Penélope no quería que Nataniel la curara en la sala de estar y, por lo tanto, se dirigió primero al dormitorio. Poco después, él entró con un frasco de medicamento.
Los dos se sentaron junto a la cama mientras él le subía las mangas. Le aplicó la pomada sobre los moretones. Luego, le levantó la pierna derecha y la colocó sobre su regazo. Con cuidado, le subió los pantalones y dejó escapar un leve suspiro al ver los rasguños y los hematomas en su pierna. Se puso un poco de pomada en las palmas de las manos y la frotó con delicadeza sobre la pierna lastimada.
Penélope observó de cerca su expresión. Parecía serio y a la vez dolido. Dicen que los hombres son más atractivos cuando están serios y ella no podía estar más de acuerdo con esa afirmación. Además, se dio cuenta de que cuanto más lo miraba, más varonil y apuesto parecía, aunque a primera vista no fuera así. Tal vez era a lo que llamaban «guapo». Sus ojos estaban clavados en su rostro, mientras su mente seguía divagando en su fantasía.
—¿Te duele? —preguntó Nataniel, que levantaba la cabeza de vez en cuando.
Como si la hubieran sorprendido con las manos en la masa, sus mejillas se pusieron muy rojas y de inmediato contestó como aturdida:
—No... No me duele.
Él sonrió y dijo:
—Muy bien, ya está. Me voy a bañar. Tú deberías irte a la cama primero.
Justo cuando estaba a punto de irse, Penélope sugirió de repente:
—Deberías volver a dormir con Reyna esta noche.
Al oír esto, Nataniel le lanzó una mirada elocuente.
Mia, la chica del salón de exposiciones de BMW, estacionó un nuevo M760Li xDrive frente a la casa de Nataniel. Ya había hecho todos los trámites y le había conseguido un permiso de conducción temporal. Era el cuarto BMW que Nataniel le compraba este mes. Ahora, solo tenía una impresión de él: que era un hombre rico y generoso.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La venganza de un grande