La Chica Dhall © romance Capítulo 11

Capítulo diez

—Señorita —alguien toca repetidas veces mi hombro y abro mis ojos poco a poco, el profesor se cruza de brazos y me reincorporo de golpe —durmiendo en mi clase, ¿no?

Recorro el salón vacío y le doy una rápida mirada —Lo siento, no fue mi intención dormirme.

—Quiero que sea la primera y última vez que se queda dormida. Si quiere dormir váyase a su casa y no venga a la universidad, esto es un lugar para estudiar, no para dormir.

Asiento —Lo prometo, no volverá a pasar.

—Bien. Se puede retirar —da media vuelta y camina a la salida, meto mis cosas en la bolsa y salgo del salón.

La regañada de gratis me la merezco, porque de una u otra forma la culpa es mía.

Abigail es tan pesada que simplemente terminó cansandome totalmente el día de hoy.

Suspiro y remango mi mochila, los pasos que doy hacen eco por los pasillos casi vacíos y maldigo en mi interior al saber todo lo que tengo que caminar hasta la casa.

¿Por qué tengo que caminar?

Fácil, el auto se lo deje a las chicas, es lo más conveniente ahora que estoy con Mery y con otras dos personas que tienen la vista en mi indirectamente.

Huelo el café recién hecho en el aire y mi vista automáticamente se dirige a la cafetería. Su mano izquierda sostiene la taza de café mientras que la derecha mantiene las páginas de su libro abiertas, su posición recta le da un toque de elegancia y tranquilidad al igual que su cabello rojizo hace contraste con su piel.

Cierra el libro de golpe y suelta la taza, levanta la mirada y pone su rostro encima de su brazo flexionado sobre la mesa, repite una y otra vez algo que no escucho y muerdo mis labios ante la incertidumbre que me está dando.

Lo tengo a pocos metros de mí, ¿qué debería hacer?

¿Debería hablar con él o intentar acercarme? ¿Debería marcharme? ¿Debería?

Muchas preguntas y pocas acciones con respuesta.

Paso de largo y cruzo las puertas de la universidad, el frío pega de lleno en mi piel haciendo que esta se erice y me abrazo a mi misma buscando calor, bajo las escaleras y ando hasta llegar a la estación de bus.

Los pocos taxis que veo van llenos y no tiene pinta de que pase un bus a esta hora, doy un pequeño brinco en mi lugar al escuchar los truenos y ruedo mis ojos.

La mala suerte es algo que siempre me acompaña, no me sorprendería que empiece a llover de la nada. Miro las bancas y tomo asiento, alzo mi mano para detener un taxi, pero ninguno se detiene ante mi petición.

Esto frita si tengo que caminar.

Miro el cielo parcialmente oscuro y los truenos cada vez son más y más seguidos. Si me quedo aquí pasaré toda la noche en esta caseta y posiblemente llueva. Observo el camino de regreso a casa y me levanto.

Prefiero llegar empapada a quedarme aquí sola.

Sigo mi camino a paso apresurado y pronto empiezan a caer gotitas de lluvia, me pongo la mochila en la cabeza y sigo mi andar, las gotas de lluvia ahora son más grandes y entro a una zona donde empieza a llover fuerte, corro mojandome absolutamente toda y me detengo debajo de un árbol, limpio el agua que corre por mi cara y me aseguro que los cuadernos dentro no estén mojados, vuelvo a cerrar la bolsa y siento el frío adueñarse de mi cuerpo.

Un auto se estaciona al frente de mí y junto mis cejas al escuchar en incesante pitido de este. Le hago una seña para que se marche y me hago una bolita para mantener la poca calor que aún me queda.

Estoy helada.

Siento un abrigo gigante encima de mi cuerpo y levanto la cabeza encontrándome con sus ojos negros —Ven—me toma de la mano y corre conmigo hasta su auto, abre la puerta de copiloto y me mete dentro, rodea el auto y entra, coloca la calefacción al máximo, se gira levemente y toca mis mejillas —¿está bien así?

Asiento temblando y me acomodo mejor su bata de laboratorio —gracias.

—No me lo agradezcas —su voz profunda hace estragos en mi interior y mi cuerpo actúa por sí solo mandando oleadas gigantes de calor a mi cara —me debes un favor —su cabello mojado cae por su frente y recorro esa delgada linea de su nariz hasta sus labios, pasó por su barbilla y bajo a su cuello donde escuentro un moretón que a juzgar por su color diría que casi recién hecho.

Vuelvo a sus ojos —lo tendré en cuenta.

Ojeras de panda.

Dejo la toalla en su sitio y salgo en silencio para no llamar la atención de nadie, la voz de Abigail es apenas audible y me acerco un poco más a ellos para oír lo que dicen —pero, ¿cómo la traes aquí? Es un lugar exclusivo.

—Concuerdo esta vez con Abigail. No debiste traerla, es arriesgado y sabes el problema que causaría si alguien más se da cuenta y viene a jodernos —habla Alexander sin titubear.

Asomo un poco mi cabeza por el borde de la pared y sus ojos me me señalan indirectamente la puerta. Es como si supiese que estaba aquí desde un principio —Entonces me largo con ella de nuevo —sus zapatos suenan por la madera y corro de puntilla hasta el cuarto de Abigail, agarro mi mochila del piso y la puerta se abre de par en par —vámonos, Zuani —me toma del brazo y me jala por el apartamento.

Len abre la entrada para salir y Mery me toma del brazo libre —No voy a dejar que te la lleves, ella se queda conmigo.

Volteo a ver al pelirrojo quien me suelta y se cruza de brazos —¿Cuál es tu plan, Mery Abigail?

—No me llames Mery, no me gusta.

—eso no fue lo que pregunté —habla —estabas diciendo que no la querías aquí porque esto es un lugar prohibido y demás cosas, pero ahora misteriosamente dices que te quieres quedar con ella, ¿a qué estás jugando?

—Yo nunca dije que no la quería aquí.

—Ella lo escucho todo —me señala —y ahora tengo una pregunta para ti, Zuani —tiende su mano en mi dirección —¿vienes conmigo?

Volteo a ver a Mery y Alexander quienes miran intrigosos mi respuesta y agarro su mano —voy contigo, aquí está más que claro que no soy bien recibida —bajo la cabeza y salgo del apartamento, le doy una última mirada lastimera a Abigail y la puerta se cierra de golpe, recompongo mis emociones y llevo mi bolsa a mi espalda —¿ahora a dónde tipo grande y fuerte?

—Me sorprende el hecho de que antes parecías triste a tal punto de transmitir ese dolor y ahora estés de tranquila por la vida.

Me encojo de hombros —Sabía que sólo me traerías para cambiarme de ropa —muerdo mi labio inferior —sería algo feo dejarte solo como hace unos días atrás.

Sonríe de lado—Otra sorpresa más que descubro de ti, pequeña niña bonita, astuta y absolutamente mentirosa.

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