MADRE (Secretos) romance Capítulo 41

Pero mi rebelde alumno no me liberó del dildo. Simplemente me corrió la bombacha a un costado, y empezó a pajearse, a centímetros de mis nalgas, cosa que, en cierta medida, me decepcionó.

               —Quédese quietita —decía, jadeante—. Quédese quietita profe.

               Escuché los chasquidos de la pija a la que frotaba frenéticamente. Luego un gemido ahogado, que se asemejó a un poderoso ronquido. La leche saltó con mucha presión. Tres chorros de líquido tibio y pegajoso cayeron sobre mi trasero. Ricky se quedó un rato, teniéndome contra la pared, recuperándose de la eyaculación, como si se estuviera recuperando de una maratón. Me acomodó la ropa interior, sobre la cual se adhirió la mayor parte del semen, aunque no fue absorbida por la tela, ya que era muy fina para algo tan espeso. Sentí por el muslo deslizarse lentamente un hilo de semen, pero cuando llegó a la parte inferior de la falda, fue absorbida por ella.

               —Increíble —dijo Fabián.

               —Va a volver a la casa con leche en la bombachita —se ufanó Gonzalo.

               Me di cuenta de que esa eyaculación dentro de mi pollera había estado prevista por Lucio, quien no la habría considerado muy arriesgada, cosa bastante dudosa desde mi punto de vista. Ya me parecía raro que todo se redujera a unas mamadas. Lo del dildo y esta última acabada eran premios a los que todos aspiraban con igual entusiasmo. La idea de que yo anduviera por ahí con el semen de ese chico en mi ropa y en mi piel, lo haría sentirse especial.

               —Bueno, reconozco que estuvo divertido, pero creo que ya es hora de que nos dejen disfrutar a los que aún no hicimos nada —dijo Gonzalo, buscando por primera vez complicidad con Lucio.

               En realidad el único que no había pasado al rincón era el propio Lucio, pero no parecía importarle en lo más mínimo. Él disfrutaba de ser el que dirigiera todo ese espectáculo pornográfico. Eso lo excitaba tanto como coger.

               Lo que siguió durante la última hora de clases fue más previsible que lo anterior. Vinieron uno a uno, para que les hiciera una mamada. Dejaron que los primeros fueran Leonardo y Gonzalo, que no habían tenido mucha suerte la vez anterior.

               La verga de Gonzalo estaba repleta de semen, al igual que sus vellos púbicos. El pendejo no había aguantado al final de cuentas. Había acabado mientras veía cómo sus amigos eran llevados al orgasmo por mí. Eso explicaba su continua exasperación, al menos en parte. Pero ahora su verga ya estaba tiesa de nuevo. Estaba muy olorosa y pegajosa. Pero quería terminar con eso de una vez por todas. Era mi última clase. Mi último esfuerzo.

               Una a una, me fui llevando a la boca esas pijas de todo tipo de tamaño y grosor. Escupía el semen en la botella que me entregaba Lucio cada vez que uno de los chicos acababa. Al final Lucio guardó la botella en su mochila, quizá como una especie de trofeo de esa tarde tan atípica.

A pesar de haber mantenido relaciones con tantos adolescentes, mi aspecto se veía casi normal. Mi rostro había vuelto a su tonalidad habitual, y el pelo y la ropa se mantenían, dentro de todo, bastante prolijos.

               —Recuerden. Esto no pasó nunca. Y no va a volver a pasar —les dije, en una frase contradictoria, que sin embargo reflejaba lo que pensaba.

               —Tranqui profe. Nunca la hubiéramos jodido —dijo Enzo—. Solo nos queríamos quitar las ganas.

               Eso quizás lo pensaba él. Pero Lucio, y según suponía Ricky y Gonzalo, no dudarían en arruinar mi vida con tal de cumplir con sus caprichos. Pero a partir de ahí en más saldría de sus radares. No volvería a cometer el error de darles la oportunidad de ponerme en esa situación de nuevo.

               Sonó el timbre. Las puertas de las otras aulas se abrieron, y los alumnos empezaron a salir a raudales. Un empleado de limpieza abrió la puerta, pensando que ya no había nadie.

               —Disculpe, profesora —dijo educadamente. Pero no tardó en devorarme con los ojos, como si mi ropa sobria fuera un vestido ceñido y escotado. 

               —Chau profe, hasta la próxima —dijo Ricky.

                Los otros también me saludaron con normalidad, y se fueron a mezclar con el montón de alumnos que todavía andaba por los pasillos, totalmente ajenos a lo que había sucedido en nuestra división. Lucio fue el último en irse. Me miró desde el umbral de la puerta, mientras yo fingía que ordenaba mis carpetas.

               Fui al baño a quitarme el dildo. Lo tuve que guardar en la cartera, porque si ese objeto era encontrado en la escuela, sería un escándalo. Esperé al menos quince minutos hasta que el movimiento en la escuela se redujo considerablemente, y salí de ahí. Lo curioso era que aunque ya no tuviera el juguete sexual en mi vagina, sentía como si aún estuviera ahí, cosa que me hacía caminar con cierta incomodidad. Cuando me dispuse a entrar a mi auto, alguien me habló.

               —Profe. ¿Me lleva a mi casa? —me dijo Lucio.

               —Pero si tu casa queda en la dirección opuesta a la mía —le dije yo.

               —Era solo una broma —dijo—. Imagino que cuando llegue a su casa se va a bañar y se va a cambiar de ropa.

               Miré a todos lados, a ver si alguien nos veía juntos. Pero no tardé de darme cuenta de que si alguien nos veía, simplemente interpretarían que se trataba de una profesora y su alumno, quienes se habían encontrado casualmente a la salida de la escuela.

               —Subí —le dije.

               Se acomodó en el asiento de acompañante. No me preguntó a dónde lo estaba llevando. Los primeros minutos del viaje fueron en silencio.

               —No me vas a dejar en paz nunca ¿No? —le pregunté al fin.

               Él se río, con una risa aniñada que me hizo sentirme muy poca cosa, porque me hizo recordar a lo que me había dicho Fabián hacía un rato. Yo era la profesora, yo era la adulta. De alguna manera, yo estaba abusando de ellos, que si bien todos contaban con dieciocho años, eran mucho más jóvenes que yo.

               —Hizo mal en mandarlos a que me pegaran —dijo Lucio, con tristeza—. Casi no zafo. Pero cuando les dije que si iban a su casa se la iban a poder coger… bueno, al principio no me creyeron pero…

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: MADRE (Secretos)