MADRE (Secretos) romance Capítulo 40

Lucio la sostuvo frente a mí, mientras Orlando, satisfecho, volvía a su lugar. Hice mi boca un pico y la arrimé hasta la abertura. Luego escupí el semen ahí, junto con mucho de mi saliva. Lucio guardó la botella en la mochila. Luego me dio un pañuelo de tela para que me limpiara la barbilla, que estaba toda baboseada por mi propia saliva.

               —Tenga más cuidado. La idea es que salga de acá igual a como vino —dijo el chico.

               No podía negar que tenía razón. Al final, la más descuidada de todos terminé siendo yo. Por suerte, la baba que se me había caído sobre el chaleco no había dejado rastro, ya que la gruesa tela la había absorbido, y el color no permitía ver la marca de humedad que había quedado.

               Lo que sí me preocupaba un poco era el olor que había en mi cuerpo. Flujos, saliva, semen… Si alguna profesora se acercaba a hablarme, como lo había hecho Hugo hacía un rato, podría percibir algo de eso.

               — Ya falta poco para que se cumpla la primera hora. Deberíamos empezar, ¿no? —comentó Fabián.

               — Hay tiempo para un sorteo más —dijo Lucio.

               Ni siquiera habíamos llegado a la mitad de la clase. En esa hora y pico que quedaban, podrían hacerme muchas cosas. Faltaba mucho tiempo, y ocho adolescentes que sabían de sexo solo gracias a lo que habían visto en películas pornográficas me tenían a su merced. Pero lo peor era que ya ni siquiera me sentía molesta por las vejaciones que me estaban haciendo pasar.

               Lucio metió de nuevo la mano en la mochila, y sacó una venda negra. Era de esas que se usan para dormir. Escuché un coro de risas reprimidas a medias recorriendo todo el salón. Se puso de pie y colocó la silla que yo usaba en el escritorio, en el rincón en donde se desarrollaban todos sus abusos. Me indicó que me sentara en ella. Después me colocó la venda con mucho cuidado.

               — Si pasa algo, yo le voy a avisar. Usted se quita la venda rápido y hace de cuenta que estamos en clase —explicó el pequeño engendro—. Vas muy bien profe —me dijo después, casi con cariño—. El juego es muy fácil. Los chicos van a pasar uno por uno. Y usted tiene que adivinar de quién se trata —terminó de decir.

               No pasaron muchos segundos hasta que uno de ellos fue acercándose al rincón en el que esperaba, sumisa. Por el sonido de los pasos podía deducir que era uno de los del fondo, que estaba vez se habían sentado varios pupitres más adelante. Podría tratarse de Ricky, o de Gonzalo, o nuevamente Fabián.

               Fuera quien fuera, se colocó detrás de mí, y empezó a masajear mis tetas. Sentí un cosquilleo en mi cuello, que me obligó sonreír, cuando aquel alumno respiró sobre él. Luego me dio un tierno beso. Sus manos se metieron por adentro del chaleco, y ahora apresaban a mis senos con mayor violencia. Sentí un aroma que me pareció familiar. Aunque no estaba segura de en qué momento lo había sentido. ¿Había sido en esa misma aula? Si fuera así, no era un dato muy útil que digamos, porque en ese salón iban todos los jueves montones de chicos y chicas, y los olores se mezclaban. O quizás… había sido en mi casa. Ahora el chico me daba un chupón. Un beso en el cuello que me hacía volar de excitación. A diferencia de la mayoría de los que hasta ahora me habían poseído, el que ahora me manoseaba y besaba lo hacía con mucha habilidad, como si con esas manos hubiera acariciado centenares de senos.

               —Ricky —dije—. Es Ricky.

               —A la primera, que hijo de puta —escuché decir a Gonzalo.

               —Se nota que te conoce muy bien la profe —largó Enzo, entre risas.

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