Elías abrió sus ojos, pero parecía perdido, lo que indicaba que aún estaba un poco ebrio. El exceso de alcohol en tan poco tiempo era lo que lo tenía así. Al detener el carro en la entrada de la comunidad de Anastasia, el guardaespaldas abrió la puerta rápidamente para ayudar a Elías a levantarse. Sin querer su ayuda, Elías sacudió su brazo.
—Estoy bien. No necesito ayuda alguna.
A pesar de que Elías estaba ebrio, le importaba mantener su imagen firme frente a Anastasia, pues no quería que ella pensará que ya estaba al límite.
—Señor, por favor, no se vaya primero. Tendrá que llevarlo de regreso al rato —dijo Anastasia al guardaespaldas, a lo que este asintió en respuesta.
—De acuerdo. Me quedaré aquí y esperaré al presidente.
En cuento Elías empezó a caminar, Anastasia se acercó para ayudarlo.
—Cuidado por donde caminas.
Por supuesto que no estaba tan ebrio al grado de no poder caminar bien, pero el delgado brazo que lo sostenía lo hacía feliz. Así que, no resistió, ya que mostrar una que otra debilidad frente esta mujer, era necesario.
Después de atravesar el romántico jardín bajo la luz de la luna, llegaron al elevador y subieron a su piso. Abrió la puerta y Elías entró en su casa. A pesar de que solo era un pequeño apartamento con dos recamaras, tenía un extraño atractivo que le hacía sentirse incluso más a gusto que en su propia casa. Usando su brazo como almohada, Elías se tumbó perezosamente en el sillón y miró a la mujer que estaba sirviendo agua y buscando la medicina.
—¡Recuerdo que estaba aquí! ¿Dónde estará? ¿La habré tirado? —Se escuchó la voz de la mujer murmurando para sí desde el gabinete.
Mientras tanto, Elías no tenía prisa y deseaba que no pudiera encontrar la medicina pronto. De ese modo, podría tener una razón para quedarse toda la noche. Debido a todo el trabajo que tenía, Anastasia tenía sus recuerdos alterados. Entonces, recordó que guardaba la medicina en el gabinete de su habitación. Se apresuró a encontrarla, tal y como esperaba. Después de leer las instrucciones, tomó tres pastillas y le sirvió un vaso de agua tibia.
—Aquí tienes las pastillas.
Anastasia las dejó en la mesita y observó como el hombre las tomaba.
Elías se levantó y tomó las pastillas sin dudar, para después volverse a acostar y observarla.
—Quiero descansar un poco más.
Sin embargo, Elías resopló de repente mientras se agarraba el pecho y Anastasia que acaba de resoplar, le preguntó:
—¿Qué pasa? —Mientras preguntaba, se acercó a un lado el sillón y se inclinó para observar su rostro. —¿Te duele algo más?
Pero, en ese instante, Elías la tomó de la muñeca y, de un tirón, la atrajo hacia su abrazo. Enseguida, le dio la vuelta y la aprisionó contra el sillón. Al ver la sonrisa maliciosa del hombre, Anastasia se dio cuenta de que había sido engañada.
—Tú…
—Y dices que no te preocupas por mí. ¿No estás mostrando mucho interés ahora? —Elías sonrió satisfecho pues no iba a dejarla escapar tan fácilmente.
—Tú… ¡Suéltame! ¿Quién dice que estaba preocupada por ti? Solo no quería que algo que te pasara a ti, implicara también a mi padre. —Anastasia se limitó a decir una excusa y seguir con ella.
Pero a los ojos de Elías, todo eso, era una tontería.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¿Mi hijo es tuyo?
Montar más capitulos, gracias...