Saludo al General romance Capítulo 10

De vuelta en el Palacio de las Nubes, Nataniel disfrutaba de la comida junto a Penélope y los suyos, gozando de un maravilloso tiempo de familia de calidad. Pero, de repente, el teléfono de Bartolomé emitió un fuerte estruendo y no pudo creer lo que veían sus ojos cuando observó el número en la pantalla:

—Espera, es Samuel quien llama. ¿Por qué me llama de repente?

—Mi instinto me dice que debe haber llamado para pedir la píldora —subrayó Nataniel, con una disimulable curva en los labios. Luego, sobre la mesa, puso la píldora; la cual sido sellada para preservar su frescura y efecto.

Bartolomé y su familia se dieron cuenta de que Nataniel lo había predicho correctamente cuando había afirmado que sería cuestión de tiempo que Samuel y sus hombres fueran a pedir la píldora. Entonces, con una pizca de incredulidad en los ojos, Bartolomé puso la llamada en modo altavoz:

—¿Hola? —La voz de Samuel resonó al otro lado de la llamada—. Bartolomé, papá está en un estado terrible ahora y necesita de Fenixia para salvar su vida. Trae la píldora ahora, de inmediato.

Los ojos sorprendidos de Bartolomé se agrandaron y redondearon cuando escuchó la voz temblorosa de Samuel pidiendo la píldora: «¡Es verdad! Nataniel ha vuelto a dar en el blanco».

Lanzó una mirada de incredulidad a Nataniel y estuvo a punto de abrir la boca para acceder a la petición de Samuel, ya que nunca se atrevía a desafiarlo y siempre había desconfiado de su hermano mayor. Sin embargo, Leila le arrebató el teléfono antes de que pudiera decir una palabra:

—¿Eh? ¿Así que ahora pides a Fenixia? —le gritó con desprecio—: ¿No la tiraste al suelo y dijiste que era una pastilla podrida? E incluso nos comentaste que la reserváramos para nosotros… ¿Qué les hace pensar que pueden recuperarla ahora ya que la han tratado como basura?... Ni creas que te será tan fácil recuperarla así como así. Ven a rogarnos si realmente la quieres. —Con un gruñido de enfado, colgó la llamada, pero el teléfono volvió a sonar en el momento en que colgó; era Samuel de nuevo. Al ver esto, decidió apagar el teléfono por completo, junto con el suyo y el de Penélope—. ¿No acaban de avergonzarnos delante de nuestros amigos y familiares cuando tiraron nuestro regalo al suelo? —La cara roja de Leila habló agitada—: Por no hablar de cómo nos señalaron haciéndonos sentar fuera del banquete, para alimentarnos con las sobras. Pero ahora sí tienen el valor de exigirnos que les entreguemos la píldora como si tuvieran todo el derecho a tenerla. De ninguna manera voy a ceder a menos que vengan a nosotros y nos lo pidan: ¡sobre mi cadáver!

Penélope no podía apartar los ojos de Nataniel. Le resultaba imposible comprender cómo podía decir las cosas con absoluta exactitud. Esto fue igual que la ocasión anterior, cuando esperaba que el señor Harvey se presentara en su puerta con una disculpa y había resultado ser cierto.

Ahora su profecía parecía materializarse de nuevo cuando decía que Samuel y sus hombres volverían a por la píldora, y volvía a acertar: Samuel acababa de llamar a Bartolomé preguntando por Fenixia.

Penélope se dio cuenta de que Nataniel siempre había cumplido su palabra pues su predicción nunca resultaba errónea:

—Será mejor que seas sincero conmigo y me digas a qué se debe todo esto —exigió Penélope con un tono exigente.

—¿De qué estás hablando? —reprendió Nataniel con una sonrisa desenfadada, mientras le daba de comer a Reyna.

