Abril continuó regañándome después de que la reunión había terminado.
-¿Acaso eres idiota? Silvia está suavizando su postura y usándola como una oportunidad para atacar. Sus palabras pueden sonar dulces, pero sólo está usando esta oportunidad para estar cerca de Roberto. Ella está tratando de robar a tu marido y aquí estás, dándole la oportunidad de hacerlo.
-Que se lo quede -le dije. Pensar en Roberto me enojó—. Yo no habría llegado tarde de no haber sido por él.
—Tal vez esa pareja adúltera había planeado esto todo el tiempo. Roberto propuso la asociación y luego le dio la oportunidad de trabajar con Silvia. Ahora tienen la oportunidad de estar uno cerca del otro.
-No hay necesidad de que hagan eso si quieren reunirse.
—Están matando dos pájaros de un tiro. Así piensan los empresarios. Además, ahora tienen una excusa adecuada.
Mira lo despreciables que son. ¡Despreciables! —Abril dijo furiosa.
-Olvídalo -dije-. Así es la cosa entre Roberto y yo.
-No me importa. No podemos ver a Silvia aprovecharse de ti así.
A veces, de verdad no tenía ¡dea de lo que Abril estaba pensando. Ella quería que Andrés y yo estuviéramos juntos, pero también quería que luchara por mi matrimonio con Roberto. ¿Se suponía que iba a serle infiel a los dos?
Salimos de la sala de juntas y vimos a Roberto y a Silvia hablando de trabajo en el pasillo. Caminaban lento por el pasillo mientras hablaban. Detrás de ellos había un gran grupo de asistentes y secretarios personales.
Siempre tenía cierta sensación cuando los veía a los dos juntos. Descripciones como la pareja perfecta me caerían en la cabeza.
Se veían bien juntos. Roberto no debió haberse casado conmigo.
Andrés vino y habló conmigo.
-Isabela, conseguí a alguien que remolque tu auto. Deberías considerar reemplazar ese auto descompuesto.
—Está bien.
-¿Tu padre te dejó ese auto?
—No hay manera de que el padre de Isabela le hubiera dejado ese pedazo de basura. Pertenece a la familia Lafuente. Apuesto a que ni sus sirvientes conducen un auto tan descompuesto. Isabela también es parte de la familia. Son tan miserables.
Roberto seguía caminando por delante de nosotros. Golpeé a Abril en el brazo y la empujé.
Abril y yo nos dirigimos a un restaurante japonés que estaba cerca para almorzar. Le encantaba el sashimi y tenía que comerlo una vez a la semana. Me aseguraba de que tomara antiparasitarios seguido. No importaba lo frescos que fueran los mariscos, iba a haber algunos parásitos escondidos dentro.
Andrés regresó al despacho de abogados. Trabajar para dos empresas lo tenía corriendo ocupado todo el día. Sin embargo, siempre estaba presente en cada reunión de la Organización Ferreiro.
Tuvimos suerte de encontrarnos con Roberto y Silvia en el restaurante japonés. Sentados justo de frente. Podríamos verlos si no cerrábamos la puerta.
Silvia me saludó con la cabeza. Asentí de regreso. Abril rodó los ojos.
-La pareja adúltera.
—Cállate —susurré—. Sería incómodo si oyen eso.
-¿Y qué? Ellos son los que andan ahí, buscándose tan tranquilos. ¿Puedes tratar de actuar como la esposa que eres?
-Basta -le dije. Tan pronto como ella mencionó eso, recordé la última vez que intentamos atrapar a Roberto y a Silvia en el acto. La idea de ello todavía hacía que mi cabello se erizara.
El amable dueño del restaurante japonés nos entregó el menú. Abril señaló la mesa de enfrente y dijo:
-Lo que ellos pidan.
—Sí, señora —se inclinó la dueña del restaurante y se fue.
Los platos se sirvieron en breve. Un pequeño plato de algas en rodajas, un pequeño plato de ciruelas encurtidas y tofu, una sopa de miso en un tazón poco más pequeño que un tazón de arroz y un pequeño plato de salmón frito del tamaño de la mano.
Abril y yo terminamos todo en poco tiempo. La dueña del restaurante aprovechó para limpiar los platos vacíos a pesar de que acababa de servirnos.
-Por favor, disfruten de un momento de descanso. Muchas gracias.
—¿Qué quiere decir con eso? -Abril se frotó la nariz-. ¿Dónde está nuestra comida?
—Ya se sirvió.
—¿Se refiere a esto? —Los ojos de Abril se ensancharon-. ¿Son estos aperitivos gratuitos?
-Estos son los platos principales.
Abril extendió el cuello y trató de asomarse a lo que había en la mesa de Roberto y Silvia.
-Por Dios. Es verdad. Eso es todo lo que están comiendo. Los dos, de al menos tres metros de altura y eso es todo lo que están comiendo. ¡Increíble!
—Nadie te pidió que ordenaras lo que habían pedido.
Abril hizo un gesto para la dueña del restaurante.
Casi me tragó la cabeza de un pez entero. Miré como tonta a Abril.
—¿Qué acabas de decir?
—Te pregunto si amas a Roberto.
-¿Tú qué crees?
-¿Amas a Andrés entonces?
Lo pensé muy bien.
-En realidad no tengo idea.
-Isabela, has cambiado -dijo Abril con mucho dolor y tristeza antes de hundir sus dientes en la cabeza de un salmón.
—¿Cómo?
—Ya no eres la Isabela decidida y firme que conozco.
—¿Por qué dices eso?
—Tus ojos solían brillar como estrellas cada vez que hablabas de Andrés. Siempre hablabas de casarte con él y con nadie más.
—Éramos niños entonces. Ahora somos adultos. ¿Cómo puedo seguir hablando así? Además, ya estoy casada.
Perdí todo interés en ese pensamiento. Abril encendió la parrilla. Le encantaba la piel de pollo a la parrilla. Le encantaba el sabor y la sensación de la grasa jugosa que se estimulaban en su boca mientras mordía en la piel de pollo. Sonaba como una pervertida cuando hablaba así.
—Isabela, esto es sólo porque no eres capaz de superar el hecho de que has tenido sexo con Roberto, ¿verdad? Tienes miedo de que Adonis se preocupe.
No respondí. ¡Esa podría ser sólo una de las razones!
-¿Quieres que te ayude a preguntarle? Puedo preguntarle a Adonis si tiene algún fetiche por las vírgenes.
-Abril -golpeé la parte posterior de su mano con un pincho de donde saqué la carne-. Si te atreves a arrojar cualquier tontería delante de él, te acabaré.
-No importa. ¿Crees que puedes acabar conmigo así? Puedo golpearte hasta la muerte con una sola bofetada.
Ella tenía razón. No era rival para Abril.
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