La verdad de nuestra historia romance Capítulo 185

Antes de que siquiera se diera cuenta, ya llevaba más de siete horas en la cirugía. Para entonces, todos los niños del jardín se habían ido y solo quedaban tres.

Estela se había ido de su casa, pero Andrés y Bautista la seguían tratando de la misma forma cuando estaba con ellos. Los niños vieron que nadie iba a buscar a Estela, así que la llevaron al arenero; construyeron un castillo de arena y se divirtieron mucho.

Cuando Luciano apareció, vio a los tres niños de cuclillas en el arenero. Se escuchaban sus risas en todo el pequeño parque de juegos del jardín.

—Ela —dijo Luciano, quien esperó a que terminaran de jugar antes de llamarla.

Sin embargo, Estela no quería irse y miraba a sus amigos, aunque su padre ya la había llamado.

Luciano frunció el ceño y centró su atención en Andrés y Bautista.

—¿A dónde está su madre?

El hombre no les agradaba a los niños, pero aun así se pusieron de pie con cortesía. Reacio a responder la pregunta, Andrés hizo una mueca con la boca y giró la cabeza hacia un costado para mirar el pequeño castillo que habían armado antes. Por otro lado, Bautista tenía una expresión de inocente.

—Mami tiene una cirugía importante hoy. Es probable que esté lidiando con algún problema y por eso todavía no ha llegado —respondió. En cuanto terminó de hablar, se dio vuelta y vio la expresión de Andrés por lo que añadió—: Pero, eh, debería llegar pronto. Adiós, señor Fariña. Adiós, Ela.

Luciano asintió y se acercó a tomar la mano de Ela, pero fue en vano, ya que la niña bajó la cabeza y dio unos pasos hacia atrás. En ese momento, estaba de pie detrás de Andrés y Bautista, sacudiéndole la cabeza al padre.

Los niños se dieron cuenta de que se rehusaba a irse, así que se dieron vuelta para convencerla, pero, sin importar cuánto lo intentaran, Estela sacudía la cabeza con obstinación.

—Quedarnos juntos —insistió tras sujetar sus mochilas.

Estela había sido bastante hostil con Luciano desde que se la había llevado de la casa de Roxana. Lloraba sin parar por cualquier asunto sin importancia y hacía que Luciano cediera. En ese momento, ya no se atrevía a obligarla a hacer algo que no quería, así que no tuvo opción más que asentir y decir:

—Esperaré aquí con los niños.

Con Luciano presente, los niños no podían jugar con la misma libertad que antes y todo lo que hicieron fue sentarse en el banco en silencio.

«Si no se van, me quedaré con Andrés y Bautista; quiero hacerles compañía».

Luciano no pudo evitar sentir que le iba a doler la cabeza; incluso después de que trató de hacerlos entrar en razón, todos se mantuvieron firmes en quedarse allí. Sin otra opción, le ordenó a Camilo, quien esperaba afuera, que comprara comida y se las llevara.

—Gracias, señor Fariña, pero no tenemos hambre —mintió Andrés y rechazó la oferta con terquedad.

Mientras tanto, Bautista se acarició la panza con pena y se hizo eco de las palabras de su hermano.

A esas alturas, Luciano podía saber el motivo de su hostilidad. El incidente de antes debía haberles dejado una mala impresión a los niños e hizo que lo odiaran. «Ay, son tan exasperantes».

—Compré estas dos especialmente para ustedes. Si ninguno va a comer, entonces no tengo opción más que tirarlas —dijo, fingiendo buscar un cesto de basura.

Los niños vacilaron por un momento, pero, al fin y al cabo, no querían desperdiciar comida, así que la aceptaron.

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