Pablo descubrió que Nataniel y la familia de Bartolomé estaban cenando en el Palacio de las Nubes. Con Dani y su banda de maleantes, Pablo Sosa y los suyos estaban a punto de irrumpir en el lugar para buscar al hombre. Sin embargo, una docena de guardias de seguridad vestidos con trajes se colocaron frente a la entrada como barreras humanas, impidiéndoles entrar en el restaurante. Por ello, agitado, Pablo Sosa rugió al grupo de guardias…
—¡Apártense de mi camino! —Un hombre con una gran marca de nacimiento verdosa en el lado izquierdo de la cara se acercó—. Nuestro jefe, el señor Tomás Dávila, nos ordenó que no aceptáramos a ningún cliente en nuestro restaurante por el momento. Unos invitados muy importantes están cenando en nuestro restaurante ahora mismo, y él no quiere que se les moleste —anunció con frialdad.
—Fuera de mi vista, monstruo de cara verde —le gritó Dani a Javier con una mirada amenazante—: Estamos aquí con el señor Sosa para buscar a alguien, no para cenar y beber, hazte a un lado.
—¿Qué valor tienes para venir al territorio del Señor Dávila y hacer una escenita aquí? ¿Quién te crees que eres? —Javier sacudió la cabeza—: Te doy una última oportunidad para que te largues o me aseguraré de que te lleven en camilla. —Era un secreto a voces en el Distrito Este que Tomás Dávila era el indiscutible mandamás de la ciudad y que Javier era su hombre de confianza, conocido por ser extremadamente cruel y despiadado.
Cuando Pablo miró por encima del hombro de Javier, pudo ver a Nataniel cenando con Bartolomé y su familia dentro del Palacio de las Nubes y dado que éste era el territorio de Javier, Pablo sabía que los hombres de éste le superaban en número. Además, lo único que quería era la píldora, no un enfrentamiento con Javier y sus hombres.
—Mira, Javier. El tipo que estoy buscando está sentado justo dentro. ¿Puedes hacerme un favor y dejarme entrar? —Pablo Sosa se dirigió a un enfoque más educado.
Pero la respuesta seguía siendo la misma por parte de Javier, que mantenía su tono inaccesible:
—No. Nuestros invitados del señor Dávila siguen comiendo ahora. No se permitirá a nadie entrar en el restaurante. Mueve tu trasero de aquí o te haré pagar por tu terquedad.
—¿Cuál es el plan ahora, Señor Sosa? —murmuró Dani a Pablo.
Pablo respiró hondo para despejar su mente:
—Bien, salgamos de aquí antes —ordenó—, pero deja a un tipo aquí para que los vigile de cerca, y que nos llame en cuanto Bartolomé ponga un pie fuera del lugar.
Sabiendo que no era competencia para Javier y sus hombres, Pablo no se atrevió a provocar problemas en el territorio de Tomás Dávila. Así que se marchó con sus hombres y dejó a un tipo atrás para que vigilara de cerca, a Bartolomé y su familia.
Con Pablo y la mayoría de sus hombres fuera del camino, a Javier no le importó dejar que un solo tipo se quedara atrás para que vigilara a Pablo, ya que sabía que el objetivo de éste era un cliente del restaurante, y no el restaurante en sí.
Después de terminar su almuerzo, la familia de Nataniel y Penélope salieron del lugar y en seguida, el espía de Pablo, que estaba de pie a cierta distancia del restaurante, lo llamó:
—Señor Sosa… Dani, ¡están saliendo del restaurante!
¡Pum! ¡Pum! En un instante, Pablo y Dani, junto con una docena de sus hombres, salieron furiosos por la escalera de emergencia y se dirigieron hacia el restaurante.
Bartolomé saludó a Pablo con una mirada ligeramente sorprendida:
—¿Qué te trae por aquí, Pablo? —le preguntó.
Pablo nunca había tratado a Bartolomé con respeto y ahora que éste lo había hecho esperar media hora afuera del restaurante, su resentimiento hacia él no hacía más que aumentar:
—¡Deja de fingir y dámela ya! —le exigió Pablo.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —Bartolomé frunció las cejas, con cara de desconcierto.
—Devuélveme mi Fenixia y te dejaré ir —lo amenazó Pablo—: No me hagas usar mis puños contigo.
—¿Desde cuándo la Fenixia te pertenece? —Su insolencia enfureció a Leila—. Cuida tu actitud, Pablo. ¿Así es como pedirías un favor a alguien?
—La Fenixia se la dieron a papá como su regalo de cumpleaños. Tenemos todo el derecho a reclamarla. —Pablo contestó y sonrió satisfecho.
—Pero ya no les pertenece, ya que la tiraron al suelo —le gritó Leila.
—Nos la regalaron y tenemos derecho a hacer lo que deseemos con ella —insistió Pablo—: Podemos elegir tomarla o tirarla, ¿eso a ti que te importa? Será mejor que hagan caso a mi petición y entreguen la Fenixia de inmediato, o de lo contrario, les haré pagar un precio muy alto por no escucharme.
—¿No hemos visto suficiente de tu abuso y burla? ¿Crees que nos vamos a dejar intimidar por eso? —Sus palabras solo aumentaron la rabia de Leila al máximo, mientras se arremangaba y gritaba—: ¡Muéstrame! No puedo esperar a ver qué otros trucos tienes en la manga.
Nataniel no se sobresaltó cuando mandó a sus hombres con su actitud fría:
—Atrápenlo.
Javier, que había estado quieto como una estatua, entró en acción en el instante en que Nataniel dio su orden. Se desató una violenta pelea que convirtió la entrada del Palacio de las Nubes en un sangriento campo de batalla. El aire se llenó de gruñidos salvajes y nauseabundos, y el olor de la sangre se hizo más intenso.
Penélope temblaba de miedo mientras se tapaba la boca para no gritar en medio de la oleada de alaridos y gritos salvajes. Uno a uno, vio con horror cómo Javier y sus hombres derribaban a Dani y su banda como si fueran fichas de dominó. La pelea terminó en un instante y Pablo se quedó solo cuando todos sus hombres estaban en el suelo, empapados en un charco de su propia sangre.
—Us…tedes... u…ustedes.... —La voz de Pablo tembló mientras sus ojos parpadeaban entre Nataniel, Penélope y Javier y su rostro estaba desprovisto de todo color, tan frío como un cadáver.
—No perdonaremos a nadie que se haya atrevido a ser grosero con los invitados del señor Tomás —señaló Javier con su tono frío y amenazante—. Llévenselo. —Sus hombres se acercaron y agarraron a Pablo.
Penélope intervino en el último momento:
—Dejémoslo tranquilo, Nataniel. Después de todo, es mi tío.
Nataniel respondió con una suave sonrisa:
—Claro, cariño. —Se volvió hacia Javier y le ordenó—: Déjalo ir, Javier. ¿No escuchaste lo que dijo mi esposa?
—Sí, Señor Cruz. —Javier detuvo a sus hombres y respondió servilmente.
—Haz que Samuel venga a suplicar a Bartolomé y Leila en persona si quiere la píldora para salvar a tu padre —dijo Nataniel a Pablo, que seguía temblando incontroladamente de horror—. Y asegúrate de decirle que hay que ser humilde cuando se pide un favor. —Dicho esto, tomó la mano de Penélope y se alejó.
Un rubor se abrió paso en las mejillas de Penélope cuando se dirigió a ella como su esposa y su corazón se puso a cien cuando él le agarró la mano.
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