MADRE (Secretos) romance Capítulo 36

La inesperada aparición de Hugo había hecho que los chicos se pusieran más firmes en su idea de seguir el plan que habían trazado a rajatabla. Incluso Gonzalo, que parecía ser el más impaciente del grupo, había controlado su obstinación, y, a pesar de que parecía que aún veía a Lucio como a un pelele, por respeto a Ricky, se mantuvo calmado, y siguió con ese perverso juego, al igual que lo hicieron los otros siete (incluidos los tres chicos que en algún momento me dieron esperanzas).

               Les había prometido que durante lo que quedara de clases haría lo que ellos me ordenaran que hiciera, pero también les aclaré que mi obediencia solo se debía a que estaban ejerciendo un chantaje sobre mí. Sin embargo, a ninguno de ellos pareció conmoverlo lo más mínimo la última aclaración. Tenían a su joven profesora totalmente sometida, y además, ya le había practicado sexo oral a uno de ellos, y me había dejado manosear por otros, así que supongo que era debido a eso que mantenían la misma actitud, incluso los tres chicos que se habían sumado a los extorsionadoras casi por casualidad.

               Todos esperaban a que Lucio dijera cómo seguiría la cosa. El incidente anterior los sometió aún más a su voluntad, casi al punto de que todos ellos eran unas marionetas, al igual que yo, que se movían y hablaban al compás de lo que a ese niño perverso se le antojaba. Y ahora que todo parecía marchar bien para ellos, y que además no habían corrido ningún riesgo, parecía haberse ganado el respeto de casi todos (Gonzalo todavía se mostraba receloso por la incipiente autoridad obtenida por el marginal de la clase).

               Yo estaba en el rincón. A pesar de que ya había tenido bastante acción, nadie que me viera en ese momento sospecharía que estaba teniendo sexo con mis alumnos. Mi pollera me llegaba hasta las rodillas y se mantenía prolija, con apenas algunas insignificantes arrugas. Y arriba tenía un chaleco de lana que no resultaba para nada sensual (aunque según el profesor Hugo me veía muy linda). Mi pelo recogido estaba intacto. Lucio no hubiera permitido que yo saliera del aula como si acabara de tener relaciones con ocho adolescentes. Él había tenido mucho cuidado para que todo lo que ocurriera entre esas cuatro paredes quedase ahí.

               Miré con desprecio al chico de anteojos gruesos. Se veía nervioso, pero determinado. Sacó de su mochila una pequeña bolsa con un montón de papelitos hechos un bollo en su interior. Me imaginaba por dónde iba la cosa. Le seguí la corriente. Sin esperar a que me dijera qué tenía que hacer, me acerqué a su pupitre, para luego meter la mano en la bolsa, y sacar uno de los papelitos. Esos juegos solo servían para recordarme que estaba en las garras de un adolescente caprichoso. Aunque ahora que lo pienso, probablemente no tenía que ver tanto con su personalidad aún infantil, sino con una faceta fetichista.  

                Deshice el bollo en el que estaba convertido el papel, hasta que pude leer lo que tenía escrito.

               —Juan Carlos —dije.

               —Pero qué suerte tiene este hijo de puta —dijo Enzo.

               —Él ya pasó. Que saque de nuevo —dijo Ricky.

               Juan Carlos no se quejó. Saqué otro maldito papelito de la bolsa.

               —Fabián.

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