Al oír la respuesta de Frida, los ojos de Abril reflejaron una mezcla de emociones. Tras haber sido rechazada por Luciano y enterarse de repente de que Roxana había regresado al país, no se atrevió a esperar más. En los últimos días había hecho todo lo posible por lograr que alguien la acercara al hombre. Aquella mañana temprano, incluso pidió a Elías y a Sonia que persuadieran a su hijo a propósito. Pensó que él escucharía a sus padres y cambiaría de opinión, pero, una vez más, se había topado con un muro e incluso había tenido que soportar a Estela durante todo el día. Con la pareja presente, la mujer tampoco se atrevió a tener una rabieta. Enfurecida, al final del día decidió invitar a Frida a ir de compras en un intento de disipar su ira; sin embargo, nunca imaginó que se enteraría de tal noticia.
«Innumerables médicos famosos no supieron qué hacer frente a la enfermedad del gran señor Quevedo, pero Roxana consiguió curarlo. Además, ¡Jonatan firmó un contrato con ella donde le promete suministrar hierbas medicinales al instituto de investigación a mitad de precio! Si es así, ¿no fueron en vano mis esfuerzos por instar a los proveedores de Horneros a sabotear su instituto?». Al pensar en eso, Abril puso una expresión seria.
—¿Acaso no conseguí que un equipo médico atendiera al gran señor Quevedo? ¿No fueron eficaces? ¿Por qué le permitieron a ella hacerse cargo del tratamiento? —Mientras hablaba, miró con furia a la mujer que estaba a metros de ella.
«Llegué a tales extremos, pero, aun así, se las arregló para encontrar un proveedor de hierbas medicinales en Horneros. ¡Debe haberse reído de mí a mis espaldas!».
—No es eso —respondió Frida con vacilación tras sorprenderse por un momento—. No hay duda de que el equipo médico que conseguiste fue eficaz, pero ella vino a casa y convenció a mi hermano. Además, el estado del abuelo ha mejorado después de su tratamiento y por eso mi hermano decidió que se encargara de ahora en adelante.
«Teniendo en cuenta que la situación llegó a este punto, nada de lo que diga va a servir de algo». Abril resopló para sus adentros, pero mantuvo la expresión más cordial que pudo.
—No sabía que tuviera tales habilidades, señorita Jerez. Ni siquiera un equipo de médicos profesionales puede compararse con usted —le dijo a Roxana.
—Hay mucho que no sabe —respondió con indiferencia mientras deslizaba un dedo por la pantalla del teléfono—. ¿Por qué? ¿Aún planea sabotearme ahora que sabe que firmé un contrato con la familia Quevedo?
—¿Qué quiere decir con eso? —dijo Abril de manera inocente a pesar de que se le había ensombrecido la mirada—. Le agradezco que haya curado al gran señor Quevedo, así que, ¿cómo podría sabotearla?
—Me temo que no me atrevo a estar de acuerdo, señorita Pedrosa. No soy muy cercana a usted, así que, por favor, no vuelva a hacer esa afirmación en el futuro. Me molesta bastante.
Abril se puso tensa y la ira se le reflejó en los ojos.
—Se hace tarde, así que, dense prisa y entren al restaurante. Las dejaré para que disfruten su cena.
Luego, Roxana inclinó la cabeza sin ninguna emoción y pasó junto a ellas con Andrés y Bautista para salir del restaurante sin mirar atrás.
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