Un extraño en mi cama romance Capítulo 135

Laura se marchó, aunque contra su voluntad. Estaba atrapada entre la espada y la pared. De verdad quería esa casa, pero sabía que no podía firmar justo ahora. Mi madrastra, no obstante, había dejado muy claro que se retractaría si no aceptaba su oferta de inmediato. Estaba dividida.

-Mamá, esto es un asunto importante. Deberías dar tiempo a Isabela para que lo piense. No le hagas las cosas difíciles, de todos modos, nosotras no tenemos prisa -intervino Silvia y me dio una palmada en el dorso de la mano—. ¿Qué te parece esto, Isabela? Puedes llevarte esto y leerlo con detenimiento. Deja que tu abogado le dé una ojeada y lo firmas ya que estés segura de que todo está en orden. Mi madre hace esto por generosidad; no tiene sentido que las cosas se agrien entre nosotras, sería echar a perder su gesto.

Le sonreí con gratitud. Abril había insistido que Silvia era una persona artera, con malas intenciones. Pero eso no era cierto, ni de lejos. Me parece que era una buena persona.

-Silvia, ¿de qué lado estás? -dijo mi madrastra con una expresión oscura en el rostro-. Me llevó mucho tiempo decidirme a hacer esto y mañana podría cambiar de idea. Isabela, depende de ti. No firmes el contrato si crees que es una trampa. Pero quiero que sepas que no tendrás una segunda oportunidad de hacerlo mañana. Tú eres la que decides rechazar mi oferta y yo he hecho lo que me correspondía, no he injuriado a tu difunto padre. Silvia, quítale el contrato.

Silvia frunció el entrecejo.

-Mamá, ¿por qué la pones en ese apuro?

-Es difícil ser la madrastra de alguien. Finalmente sientes el deseo de hacer algo lindo por tu hijastra, y ella te trata como si fueras la villana. Olvídalo. Simplemente seguiré actuando como la villana que soy.

Mi madrastra se puso de pie y me quitó el contrato de las manos.

-Tú eres la que decidió perder la oportunidad de poseer la casa, Isabela. Tómalo como una lección de tu madrastra: la vida es una apuesta y tienes que confiar en tu juicio y decidir si vas a ganar o perder. Muchas cosas en la vida pueden reducirse a tomar una decisión. Si tomas la decisión correcta, ganas. Tú tienes esa elección mientras que yo me retracto de mi gesto de buena voluntad.

-Tía -dije, incorporándome con rapidez-, ¿qué tal esto? Sólo déjeme tomarle una foto al contrato y mandársela a mi abogado. No tomará más de cinco minutos. ¿Me puede dar cinco minutos?

Mi madrastra sonrió sin alegría.

-¿Tú qué crees? No confías en mí para nada. Estás tratando de que alguien te ayude a examinar el contrato. V aquí estás, pidiéndome más tiempo. ¿Estamos haciendo un trato? ¿Te estoy pidiendo un céntimo? Te estoy dando esta casa sin pedir nada a cambio y tú me devuelves el favor dudando de mis intenciones. Tu padre fue un tonto al darte esas acciones. ¿Cómo podrá alguien como tú mantener en pie a su empresa?

—Lo que pide Isabela no es descabellado. ¿Por qué no le damos unos minutos?

Silvia trataba de abogar por mí. No me cabía duda de que mi madrastra valoraba más la opinión de Silvia que la de Laura. Me tiró el contrato, diciendo:

-Bien, examínenlo, pero yo ya fui clara. Si quieres firmar el contrato, fírmalo esta noche. Mañana no tendrás esa oportunidad. Deberías saber que no existen las segundas oportunidades.

Se dio la vuelta y subió las escaleras. Silvia me pasó el contrato.

-Es bueno que seas cautelosa. Que tu amigo el abogado le eche un vistazo. Yo no sabía nada de esto, mi madre no lo discutió conmigo. También me cayó por sorpresa.

Le agradecí a Silvia antes de tomar la foto y enviársela a Andrés, y entonces le expliqué lo que sucedía. Me respondió sin tardanza. Dijo que todo parecía estar bien y que mientras no hubiera otro acuerdo anexo al documento, se trataba simplemente de un contrato que permitía la cesión de derechos de un bien inmueble. Sería la dueña de la casa tras firmarlo y solicitar los permisos necesarios a las autoridades.

Sus palabras me calmaron por fin. A decir verdad, no había encontrado nada en el contrato cuando leí los términos por primera vez.

Comencé a sentir vergüenza por lo que dije antes. Silvia estaba sentada frente a mí, en silencio con su teléfono.

Terminé la conversación con Andrés y le dije:

-Lo lamento, fui demasiado paranoica. Todo está en orden.

-Papá plantó la mayoría de las flores del jardín. ¿Por qué está en ese estado?

-Papá nunca usó el jardín. Empezó a hacer jardinería porque a tu mamá le encantaba. Mi papá nunca le mostró afecto a mi mamá. Ahora que ya no está, ¿cómo esperabas que mi mamá viviera con un jardín lleno de flores? No lo sobre analices, Isabela. Cuando ganas algo, siempre pierdes otra cosa en su lugar. Es lo que hace que la vida sea justa.

Sus palabras sonaron honestas. Me dejó en la reja y dijo, tras asomarse al exterior:

—¿No vendrá nadie por ti?

—Alguien de la residencia de los Lafuente me lleva al trabajo por las mañanas y casi siempre Abril me lleva por las noches.

-Es muy tarde -comentó Silvia, mirando su reloj-. Le pediré a alguien que te lleve.

-No hay necesidad. Llamaré a un taxi.

—Eso tomará tiempo —insistió ella—, lo sabes. Entre nosotras no hay necesidad de cortesías. -Se detuvo de pronto y luego añadió-: puedo darte aventón si no quieres molestar a otras personas.

—Eh, no, no es lo que quise decir —repliqué, agitando los brazos.

-Está bien, entiendo. Te llevaré a tu casa.

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