Corrió hacia mí cuando terminó de lucirse.
—Isabela, hoy saliste temprano del trabajo.
-Sí, tengo algo que hacer por la tarde, así que salí temprano.
—Ya veo.
Hoy hacía bastante calor, Emanuel llevaba mangas para protección contra los rayos UV ya que usaba una camiseta de manga corta.
-Sígueme a mi habitación -dije.
-¿Qué ocurre? -Me siguió entusiasmado-. ¿Quieres jugar a los videojuegos conmigo?
-¿Quién te dijo que así sería? -dije mientras cargaba mi bolsa y me dirigía a la mansión.
-¿Qué hay en tu bolsa?
—Algo bueno.
—¿Algo que se pueda comer?
-La verdad es que no -dije mientras entrábamos en la sala de estar.
Mis cuñadas estaban viendo un programa de televisión, aunque pasaban mucho tiempo juntas, eso no significaba que fueran unidas, lo hacían porque compartían temas de conversación afines y como resultado, formaban una alianza que no afectaba a los intereses de la otra. Desde que entramos a la casa, sus ojos no se apartaron ni de mí ni de Emanuel, Puede que la presencia de su hermano les impidiera alzar la voz, pero aún podía escuchar fragmentos de su conversación.
-Je, je, je, mira a esa zorra, va tras Emanuel después de fracasar en su intento de seducir a Roberto.
-¿Acaso ella no es mayor que Emanuel?
-Por tres años, vaya que ella es increíble.
Ellas eran los que eran increíbles, sin embargo, no importaba lo que dijeran, podía fingir que no había escuchado ya que no tenía sentido discutir con ellas. Emanuel también escuchó parte de su conversación y frunció el ceño.
—¿De qué están hablando?
Lo arrastré al ascensor.
—No te preocupes por lo que dijeron. Sólo finge que no las escuchaste.
—Isabela, ¿siempre aguantas cosas así y ocultas tus verdaderos sentimientos? ¿Eres una especie de ninja? ¿Te apuñalarás el vientre cuando te suicides?
-¿Quién te dijo que los ninjas tenían que apuñalarse el vientre cuando se suicidaban?
-Esa tradición viene de los ninjas. ¿No lo sabes?
Salí del ascensor y abrí la puerta de mi habitación de un empujón.
-¿Por qué estamos hablando de suicidios y de cortarse el vientre?
-Es cierto -dijo, rascándose la cabeza.
Me siguió a mi habitación, estaba cubierto de sudor así que no había forma de aplicarle la medicina.
-Ve a darte un baño -le dije.
Se quedó con la boca abierta, me dirigió una mirada incrédula.
-¿Qué?
Sabía que tenía una idea equivocada.
—Vuelve a tu habitación y date un baño, cambíate de ropa y vuelve. Recuerda ponerte una camiseta de manga corta y unos pantalones cortos.
—¿Por qué?
Saqué un frasco lleno de medicina y se lo mostré.
—Toma.
—¿Qué es esta cosa negra y viscosa?
-¿Por mí mismo?
-¿Esperas que te ayude siempre?
-No puedo llegar a mi espalda —dijo, luego se dio la vuelta y se subió la camiseta-. Aquí, aquí y aquí.
A regañadientes lo ayudé a aplicar la medicina en aquellos sitios.
-Puedes pedirle a una de las amas de llaves que te ayude con esto. Tengo trabajo durante el día, no tengo tiempo para esto.
—No estás en el trabajo cuando me despierto y sales del trabajo por la noche. El horario funciona bien.
Sostuve el frasco de la medicina en mis manos y lo miré con preocupación, parecía que me había metido en un gran problema sin una buena razón.
-Bien. -Acepté después de pensarlo un poco, así podría observar los efectos de la medicina.
La señora Rosa llamó a mi puerta y nos dijo que bajáramos a cenar. Emanuel dijo que estaba hambriento después de su sesión de baloncesto, volvió a ponerse la camiseta y salió corriendo, lo perseguí.
-Emanuel, vuelve a ponerte las mangas para protección contra los rayos UV.
Había olvidado que sólo llevaba una camiseta de manga corta y unos pantalones cortos, se detuvo en medio del pasillo y casi choca con la mayor de mis cuñadas. Le puse las mangas a toda prisa, mi cuñada nos miró sorprendida, sabía la clase de ¡deas inapropiadas que una vez más pasaban por su cabeza.
Esa noche Roberto regresó a casa muy tarde. Lo escuché hablar por teléfono en el pasillo, no tenía intención de espiar su conversación, pero me había levantado a la mitad de la noche para ir al baño y oí su voz cuando pasé por delante de la puerta, estaba hablando por teléfono con Santiago.
-Santiago, ¿lo pensaste bien? ¿Qué sentido tiene casarse solo por casarse?
¿Santiago iba a casarse? sin pensar me paré recta y apoyé el oído en la puerta y escuché con atención. La voz de Roberto se oía calmada, pero podía oír en ella signos de resignación y enojo.
-No me importa que te tomes una licencia en el trabajo, es tu matrimonio del que estamos hablando. Tú...
Quería escuchar el resto de la conversación, pero en ese momento Roberto entró a su habitación. Así que Santiago iba a casarse, ¿Eso significaba que a Roberto le acababan de romper el corazón? Santiago era un hijo extremadamente solícito. La salud de su padre adoptivo no era buena, debía preocuparle que su padre no pudiese verlo casarse y tener hijos, tal vez por eso estaba planeando una boda lo antes posible. Sinceramente, me sentí un poco mal por la chica, se convertiría en la esposa de un homosexual sin darse cuenta, mi fuerte sentido de la compasión afloró de nuevo.
Volví a mi habitación, pero tardé un buen rato en cerrar los ojos para dormir un poco, justo cuando estaba a punto de dormirme, oí unos pasos afuera en el jardín. Estaba dormitando así que el sonido me despertó de inmediato, me levanté, abrí las cortinas y miré hacia fuera, era Roberto quien estaba corriendo. Miré mi reloj, eran pasadas las tres de la mañana, Roberto llevaba un traje deportivo de llera negro que lo hacía parecer un ladrón, Sus zapatos de color neón brillaban en la oscuridad y resultaban especialmente llamativos en la noche. Debía haber sufrido un golpe muy duro o no estaría corriendo a la mitad de la noche en lugar de dormir.
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