo gracias a él.
Cuando salí del trabajo, me armé de valor para llamar a Miguel por primera vez. Mi corazón estaba como loco mientras escuchaba el tono de llamada.
«Miguel aceptó verse conmigo»
Era obvio que no era nada de lo que debía emocionarme, pero mi corazón traidor estaba latiendo fuerte contra mi pecho. No tenía idea de lo que me pasaba, pero desde que Miguel me ayudó, mis sentimientos por él parecían haber cambiado de forma drástica.
No tenía idea desde cuándo me empecé a preocupar por mi imagen ante Miguel. Luego de guardar mi teléfono, me apresuré a mi habitación para elegir un atuendo. Incluso me puse un poco de maquillaje.
Luego de media hora, recibí una llamada de Miguel. Al bajar las escaleras, vi un Cadillac plateado estacionado a una corta distancia. De inmediato supe que era él porque, de todas las personas que conocía, nadie tenía el dinero para tener ese tipo de auto de lujo.
Tiré de mi falda y aceleré mi paso mientras me dirigía al auto. Luego, abrí la puerta y entré. Miguel llevaba el mismo traje de antes, quizás porque no tuvo tiempo de ir a casa a cambiarse. Al observar su perfil perfecto, sentí tantos nervios que, por un momento, no supe qué decir. Justo cuando estaba buscando las palabras, Miguel se giró para preguntarme:
—Entonces, ¿para qué querías verme?
Luego de eso, me echó un vistazo antes de que una mirada de aprecio brillara en sus ojos.
—Ah, solo quería agradecerte por lo que hiciste hoy. Si no hubieras aparecido a tiempo, de verdad me hubieran despedido.
Mi corazón se llenó de gratitud al recordar lo que había sucedido. Me sentí mucho más conmovida al pensar que había ido a la oficina solo por mí.
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