—No me mires así. —Penélope le recriminó—: ¿Qué te hizo pensar que Samuel vendría a rogarnos por esa píldora? ¿Cómo lo supiste desde el principio? —Sus palabras hicieron que Bartolomé y Leila fijaran sus ojos sospechosos en él.

—Cuando reflexionaba sobre cuál sería el mejor regalo de cumpleaños para Alfredo, me enteré de que tenía la condición médica de «las tres altas», que era propensa a enfermedades como el derrame cerebral —explicó Nataniel—. Por eso quise regalarle la píldora. En cuanto a lo que me hace estar tan seguro de que volverán a suplicarnos la píldora, todo empezó en el banquete cuando lo vi ofrecer rondas de brindis a sus invitados. La bebida es la mayor causa que ha llevado a la gente con tales condiciones médicas a enfermar, de ahí que en secreto haya temido lo peor para Alfredo. Estaba seguro de que Samuel y el resto se enterarían de lo de la Fenixia por el médico, en caso de que le ocurriera algo a Alfredo. Por eso dije que vendría a nosotros y pediría la píldora para salvarlo.

Como si acabaran de descubrir el mayor misterio de la tierra, Bartolomé y Leila pusieron una expresión de sorpresa tras escuchar la explicación de Nataniel y aunque Penélope aún se sentía incrédula sobre todo el asunto, la explicación de éste le pareció razonable:

—Entonces, ¿es cierto que la Fenixia puede hacer maravillas con las enfermedades causadas por «las tres altas»? —preguntó Bartolomé, asombrado por la píldora milagrosa.

—Sí, realmente lo hace. —Nataniel asintió con firmeza.

—¿Supongo que costará un dineral? —argumentó Leila.

—Sería extremadamente difícil encontrar una píldora tan antigua hoy en día —reconoció Nataniel con una sonrisa—. La última vez que vieron una fue en una subasta y se vendió por diez millones.

«¡Diez millones!» Penélope y su familia se quedaron boquiabiertos al oír su precio.

—Ya que es algo tan valioso —Bartolomé le devolvió inmediatamente la píldora a Nataniel—, será mejor que la guardes en un lugar seguro.

—Llamé a Bartolomé para pedirle que me enviara la píldora, Fenixia, pero me colgó —refunfuñó Samuel—, y ahora incluso apagó el teléfono.

—Seguro que ahora está enojado con nosotros —replicó Pablo, de mala gana—, ni siquiera le importa el estado de papá.

—Papá está envejeciendo. Esta puede ser lo último que pase en su vida y podría dejarnos para siempre.

—¿Pero no es eso algo bueno para ti, Samuel? Al no estar papá, podrías asumir el papel de líder de nuestra familia.

—El problema es que papá no ha hecho testamento, Pablo. —Samuel sacudió la cabeza con frustración—. Si papá falleciera de forma tan repentina en ausencia de un testamento, Bartolomé obtendría también hasta un tercio de la fortuna de la familia, según las leyes interestatales.

—¿Qué? ¿Qué le da derecho a semejante reclamación? —gritó Pablo muy exaltado.

—Al ser hijo de Alfredo Sosa, tiene derecho a la fortuna de papá, igual que tú y yo —explicó Samuel.

—¿Qué debemos hacer ahora, Samuel? —A Pablo se le estaba acabando la paciencia.

—Tenemos que asegurarnos de que papá siga vivo para poder conseguir que haga un testamento. Solo deberíamos incluirnos a ti y a mí como beneficiarios de su herencia —dijo Samuel con voz grave—: Estoy seguro de que puedo conseguir que papá haga eso ya que me hace caso, pero necesitamos la píldora para salvarlo. A como dé lugar, necesito que vayas a buscar a Bartolomé ahora y la consigas.

—Eso es fácil. —Pablo mostró una sonrisa tenebrosa—: Me llevaré a Dani y a sus chicos conmigo, ellos le darán una paliza a Bartolomé si se niega a entregar la píldora.

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