Me duele el amor excesivo romance Capítulo 10

Las manos de Cristóbal se cerraron en un puño en sus bolsillos, su respiración era agitada y sus delgados labios estaban apretados. Cada uno de sus nervios se tensó y se entumeció a causa de los movimientos involuntarios de Elisa. Cristóbal conocía todas las zonas erógenas de Elisa, y ella conocía a la perfección su punto débil. Sabía lo que podía hacer para que él no pudiera resistirse a su seducción sin que se aburriera. El rostro del hombre se desfiguró; sin embargo, antes de que pudiera decir algo, la joven, que en un principio estaba ocupada frente a la encimera de la cocina, se volvió de repente con una sonrisa en su bonito rostro.

-Ha regresado, señor Bermúdez.

Sin llevar zapatos, se acercó rápido a él con un cuenco en una mano y en la otra un tenedor que sostenía un trozo de panceta de cerdo guisada recién preparada. Este era el plato favorito de Cristóbal.

-Pruébelo. —Su voz era suave y servil—. Hice todo lo posible por aprender a cocinar este plato de la mano del chef de la Pequeña China, pero no sé qué tal sabe.

A continuación, acercó a los labios de Cristóbal el trozo de panceta de cerdo guisada que se veía deliciosa. Pese a ello, después de echar otro vistazo al rostro congraciado de la joven, él no suavizó su actitud.

—¿Qué haces aquí? -preguntó con un tono sombrío.

La joven no se enfadó al ver que él no comía el trozo de carne, en cambio, agachó la cabeza y respondió con sinceridad:

-Vine a disculparme.

Colocó el cuenco y el tenedor sobre la mesa y luego, con mucha cautela, intentó tomar la mano con sus delgados dedos. Aunque la expresión de Cristóbal era distante, no rechazó su acercamiento. Esto la animó un poco, así que extendió la palma de la mano y le sacudió despacio el brazo con una expresión lastimera y herida en su bonito rostro.

-Estaba celosa, señor Bermúdez. —Su voz baja era muy agradable a los oídos—. Me puse celosa porque usted llevaba de la mano a la señorita Vargas. La próxima vez no volveré a perder los estribos, ¿de acuerdo? -dijo mientras se apretaba contra él y se ponía de puntillas para besarlo -. Míreme; estoy aquí para ofrecerte una humilde y sincera disculpa. -Entonces, lo señaló y declaró-: Hay un dicho que dice que una mujer debe cocinar para el hombre que ama. Me costó mucho aprender a hacer esta receta, así que ¿me hará el honor de probarlo, señor Bermúdez?

Cristóbal seguía sin hablar, pero su expresión se había suavizado. Sin duda, Elisa podía percibir cada una de sus reacciones, así que exhaló para sí un suspiro de alivio. Luego, le rodeó el cuello con sus brazos delgados, pero él la sujetó por la muñeca cuando quiso recostar su cuerpo sobre el de él.

-¿Qué haces?

Su voz era tan profunda que ella no le era posible distinguir ningún rastro de emoción. Elisa sonrió con coquetería. Su boca se abrió y se cerró al tiempo que susurraba con un tono de voz mortalmente seductor y temeroso:

Capítulo 10 1

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