Con calma y determinación, Nataniel se acercó y se sentó en el sofá como si fuese el amo de la casa. Examinó los distintos frascos de pastillas que había sobre la mesa. Luego miró hacia José y le preguntó:
—¿Estás sorprendido?
—Fernando y sus hombres... —José quiso preguntar por ellos, pero se dio cuenta de que no era el momento. De inmediato, cambió de tema y preguntó:
—¿Qué está haciendo aquí?
Nataniel respondió sonriente:
—Pensé que quería preguntar dónde estaban Fernando y sus amigos. Bueno, están de camino al infierno y, como es natural, vine aquí para enviarte también con ellos. Contigo allí, no se sentirán tan solos en ese lugar.
Al escuchar esas palabras, José se puso blanco como el papel y su rostro reflejó una mirada de asombro y terror. Tomó rápidamente el radio de mano que estaba encima de la mesa y ordenó:
—¡Guardias! ¡Vengan al segundo piso ahora!
Nataniel resopló:
—No hay necesidad de llamarlos. Todos se fueron.
Las pupilas de José se dilataron y sus ojos se abrieron de par en par en señal de sorpresa. Le temía a la muerte y por eso tenía una docena de guardaespaldas para protegerlo. ¿Cómo pudo Nataniel enfrentarse a ellos tan fácilmente?
Nataniel lo miró con frialdad, como observando a su presa antes de devorarla. Entonces le dijo en un tono despreocupado:
—Te advertí aquella noche en el Hotel Juno que, si alguna vez le ponías un dedo encima a mi mujer, tendrías una muerte horrible. ¿No lo recuerdas?
—Nataniel, no te atreverás a matarme. ¿Sabes quién soy? —le gritó José. En realidad, ya había notado sus intenciones de asesinarlo y estaba aterrorizado. Todo era puro teatro, pero en el fondo tenía mucho miedo de lo que pudiera sucederle—. Soy uno de los hombres más ricos de Ciudad Fortaleza. Tengo muchos amigos, tanto en el bajo mundo como en el mundo de los negocios. Me consideran un invitado incluso en la casa del alcalde. ¿Cómo te atreves a intentar matarme? —continuó—: Te juro que, si me pones un dedo encima, nunca más podrás vivir en Ciudad Fortaleza. ¿Quieres que toda tu familia sea destruida y perjudicada?
—¿Tienes algo más que decir? —preguntó Nataniel con frialdad.
José quedó boquiabierto. No esperaba esa reacción, ¡sobre todo por cómo lo había amenazado!
Nataniel se puso de pie, le tiró de las mangas y le dijo:
—Ya que no tienes más nada que pedir antes de morir, César, llévalo a dar su paseo. —Tras dejar a José con aquellas palabras, se dio la vuelta y salió de la habitación. Justo cuando llegó a las escaleras, se escuchó un escalofriante grito y luego de un fuerte chasquido, el grito cesó.
…
Eran más de las diez cuando Nataniel volvió a casa.
Penélope había conseguido por fin convencer a su hija para que se durmiera y estaba lavando la ropa sucia de Nataniel. Las prendas interiores se lavaban a mano, el resto en la lavadora. Durante todo ese tiempo, solo ella lavaba la ropa interior de Nataniel.
Él la observaba toda sudada mientras lavaba su ropa. Ni siquiera se dio cuenta de que él había vuelto. Inconscientemente, dejó escapar una sonrisa y sus ojos dibujaron una expresión inusual y dulce.
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