Andrés y Bautista se quedaron atónitos cuando vieron que las lágrimas corrían por las mejillas de Estela; no sabían si debían consolarla o no. Después de todo, parecía que estaba llorando porque su madre estaba herida y de esa manera, en cierto modo, estaba respondiendo al mundo exterior. Esa era una gran noticia para ellos; sin embargo, se angustiaron al ver los ojos llorosos de la niña. Por ello, se volvieron para buscar ayuda de su madre, pero la vieron con el ceño fruncido de dolor mientras se lavaba la herida. Luego de ver esa escena, los niños se calmaron. Sin embargo, no dejaban de mirar a su madre y a Estela sin parar.
Un rato después, Luciano tomó el brazo de Roxana y lo apartó del agua fría. La mujer bajó la mirada para ver el lugar de la herida y, aunque todavía estaba roja, ya no le dolía tanto. Cuando Luciano se dio cuenta de su forma de actuar, frunció el ceño y se sintió preocupado.
—¿Qué ocurre? ¿Aún le duele mucho? —preguntó.
Roxana se quedó quieta durante un segundo y después sacudió la cabeza.
—Me siento mucho mejor. Curaré la herida, debería mejorar después de eso. —Luego, se deshizo de la mano de Luciano y se dirigió hacia la puerta.
Justo cuando se dio la vuelta, vio las miradas impotentes de sus dos hijos. Roxana miró en dirección de sus miradas y vio que Estela estaba sollozando tristemente. El pequeño cuerpo de la niña temblaba, pero ella no emitía ningún sonido. Esa era la primera vez que Roxana la veía llorar después de enterarse de su diagnóstico de autismo. Se veía que la niña estaba extremadamente alterada así que no pudo evitar sentirse preocupada.
—¿Por qué lloras? ¿Estas asustada? —Mientras hablaba, se agachó frente a Estela y levantó la mano para secarle las lágrimas.
De repente, la niña se lanzó a sus brazos mientras seguía sollozando, con los ojos fijos en el brazo herido de Roxana.
La mujer se quedó sorprendida por la forma en que la niña se había arrojado a sus brazos; sin embargo, luego del susto, se calmó. Esa era la misma forma en la que había actuado antes; Estela saltaba a los brazos de Roxana cada vez que la veía. Aunque en ese momento la niña estaba llorando, al menos estaba reaccionando ante su entorno familiar. En ese entonces, Roxana levantó su brazo no herido y abrazó con suavidad a la niña.
—Ela, ¿te has recuperado? ¿Sabes quién soy? —preguntó con timidez.
La niña apenas asintió con la cabeza, pero siguió resoplando. Al oír eso, tanto en los ojos de Andrés como en los de Bautista se vio reflejado un destello; se acercaron a la niña y se señalaron a sí mismos.
—Entonces, ¿sabes quiénes somos?
Luego de mirarlo durante unos segundos, Estela sopló con cuidado la herida. Roxana sintió aún más ternura, sonrió y acarició la cabeza de la niña.
—Gracias, Ela. Ya no me duele.
Al fin, los sollozos de Estela se calmaron un poco.
—Soy doctora y soy bastante buena en mi trabajo. Esta herida no es nada grave. Se recuperará con rapidez una vez que la trate. ¿Por qué no vienes conmigo? —Roxana se levantó.
Ante eso, la niña asintió con entusiasmo y agarró el dobladillo de la camisa de Roxana antes de seguirla hacia afuera.
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