La venganza de un grande romance Capítulo 76

—¿Lo dices en serio, Fernando?

—Señor Miranda, ¡ni siquiera debería preguntar eso! —exclamó Fernando disgustado—, usted es mi benefactor. ¡Quienquiera que le ponga un dedo encima me está atacando a mí! ¡Y no me importa si es Dios o un rey, lo acuchillaré hasta matarlo!

José estaba muy feliz por su respuesta. Le dio unos golpecitos en el hombro. Y le dijo:

—No te preocupes por eso, charlemos un poco antes.

...

—Si te vengas por mí, te daré diez millones para que huyas.

Los ojos de Fernando se iluminaron al escucharlo. Apenas y había ganado veinte mil al mes cuando estaba trabajando con la milicia en África.

Aunque su salario podía aumentar si formaba parte de una operación peligrosa, ¡solo le darían como máximo un millón!

y José le estaba ofreciendo diez millones por un trabajo. Era muy cercano a lo que recibiría trabajando un año en el campo de batalla africano.

Tras sentarse, José le sirvió un vaso de champaña y le contó de su enemistad con Nataniel Cruz.

Fernando escuchó con atención de principio a fin. Tras lo cual, sus labios se curvearon en una torcida sonrisa y comentó.

—He pensado en quien es este hombre. Parece ser un don de nadie que aprendió un poco de las artes marciales tras retirarse de la milicia. Señor Miranda, le aseguro que hare lo que usted quiera. Tengo dos hermanos, mañana en la noche, mataremos a Nataniel Cruz por usted. Y secuestraremos a esa hermosa mujer Penélope Sosa y se la traeremos.

—Jo jo, esperaré por las buenas nuevas entonces —dijo José al escuchar eso.

...

En la tarde del siguiente día, Penélope y Nataniel salieron de la oficina y condujeron a casa.

Cuando el auto dio una vuelta, de pronto una silueta se abalanzó frente a ellos, Nataniel pisó el freno con rapidez.

—¿Lo golpeaste?, bajemos a darle un vistazo —exclamó Penélope.

Estaban a punto de estacionar el auto para revisar al hombre al que habían arrollado, cuando de pronto, las puertas traseras se abrieron al mismo tiempo y dos hombres se escabulleron al interior.

Apuntaron sus armas a Nataniel y a Penélope y con una voz grave dijeron.

—No se muevan o los mataremos.

Nataniel frunció el ceño, mientras que Penélope se puso tan pálida como una sábana.

Al mismo tiempo, el peatón que había sido atropellado se levantó con rapidez y se sentó en el asiento trasero del auto. Con una astuta sonrisa se presentó.

—Hola, soy Fernando Lemes. Será mejor que sigan mis instrucciones, de lo contrario, no puedo garantizar que las armas no dispararán.

Con un dejo de sonrisa en su rostro, Nataniel arrancó el auto en dirección a los suburbios. Su BMW aceleró.

Fernando notó esta expresión y supo que algo andaba mal. ¡Tras lo cual vio que Nataniel soltaba el volante!

Todos en el auto morirían si este se salía de control a velocidades tan altas. Sin embargo, Nataniel quitó las manos del volante y las alzó.

Fernando abrió los ojos de par en par y sus dos hombres perdieron el aliento.

—¿Estás asustado ahora? —preguntó mientras los miraba.

Antes de que pudieran responder, Nataniel alzó sus puños de repente y los azotó en el parabrisas frente a él, el cual se rompió al instante formando un patrón parecido al de una telaraña.

¡Crac!

Nadie podía ver el camino frente a ellos ahora.

—Dime, ¿ahora sigues sin tener miedo? —dijo con una sonrisa siniestra.

Fernando siempre había estado orgulloso de ser un hombre salvaje y alocado. Sin embargo, el color se fue de su rostro en ese momento. Apuntó su arma hacia Nataniel y gritó con miedo.

—Maldición, tú estás aún más loco que yo. ¡Detén el auto! ¡Mi*rda! ¡Detén el p*to auto ahora!

En ese momento el temerario Fernando tenía muchísimo miedo.

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: La venganza de un grande