Desde antes de ver el video, tuve la sensación de que sabía lo que había ocurrido.
En el video aparecía Santiago con una bolsa de regalo que se veía delicada. Iba caminando hacia la esposa del director del Grupo Solidaridad. En ese momento, supe exactamente lo que había pasado. La bolsa de regalo que llevaba era la que yo le había dejado en su escritorio, la que intenté que pasara como un regalo para él de parte de Roberto. Por eso, aunque yo lo había dejado justo en medio del escritorio, él no había encontrado el regalo. Creyó que era el regalo para la esposa del director del Grupo Solidaridad. En los días pasados, no tuvo tiempo de abrirlo y revisarlo porque había estado ocupado, así que se lo dio a la mujer sin darse cuenta de quién era el destinatario original.
En pocos segundos, logré armar el rompecabezas. Tenía la sensación de que no viviría para ver otro amanecer. Entrecerré los ojos y miré el video con un solo ojo. No me atreví a usar los dos. Temía que lo que viera me dejara con ceguera. Vi a la mujer aceptar el regalo que Santiago le entregaba. Hizo una reverencia en muestra de agradecimiento y comenzó a desenvolver el regalo. Quizás eso era una costumbre para expresar su gratitud por recibir el regalo. Quitó la envoltura y sacó las mancuernillas. En su rostro se dibujó una mirada de confusión. Entonces sacó la tarjeta que le había escrito a Santiago con la caligrafía de Roberto y comenzó a leer el mensaje con perfecta pronunciación:
«Mi querido Santiago,
Aquellos que el amor conocen, conocen el sufrir.
Un amor eterno engendra duraderos recuerdos, pero, ¡ay de mí!
Que un efímero romance sólo trae un mal sentir.
Tras probar en vida la bendita y dulce unión en ti,
¿Cómo he de vagar en este solitario mundo, si de tu amor debo partir?»
Por la influencia de mi madre, desde niña me había gustado la poesía clásica. En particular, me encantaban esos poemas de amor largos, dramáticos y melancólicos. Escribí un fragmento de dos poemas clásicos. Incluso aquellos que no eran aficionados a la poesía clásica reconocerían las líneas de un poema de amor. Creí que eso ayudaría a expresar el mensaje con claridad. Cuando Santiago leyera esos versos, se daría cuenta, sin duda, de que Roberto estaba perdidamente enamorado de él.
La esposa del director quizás no sabía mucho sobre la grandeza y profundidad de nuestra tradición literaria. Aunque leyó a la perfección los versos, no pareció entender su significado. Su esposo, por otro lado, reaccionó inmediatamente al mensaje. Él era de aquí. Sabía que eran versos de poesía clásica. Pareció rabiar mientras su esposa seguía leyendo el resto del mensaje:
«Queden nuestras manos entrelazadas hasta que la muerte te separe de mí.
De Roberto, tu eterno enamorado».
La muchedumbre se quedó callada un minuto entero. Fue como si alguien hubiera apretado el botón de pausa, aunque yo sabía que el video seguía reproduciéndose. En el evento hubo muchos periodistas. Algunos habían publicado el video en ese mismo momento. Me quedé con el teléfono de Abril un largo rato, sin moverme ni un centímetro. Fue como si me convirtiera en estatua. Me escurría sudor frío por la espalda. «Estoy muerta», pensé.
-Isabela -dijo Abril mientras me quitaba el teléfono de la mano-, ¿no te parece muy escandaloso? Qué noticia tan emocionante, ¿no?
Claro. Realmente emocionante. ¿Quién hubiera pensado que el regalo que yo había entregado se quedaría ahí durante dos días, ignorado por Santiago, el destinatario correcto, quien luego se lo entregaría a las manos de la esposa del director del Grupo Solidaridad?
Las cosas no habrían sido tan malas si hubiera terminado ahí, pero había abierto el regalo frente a tantos reporteros. Era lo mismo que hacer un anuncio al mundo entero. De verdad había metido la pata esta vez.
Abril seguía regocijándose a expensas de alguien más. Me dio un empujoncito y dijo:
-Deja que te muestre la cara de Roberto. Ja, ja, ja, ja, mira eso. Nunca lo había visto poner esa cara. —Puso el video—. Mira, ahí está. Parece que tiene un estreñimiento terrible.
Eché un vistazo y casi se me sale el alma por la boca.
Estaba mirando directo a la cámara. Como si me estuviera mirando. Era imposible describir la mirada que tenía. Se sentía afilada, como navajas. Sentí como si estuviera a punto de tirar flechas por los ojos. No importaba que entre nosotros hubiera una pantalla de teléfono. Yo seguía siendo el cerdo que las flechas iban a atravesar.
-Isabela, ¿adivina lo que están diciendo los internautas? Hay tres posibles escenarios que llevaron a esto.
La miré estúpidamente. Mi cerebro había dejado de funcionar.
—El primero es que Santiago lo hizo con intención. Debe haber estado en una relación con Roberto desde hace mucho tiempo, pero Roberto lo mantuvo por debajo del agua. Al principio, salía con Silvia, luego se casó contigo. Santiago sintió que ya no tenía oportunidad, así que aprovechó la ceremonia de inauguración para anunciar su relación con Roberto a todo el mundo.
Me quedé muda de aturdimiento.
Abril me dio una sacudida.
—Isabela, ¿por qué estás tan pálida? De todos modos, no te gusta. ¿A qué le temes? Además, en cuanto termine el contrato vas a divorciarte. Tienes cara de que tu perro acaba de morir.
Yo creo que sí pasó. No había palabras para explicar el tormento emocional que estaba sintiendo.
—°ye, ¿quién crees que sea el pasivo y quién el activo entre Roberto y Santiago?
-Abril, ¿mi cuenta del banco está vinculada a mi cuenta de PayPal?
—¿Por qué preguntas?
-Oame un aventón. No puedo manejar ahora.
—¿A dónde planeas ir?
-Tus papas siguen en Rusia, ¿verdad? Hay que escondernos con ellos.
-¿Por qué tenemos que escondernos en Rusia?
Me volví hacia Abril y la miré sin parpadear, como un zombi.
-Abril, ¡tenemos que huir!
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