A Roxana le preocupaba dejar a Andrés y Bautista en casa, pero Magalí le aseguró que le había informado a Lisa de antemano.
De pronto, ambas mujeres estaban frente a la entrada de un bar. Roxana siguió a Magalí de forma impetuosa, estaba claro que aquella joven era cliente habitual del bar, ya que cuando entraron, un empleado las saludó de inmediato y las condujo a una cabina privada cerca de la pista de baile.
La música sonaba mientras hombres y mujeres, que estaban bien vestidos, bailaban en la pista. Entonces, Roxana se dejó llevar lentamente por el ambiente eléctrico.
—Esta noche invito yo. Bebamos hasta hartarnos —le gritó Magalí al oído. Luego, pidió una botella de alcohol, la cual costaba diez mil, y le sirvió una copa a su amiga—. Hay muchos más peces en el mar. No nos quedemos solo con uno.
Roxana aceptó la copa y la chocó con la de Magalí, luego dio un trago. Al ver su atrevida actitud, su amiga sonrió con satisfacción.
Cuando estaban en la universidad, había bebido con Roxana unas cuantas veces. Aunque parecía muy educada, tenía muy buena tolerancia al alcohol. Magalí se había preparado mentalmente para unirse a su amiga esa noche solo para levantarle el ánimo.
Roxana bebió unas cuantas copas más y empezó a sentirse relajada, de modo que todos los problemas que había tenido aquel día quedaron en un segundo plano. No obstante, Magalí no se conformó con beber, así que dejó su copa sobre la mesa y le tomó la mano.
—¡Vamos a bailar! —La arrastró a la pista de baile sin esperar a que le respondiera.
Mientras tanto, Roxana se dio cuenta de que Magalí estaba atascada entre la multitud y gritó su nombre dos veces, pero su voz quedó ahogada por la ensordecedora música y no pudo hacer más que observar cómo su mejor amiga desaparecía ante sus ojos. Quiso ir tras ella, pero se detuvo en seco en cuanto vio a una pareja que se besaba de forma apasionada. Luego, se dio la vuelta y se dirigió a la cabina privada, ya que pensó que Magalí se dirigiría allí en cuanto se diera cuenta de que se habían separado. Como a ella no le gustaban mucho las discotecas, fue como un respiro para ella. Unos minutos después de llegar a la cabina, alguien que se encontraba a su lado le habló con una voz alegre.
—Hola, ¿puedo invitarle una copa? —La voz masculina quedó amortiguada por el ruido del bar de modo que Roxana pensó que había oído mal y levantó la mirada. En cuanto vio a un hombre pulcro vestido con una camisa informal, se quedó boquiabierta; él también se sorprendió cuando sus miradas se cruzaron.
Dado que el hombre notó que ella no había entendido lo que decía, se inclinó más hacia ella para repetirlo con voz un poco más alto.
—¿Puedo invitarle un trago? Es muy atractiva y elegante. Me gustaría que fuéramos amigos, si es posible.
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