-Isabela, tu padre no mencionó esta propiedad en su testamento, lo cual significa que yo soy la propietaria por derecho.
Mi corazón me latía muy rápido. Tenía razón, ya que mi padre no había puesto ninguna condición especial para la casa en su testamento, el derecho de propiedad recaía en mi madrastra y mis hermanastras, Laura y Silvia, pues yo no estaba biológicamente emparentada con mi padre y carecía de una parte de la herencia. Comencé a entrar en pánico.
-Tía —balbuceé—, la casa no vale mucho y la tierra sobre la que está construida no tiene mucha plusvalía. Además, ha estado abandonada durante mucho tiempo y seguro está deteriorada. No te gustará.
-Isabela, ¿estás tratando de hacer que mamá te de la casa? Sigue siendo un bien. Podrá no valer mucho, pero la tierra sí; la zona está volviendo a desarrollarse, ¿lo sabías? -dijo Laura con sarcasmo.
-No -respondí. Mis pensamientos eran un caos. Me quedé viendo a mi madrastra con expresión perdida-. Tía, yo... ¿qué tal esto?, papá me dejó algo de dinero. Te la compraré. Te pagaré el equivalente a su valor en el mercado, ¿está bien?
—Isabela —repuso—, ¿en serio piensas que ambiciono los pocos dólares que traes en la cartera? ¿Piensas que por eso te invité el día de hoy?
-No, no -tartamudeé, sacudiendo la cabeza—, claro que no.
Me ponía especialmente torpe con las palabras cuando entraba en pánico. Sabía que su invitación de venir a rendir homenaje a mi padre había sido una excusa. Me había tratado con cordialidad y ahora me daba ese contrato de cesión de derechos sobre mi viejo hogar. Ahí había gato encerrado.
-Isabela -dijo mi madrastra-, nunca te he querido. No eres la hija biológica de mi esposo. Pero por alguna razón, no me caes tan mal desde que me enteré de que no eras su hija de verdad -sonrió-. Como dijiste, la casa no vale mucho. No voy a insultar mi estatus por unos dólares adicionales. Encontré este contrato en uno de los cajones del estudio de tu padre. Debió haber querido cederte la propiedad hace mucho, y no me cuesta nada hacer una buena obra y cumplir sus deseos. Cambié el nombre del cedente y puse el mío, porque ante la ley no es posible transferir la propiedad a nombre de alguien que ya falleció, así que lo haré con mi nombre. Yo te la estoy dando. No quiero que me des un centavo. —Alzó la frente y dijo—: Léelo bien antes de firmarlo.
Pude oír y entender claramente cada palabra, pero todo sonaba tan irreal. Algunas cosas de lo que había dicho eran ciertas; que no le caía bien, de eso estaba segura. Que no me había encontrado tan detestable desde que se enteró de que no era la hija biológica de mi padre, eso también podía ser verdad. Como la cónyuge de mi padre, seguro se habría sentido mejor al enterarse de que su esposo no había tenido una hija con otra mujer. Claro, a mis ojos, mi madre no era la amante, sino su amor verdadero, pero eso no importaba. De todas formas, mi madrastra no era generosa ni dadivosa, y aunque no me detestara, aunque simplemente quisiera llevar a cabo los deseos de mi padre, no pude creer lo que oí cuando dijo que iba a transferir la propiedad de la casa a mi nombre. Tomé el contrato y lo leí con cuidado. Laura siguió rezongando a mi lado.
-Mamá, no me dijiste nada de esto. No importa lo poco que valga esa casa, siguen siendo algunos millones. ¿Por qué dárselos a ella? Nuestro padre compró la casa, ¿ella qué tiene que ver?
—Silencio, Laura —la regañó mi madrastra con una nota de irritación en sus palabras—, estás siendo una molestia.
-¡Mamá! -Laura pateó el suelo, rencorosa -. La casa le pertenece a papá. Ella no tiene nada que ver con nuestra familia. ¿Por qué deberíamos dársela?
-Laura -saltó Silvia en voz baja-, ¿podrías dejar de hablar y callarte un momento?
Había dado en el clavo. Tenía miedo de que fuera una artimaña. Mis instintos me decían que ella no era así de generosa.
-Te diré la verdad. No soporto ver esa casa, pero no puedo prenderle fuego porque destruir propiedades es de mala suerte. Lo pensé y concluí que simplemente debería dejártela y ganarme un poco de buena suerte en su lugar.
Mi madrastra parecía estar abrumada de emoción.
Comenzó a llevarse las manos a los ojos. Habían puesto la pluma al alcance de mi mano. Aunque fuera una completa imbécil, sabía que no podía darme el lujo de confiar en ellas ciegamente: se trataba de alguien que me odiaba, y que ahora estaba intentando darme algo que anhelaba. Y no sólo me odiaba a mí, también odiaba a mi madre.
Laura se enfureció al verme vacilar. Me arrebató el documento de las manos.
—No tienes que firmarlo si no quieres. Lo haces parecer como si estuviéramos en tu contra. De cualquier modo, no queríamos regalarla. Si tú no quieres esta casa, ¡yo sí!
-No te metas —dijo mi madrastra, volviéndose hacia Laura-, Si no tienes otra cosa qué hacer, vete y no me causes más dolor.
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