Roxana se dirigió deprisa a la oficina de Javier, abrió la puerta y vio a los pequeños traviesos dentro, quienes estaban sentados en el sofá balanceando las piernas con indiferencia. A los niños se les iluminó el rostro al ver a Roxana, por lo que se levantaron y corrieron hacia ella con entusiasmo.
—Mami, al fin terminaste. ¡Pensé que te quedarías en el laboratorio para siempre!
—Mami, trabajaste muy duro. ¿Estás cansada? Siéntate, te daré un masaje.
Llevaron a Roxana al sofá para que pudiera tomar asiento. Cuando ella se dio cuenta de su preocupación, de pronto, sintió que merecía que le gritaran.
—Miren lo obedientes que son. No eran así cuando me jaquearon la computadora más temprano —resopló Javier enfadado detrás de su escritorio.
—¡Todo fue culpa suya, profesor Laborda! Siguió pidiéndole a mi mami que trabajara horas extras. Mire, se está desnutriendo —declaró Andrés.
—¡Así es! Mi mami es un ser humano común y corriente. ¿Cómo puede pedirle que trabaje día y noche? —intervino Bautista mientras masajeaba el hombro de Roxana.
A Javier se le agotó la paciencia y rio a carcajadas.
—Son demasiado sobreprotectores con ella. Todos en el instituto de investigación hacen lo mismo —respondió. Negó con la cabeza y se volvió hacia Roxana—. ¿Cómo resultó tu investigación?
Ella le esbozó una sonrisa.
—Sin contratiempos. Le enviaré la información más tarde. —Hizo una pausa y le preguntó—: ¿Restauró los datos en su computadora?
El hombre se pasó una mano por el cabello con frustración.
—Ha pasado una hora, pero aún no puedo restaurar nada.
Divertida, Roxana le dio una palmada en la mano a uno de sus hijos.
—Bautista, ve a restaurar la computadora del profesor Laborda. No seas desobediente. ¿Y si pierde alguna información importante?
—Eso no sucederá. Siempre preparo una copia de seguridad y varios niveles de protección, así que no perderá nada —respondió de inmediato mientras trotaba hacia Javier.
Comenzó a restaurar la computadora. El niño escribía en el teclado de manera energética y producía líneas de códigos y, minutos después, la pantalla de la computadora parpadeó y volvió a la normalidad. Con admiración, el hombre le dio un vistazo a la computadora; tenía que admitir que los hijos de su aprendiz eran genios.
A temprana edad, Andrés ya era un genio de la medicina; era capaz de diferenciar miles de hierbas y mostró su talento en el ámbito médico. También tenía buen ojo para las inversiones. Bautista, por su parte, estaba interesado en la programación; era un pequeño jáquer muy delicado con los números. Al igual que su hermano, también era excelente con las inversiones. Además, ambos eran adorables, maduros y traviesos. Por lo tanto, no se atrevía a gritarles cada vez que armaban un escándalo, en cambio, solo podía descargar su frustración con Roxana.
—Lo lamento, profesor Laborda. Por favor, no culpe a los niños por sus travesuras —se disculpó de inmediato la mujer.
«No me grite a mí tampoco. No puedo ser siempre su chivo expiatorio, ¿verdad?».
Javier se rio entre dientes al ver su reacción.
—No te preocupes. No te convoqué para gritarte, sino que tengo una tarea para ti. Escucha, he estado planeando crear un instituto de investigación de regreso en el país, que se enfoque en la medicina tradicional. No obstante, sigo ocupado aquí y no puedo irme por ahora. Luego de considerarlo con cuidado, decidí enviarte de regreso.
Roxana no sabía que diría eso, por lo que se quedó paralizada y vaciló. «¿Regresar a casa?». Jamás había pensado en regresar a ese lugar después de haberse ido hacía seis años atrás. A fin de cuentas, no tenía una familia ni nadie que le importara allí. Además, había llegado a amar Yara, por lo que su primera reacción fue rechazar la oferta.
—De acuerdo, vamos. —Extendió la mano para alborotarle el cabello a Bautista.
De inmediato, el niño tembló con violencia.
—Detente, mami; me mojaré los pantalones.
Roxana lo llevó al baño mientras reía por lo bajo y, luego, Andrés lo acompañó mientras su madre esperaba afuera con el equipaje. Le envió un mensaje a su profesor para informarle que habían llegado cuando, de pronto, escuchó una voz familiar.
—¡Imbéciles! ¿Cómo es posible que tantos de ustedes no puedan vigilar a una niña? ¿De qué sirven si no pueden cumplir con una tarea tan simple? —Había una pizca de furia en la voz melodiosa, profunda y suntuosa del hombre; era agradable a los oídos.
A Roxana se le paralizaron las manos al instante mientras escribía el mensaje. Habían pasado seis años desde la última vez que escuchó esa voz, pero aún la encontraba inquietantemente familiar. Levantó la mirada y vio la alta figura de pie a cierta distancia. Su traje negro acentuaba sus largas piernas y le daba un toque de elegancia a su figura; incluso era llamativo entre la multitud.
Desde su línea de visión, Roxana pudo verle el perfil perfecto; la nariz respingada y rasgos esculpidos eran la envidia de muchos, de hecho, se veía tan atractivo que otros hombres eran insulsos en comparación con él. «Luciano Fariña». Roxana sintió que se le contrajo el corazón al verlo, ya que no sabía que se encontraría con él el día de su llegada. Los sentimientos que había enterrado en lo profundo de su corazón emergieron de forma temporal, pero ella se apresuró a reprimirlos. Su mirada se tornó despectiva y al fin podía parecer tranquila ante él. En ese momento, los niños salieron del baño.
—Mami, terminamos —comentaron alegres.
Ella salió de su ensimismamiento y casi sufrió un infarto. Lo primero que pensó fue que debía irse de inmediato. «No puedo dejar que Andrés y Bautista lo vean, puesto que se parecen bastante a él. Si se encuentran, sin duda, él se dará cuenta de que algo anda mal». Ella se negaba a volver a involucrarse con él.
—¿Terminaron? Andando —les insistió con nerviosismo—. No querrán hacer esperar a su madrina, ¿o sí? —Sin esperar una respuesta, arrastró el equipaje.
A mitad de su llamada telefónica, Luciano escuchó una voz familiar, miró sobre el hombro y, por el rabillo del ojo, vio una figura femenina que le resultaba familiar. «¿Roxana Jerez? ¿Es ella? ¿Regresó?». Él corrió tras ella de inmediato, pero ya había desaparecido entre la multitud. Al mismo tiempo que su mirada se tornaba sombría, Luciano estuvo a punto de explotar de ira. «Se marchó del país de forma tan decidida e incluso abandonó a la niña. No es posible que esté de regreso».
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