Izan se dirigió a su abuelo con una sonrisa socarrona: "Abuelo, ¿acaso no estás tú también soltero?".
Fernán se quedó en silencio por un momento antes de estallar: "¡Ahora resulta que te creces y te burlas de tu abuelo por estar solterón!".
"Solo digo la verdad, abuelo".
Fernán, con una mezcla de molestia y preocupación, dijo: "Muchacho, ¿de verdad piensas romper el compromiso con la familia Pinto?".
Izan le respondió con firmeza: "Abuelo, ya no vivimos en tiempos feudales, ¿acaso yo di mi consentimiento para ese compromiso? Eso es un asunto entre usted y ellos, no tiene nada que ver conmigo".
El anciano sacudió la cabeza, incapaz de comprender: "Pero si ni siquiera has visto a la chica de la familia Pinto, ¿cómo sabes que no te va a gustar?".
"Ella puede ser la mejor, y aun así yo no estaría de acuerdo", le dijo Izan, cortante.
El rostro de Fernán se tornó de un tono pálido de enojo mientras preguntaba con ira: "¿Acaso te gusta esa muchachita que siempre corría tras de ti?".
La cara de Izan era impasible, como la de un robot sin emociones: "¿Ella? ¿Qué puede ser ella para mí?".
Fernán, con ganas de soltar un golpe y viendo la indiferencia de su nieto, apuntó con un dedo tembloroso hacia él y le dijo: "Entonces, ¿qué es lo que quieres? No te gusta la que corre tras de ti, ni la que está comprometida contigo, ¿entonces a quién quieres? ¿Acaso te gusta esa chica de hace un rato? ¡No me digas que eres gay!".
Los ojos de Izan brillaban con frialdad: "Abuelo, ya que estás mejor, me voy", se marchó con paso firme, dejando al anciano hirviendo de rabia.
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