-Esto sabe delicioso -dije-. Sabe igual a los pasteles de mi madre.
-Avísame cuando quieras comer. Puedo prepararlos para ti cuando gustes.
—¿De verdad?
Había dado un mordisco grande y casi me atraganté. Él me dio unas palmadas en la espalda y dijo:
—Tómate tu tiempo. Podemos buscar un lugar para sentarnos. No hay que comer parados afuera del baño.
-Mmm -balbuceé incomprensiblemente con la boca llena de pastel de ajenjo.
Levanté la mirada y estaba a punto de irme cuando vi a Silvia parada del otro lado del pasillo. Me estaba mirando con una expresión de sorpresa. Debió pensar que acababa de ver algo que no debía ver. Arturo y yo nos habíamos portado muy amigables. Me había dado una palmada en la espalda. Me pregunté si debía explicarle a Silvia la situación y dejarle claro que las cosas no eran lo que parecían, pero no quería poner al descubierto la relación entre Arturo y mi madre. Ahora, todo estaba hecho un desastre. No quería que la gente tomara a mi madre como una mujer libertina. Sin embargo, no importaba. Silvia se había dado la vuelta y se había ido mientras yo estaba entre mis pensamientos. Al volver a mi asiento, ella no paraba de mirarme con incredulidad. En cuanto mis ojos se encontraban con los suyos, se volteaba. Era un poco incómodo.
Abril vio la caja en mis manos, la tomó y la abrió.
-Ay, pasteles de ajenjo -dijo mientras se metía uno a la boca-. ¿De dónde los sacaste?
No sabía por dónde empezar cuando tanta gente me miraba. Arturo no pareció incomodarse.
—Escuché que a Isabela le gustan, así que hice unos antes de venir.
-Está delicioso -asintió Abril enérgicamente-. ¿Por qué sólo hay cuatro? Apenas alcanza como aperitivo.
-Deja de comer. Vamos a almorzar —le dije, luego le quité la caja y le volví a poner la tapa.
Creí que el fiasco de los pasteles terminaría ahí pero Abril siguió hablando sin parar.
—Arturo, te acuerdas de la comida favorita de Isabela pero no de la mía. ¿Todavía recuerdas que soy tu novia?
Silvia orientó su mirada sobresaltada hacia Abril. Iba a pasársela de maravilla intentando entender la complicada red de relaciones.
Esta era la primera vez que yo asistía a una reunión de almuerzo. Básicamente, se trataba de hablar de negocios y comer al mismo tiempo. Sonaba como algo que me causaría una indigestión. Silvia había estudiado artes, no finanzas. Sin embargo, era lúcida, lógica y precisa. Le iría bien como directivo.
Abril era quien llamaba la atención. Debía haber heredado los genes de su padre. Ida con su habitual comportamiento distraído. Mantuvo su posición durante la plática, repartiendo comentarios que tuvieron a Roberto con la ceja levantada a causa de la sorpresa.
Yo era la única que parecía estar viendo desde la banca.
Abril me dio un codazo y dijo:
-¿Estás escuchando?
—Sí, sí -asentí vigorosamente.
—¿Entiendes lo que está pasando?
-Eh -dije.
Para ser honesta, no podía ver la diferencia entre los tipos de arquitectura de los que hablaban. Abril vio la confusión en mis ojos y supo de inmediato que no había entendido ni una sola palabra de lo que se había hablado. Apretó la mandíbula y dijo:
-Repasa todo de nuevo después del trabajo.
Yo había estado escuchando con atención y tomando notas. También grabé todo el audio. Justo como en la universidad, subrayaba algunas notas con líneas rojas y onduladas. Las líneas parecían el contorno de las olas. De repente, recordé el mar que había visto hace dos noches. Roberto y yo nos sentamos en la cama y miramos las olas afuera. Comencé a dibujar con mi pluma azul. Dibujé las olas azules, la espuma blanca y las gaviotas gris claro. Debí haber estudiado artes. Podía dibujar y esculpir pero en vez de eso estudié finanzas. Podía sacarle diferentes colores a una pluma azul. Se veían distintos.
Abril me jaló la oreja.
Me ruboricé un poco. Sentí un poco de vergüenza. Me gustaba dibujar retratos. Retrataba a la gente que era cercana a mí, como Abril y mi padre. No obstante, Abril nunca podía sentarse quieta. Parecía que tenía agujas en el trasero. Si intentas sentarla derechita en una silla, después de un rato comenzará a retorcerse de
incomodidad. Nunca logré hacer un buen retrato de ella.
Mi padre, por otro lado, siempre había estado muy ocupado. Nunca me permití quitarle el tiempo que podía usar para descansar. Las veces que lo había dibujado, estada sentado en la silla de su estudio. Poco a poco se quedaba dormido mientras lo dibujaba. Por eso muchos de mis retratos de mi padre eran de él dormido.
En cuanto a Andrés, tuve que depender de las fotos y mis recuerdos de él para dibujar su retrato. Sólo tenía veinte años en ese entonces. Lo imaginé con cejas más gruesas, la nariz más afilada y un destello de determinación feroz en sus ojos. De todos modos, había diferencias entre el retrato y el Andrés real. Sólo Abril, quien no sabía nada sobre arte, podría pensar que se veían idénticos.
Mi mente comenzó a flotar mientras pensaba en el pasado. Entonces, Roberto me pellizcó el dorso de la mano. El dolor me hizo aullar.
—¿Qué haces?
—Pon atención. Aprenderás algo de esto. No te quedes
tonta.
Estaba furiosa. Roberto era el único que creía que yo era una completa idiota. Después de que sirvieron el postre y nos lo comimos, la junta terminó de lujo. Había estado perdida la mayor parte del tiempo pero de todos modos logré aprender algo. Abril me quitó mi rebanada de pastel de chocolate y dijo:
-Isabela, ¿sólo te comiste un pedacito? Yo me lo como si lo vas a dejar.
Quería dejar espacio para mis pasteles de ajenjo. Los pasteles de harina comercial no sabían tan bien después de dejarlos afuera mucho rato.
Silvia no llegó en auto, así que Roberto le dio un aventón porque le quedaba de paso. Andrés, Abril y yo nos subimos al mismo auto. Abril se le acercó furtivamente a Arturo antes de que se fuera.
-¿Estás ocupado? No me has invitado a salir.
—Te invito a salir este fin de semana. Podemos ir a una exposición de arte.
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