Un extraño en mi cama romance Capítulo 166

La mansión de Roberto y el hospital estaban apenas a tres kilómetros de distancia. Si hubiésemos llamado a un taxi, el taxímetro apenas se hubiese movido. Pero nuestro viaje en coche hasta el hospital había sido más complicado que el viaje hacia el oeste. Había sufrido una segunda caída, tenía la sensación de que mi omóplato debía estar fracturado en ese momento, me dolía sobremanera.

Roberto se deslizó al asiento trasero y apoyó mi cabeza sobre su regazo, puso su brazo sobre mi hombro para que no volviera a caerme de los asientos. Un caracol podría ganarnos a la velocidad a la que conducía el doctor Gómez.

El delicioso olor de la carne a la parrilla que se podía percibir en el coche provenía de los puestos de la calle, los dueños de los puestos pensaron que estábamos interesados en comer debido a la lentitud con la que se movía el coche. Al pasar, nos recibieron con mucho bullicio.

-¿Quieren comprar unas brochetas de cordero?

Seguro que Roberto nunca había probado algo así, pero por el contrario Abril me llevaba a menudo a esos lugares para comer. El cocinero que su familia contrató cocinaba platillos estupendos, pero a ella le encantaba comer en los puestos callejeros, insistía en que las brochetas eran una de las mejores cosas que se podían comer en esta tierra, con seguridad el chef de su familia se echaría a llorar sobre la estufa si oyese lo que ella decía.

Pasamos de largo por la zona que olía a deliciosa carne asada y llegamos al hospital, Roberto me cargó hasta allá. Me realizaron una radiografía, vaya que el doctor Gómez conocía bien su trabajo, había acertado cuando dijo que podría haberme fracturado el omóplato, el estudio mostraba una pequeña fractura, pero no era una lesión demasiado grave. De cualquier forma, no podían enyesarme el omóplato.

El médico del hospital me recomendó que no realizara actividades extenuantes y que mantuviera una dieta equilibrada, dijo que la lesión no era grave por lo que no me pidieron que pasara la noche en el hospital para una observación más exhaustiva. Roberto me tomó en brazos y se dispuso a marcharse cuando el médico lo detuvo.

—Señor Lafuente, tiene sangre en la espalda. ¿Está usted bien?

Estiré el cuello y eché un vistazo, el médico tenía razón, tenía pequeñas manchas de sangre por toda la parte trasera de su camiseta azul. Debía de haberse desgarrado las heridas por haberme cargado y habían vuelto a sangrar.

-Deberías revisarte las heridas ya que estamos en el hospital y averigua si necesitas suturas.

-No hay necesidad de eso -dijo antes de marcharse.

—Tratar de hacerse el duro es inaceptable para un hombre realmente fuerte. Tienes que aprender a reconocer tus debilidades antes de intentar demostrar lo grande, fuerte y poderoso que eres.

Me miró y me dijo:

-Es sorprendente el lugar que te golpeaste al caer, te caíste de espaldas en vez de caerte sobre tu bocota.

Qué hombre tan cruel, quería que me lastimara la boca. A pesar de eso, Roberto debía sentir un terrible dolor ya que acabó por buscar tratamiento para sus heridas mientras el Doctor Gómez y yo lo esperábamos afuera.

-El amo Roberto parece particularmente agitado esta noche -el doctor Gómez murmuró para sí—. Demostró una posesividad desmedida, debe ser duro para usted señora Lafuente.

-No es nada —le contesté.

Era verdad ya que sólo se trataba de una actuación, una muy realista.

Era tarde cuando volvimos a la mansión de Roberto, sin darme cuenta me quedé dormida en el camino de vuelta, pero me dolían demasiado los hombros como para permanecer dormida demasiado tiempo, dormitaba y me despertaba repetidamente.

Debido a mi mala caída, Roberto me concedió misericordiosamente un lugar en su cama, pero él también iba a dormir allí mismo ya que él también estaba herido y lo acababan de suturar, no podía dejar que durmiera en el suelo, sería cruel de mi parte. Por fortuna, tenía una cama muy grande, la dividimos en dos.

Había muy poco espacio entre él y yo, a pesar de eso no me preocupaba mucho que hiciera algo indebido, su espalda estaba llena de heridas, grandes y pequeñas, por más que quisiera no haría nada. Baymax me trajo mi medicina, por fin me había dado cuenta de lo útiles que podían ser los robots, podían traerme la medicina para que me la tomara a la hora indicada y también podían traerme un vaso de agua.

Me volví a recostar boca abajo después de tomar mi medicina, al cabo de un rato, Roberto se acercó y también se recostó boca abajo junto a mí. Éramos como dos enormes apósitos, tirados en la cama. Nos miramos fijamente y enseguida nos dimos cuenta de lo ridículos que nos veíamos, así que desviamos la mirada hacia el otro lado al mismo tiempo. Me dolían los hombros mientras me reía, apuesto a que las heridas de Roberto iban a desgarrarse si él se reía. Estuve a punto de quedarme dormida, habían pasado demasiadas cosas en un solo día, me habían dejado exhausta. Sin embargo,

Roberto no parecía estar dispuesto a dormirse pronto.

-Isabela -me llamó.

—¿Mmm? —murmuré, estaba a punto de dormirme—, ¿Qué pasa?

—¿Con cuántos hombres te has acostado en una cama de esta manera?

-Ninguno. ¿Quién se acostaría en la cama en una posición tan incómoda?

-¿Qué hay de otro tipo de posiciones?

-Ninguno.

Se estaba yendo por entre las ramas sólo para saber con cuántos hombres me había acostado, eso no era de su incumbencia. Había perdido mi virginidad en aquel sillón de su oficina, el descaro que tenía para preguntarme eso, cerré los ojos y dije con cansancio.

-Me toca preguntarte algo.

-¿Qué?

—¿Con cuántos hombres te has acostado en una cama de esta manera?

-¿Los masajes cuentan?

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