Un extraño en mi cama romance Capítulo 141

Abrí los ojos. La lámpara junto a la cama estaba encendida. La luz lo iluminaba intensamente. No podía verlo sin entornar los ojos. Mientras lo miraba, la ansiedad corrió por mis venas. ¿Quién sabría qué disparates había dicho esta tarde en mi ebriedad?

Me levanté de la cama y alisé las arrugas de mi ropa. No podía verlo directo a los ojos.

—Lo siento. Bebí un poco porque Melisa estaba bebiendo. Me emborraché porque no aguanto el alcohol.

—No tienes que pedirme perdón a mí, sino a Santiago.

-¿Qué?

Levanté la mirada. Era tan alto que las luces no llegaban a su rostro. Estaba oculto entre las sombras.

—Melisa terminó con Santiago.

-¿Cómo?

La noticia fue demasiado repentina para digerirla en tan poco tiempo. Necesitaba un momento para procesarla.

-¿Fue por algo que dije? -balbuceé para mí misma. Honestamente, no tenía ¡dea.

—Le dijiste —comenzó a decir él, sentado en mi cama. Ahora podía ver con claridad la expresión de su rostro; parecía estar sonriendo- que Santiago era gay. Que le encantan los hombres y que nunca la amaría. Le dijiste que no se convirtiera en su tapadera. Que sufriría a causa de ello.

Oh.porDios. ¿Qué había dicho? Escondí la cara detrás de mi mano. No me atrevía a mirarlo a los ojos. Sólo podía asomarme entre mis dedos. Roberto siguió hablando.

—También le dijiste a Santiago que la dejara ir. Que no debía arruinarle la vida a una mujer sólo porque quería tranquilizar a sus padres.

Yo tenía mucho autocontrol cuando estaba sobria. Había cosas que no diría ni aunque me amenazaran de muerte. Sin embargo, la cosa era diferente cuando estaba borracha. No se necesitaba hacer nada. Yo sola empezaba a hablar sin ayuda de nadie.

Me llevé la otra mano al rostro. Podía sentir que el calor de mis mejillas calentaba las palmas de mis manos. Tenían razón cuando decían que beber no traía nada bueno. ¿Cómo iba a ver a Santiago a la cara después de esto? Había revelado su secreto. Roberto me tomó de las muñecas y me bajó las manos.

-Lo hecho, hecho está. ¿Qué caso tiene taparte la cara con las manos?

En su momento, tampoco se podía hacer nada. Lo miré acongojada.

-¿Santiago está enojado?

—¿Tú qué crees?

Ya que estaba hecho, decidí seguirlo.

—Esto es culpa de Santiago. No la ama. Ni siquiera le gustan las mujeres. ¿Por qué permitió que las cosas

continuaran? ¡Le habría arruinado la vida a Melisa!

-Puede que tengas razón sobre que Santiago no la ama, pero, ¿cómo podrías probar que no le gustan las mujeres?

Hubo un destello en sus ojos. Aparté la vista de su mirada penetrante. Todavía estaba armando una escena. ¿De verdad creía que Santiago era como él y le gustaban los hombres y las mujeres?

Me froté la nariz.

—Lo hecho, hecho está. Nada va a cambiar, ni siquiera si Santiago me matara.

-Eres mi esposa. No va a matarte —dijo Roberto. Aún me miraba con una expresión extraña—. Le dijiste a Melisa que sólo éramos esposos de palabra, que no hay amor entre nosotros.

-¿Qué?

Había bebido mucho en la tarde. No recordaba ni una sola palabra que había dicho. Aunque eso sí sonaba como algo que yo diría. Melisa me había confiado sus penas amorosas, así que yo le confié las penas de mi matrimonio. Le había seguido el juego. No sufría a causa de mi matrimonio. ¿Cómo podía haber sufrimiento cuando ni siquiera había amor?

—¿Por eso Melisa no dejaba de llorar y me suplicaba que me divorciara de ti? ¿Para que pudieras ser libre para encontrar el amor verdadero?

El chicho se paró en seco. Se volvió y fingió una sonrisa.

—Hermano.

-Tengo una pregunta para ti: ¿cuándo se quitan la ropa las personas?

-Eh -dijo Emanuel mientras parpadeaba-, cuando están a punto de darse un baño, claro.

-¿Entonces viniste al cuarto de tu cuñada para bañarte?

-Claro que no. Me baño después de jugar básquetbol. O sea que es momento de jugar. Bien -dijo y chasqueó los dedos-, ya me voy a jugar.

No podía creer que hubiera logrado sacarse de la manga esa increíble excusa. Probablemente él tampoco creía lo que decía.

Emanuel se escapó. Roberto me miró un rato. Luego perdió el interés en mí. Se levantó y se fue de mi habitación. Dejé escapar un suspiro de alivio y me tiré en la cama. Me sentía mareada. Emanuel había entrado en el momento justo. Roberto me hubiera matado por decir lo que sea que hubiera dicho. Cielo santo. ¡¿Qué había dicho?!

Yo creía que Melisa había hecho lo correcto cuando terminó con Santiago, pero ¿cómo iba yo a verlo a la cara, en especial después de revelar su secreto? Sí. Eché la cobija a un lado y me incorporé. Le había dado un regalo de parte de Roberto. ¿Lo había recibido? ¿Por qué no sabía nada de eso? Olvídenlo. Ya no le importaba. Ni siquiera podía salvarme a mí misma. Roberto era un hombre vengativo que se guardaba el rencor, así que aunque me dejara ir esta vez, volvería a mi puerta en busca de venganza en el futuro. Lo que necesitaba ahora era salvar mi propio pellejo.

Me recosté de nuevo. Oí la voz de Emanuel del otro lado de la puerta.

—¿Ya se fue mi hermano?

Abrí un ojo y dije:

-Busca a la sirvienta para que te ayude a ponerte la medicina.

—Creí que se suponía que lo mantendríamos en secreto. ¿No dijiste que nadie más debía saber hasta que esté curado?

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