En cuanto la maestra del jardín de infantes vio llegar a los cinco juntos, se sintió muy feliz e incómoda al mismo tiempo.
—Señorita Jerez… —Aunque era Abril quien había exigido la expulsión de Andrés y Bautista, Pilar seguía sintiéndose mal por ello y quería disculparse.
—¡Parece que volveré a dejar a Andrés y a Bautista a su cuidado! —la interrumpió Roxana con una sonrisa.
Pilar asintió.
—¡Por supuesto! Ambos son muy obedientes, ¡así que cuidarlos es un verdadero placer!
—Además, Ela parece estar actuando un poco extraña últimamente. No habla mucho con la gente, así que, por favor, cuídela de cerca —expresó Roxana tras asentir.
Como temía que Estela pudiera sentirse mal si se enteraba de su autismo, prefirió ni siquiera mencionarlo.
Pilar asintió y le aseguró que cuidaría bien de ellos.
Andrés y Bautista tomaron de las manos a Estela.
—¡Nosotros también ayudaremos a cuidar de Ela! Nos aseguraremos de que nadie la intimide —dijeron.
Con una sonrisa, Roxana se limitó a darles una palmadita en la cabeza.
Incluso después de observarlos durante una hora, Roxana seguía un poco preocupada; no obstante, ya era hora de que se dirigiera al instituto de investigación. Poco después de que ella se fue, Luciano también se marchó.
Luego de pasar toda la tarde en el instituto de investigación, Roxana vio que era hora de ir a buscar a los niños al jardín así que se apresuró a ir. Para su sorpresa, Luciano ya estaba esperando allí cuando ella llegó. «¿Qué? Parece que planea no solo llevar, sino que también ir a buscar a los niños al jardín de infantes...». Luego de pensar eso, Roxana lo saludó y esperó a que Pilar hiciera salir a los niños por la puerta.
No pasó mucho tiempo antes de que la clase terminara y los niños salieran por la puerta en una fila. Se podía ver cómo Andrés y Bautista escoltaban a Estela hacia la salida.
Luego de que los cinco subieran al auto de Luciano, Bautista tiraba de la manga de Roxana con una enorme sonrisa. Sin saber por qué sonreía de oreja a oreja, Roxana lo miró confundida.
—¡Parece que Ela tuvo una pesadilla y después de despertarse de nuestra siesta, no paraba de llorar! Aunque la señorita García y los demás niños intentaban consolarla, al final, fuimos Andrés y yo quienes la calmamos. ¿Crees que sabe quiénes somos, mami?
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