Un extraño en mi cama romance Capítulo 167

Tenía miedo de que empezara a besarme de nuevo si no le contaba un cuento, no me molestaban sus besos, pero por lo regular nos llevaban por un camino peligroso. Empecé a pensar de manera apresurada.

-¿Qué tipo de historia quieres escuchar?

-Cualquier cosa está bien.

- Sabes, será difícil para mí encontrar algo en la extensa base de datos de mi cabeza sin ningún parámetro de búsqueda.

— Entonces, algo que te ocurrió al crecer.

—¿Qué tiene eso de interesante?

Mi vida se dividía en dos partes, la primera era mi vida con mi madre. En aquel entonces mi padre nos visitaba con regularidad, a veces pasaba la mitad de la semana con nosotros, en ese entonces yo era feliz. Durante mi juventud, me mudé con la familia Ferreiro, la vida feliz que conocía se había terminado y no volvió a aparecer.

Pensé un poco y luego dije:

-¿Por qué no te cuento una historia sobre Silvia y yo?

-Como sea.

Se mostraba indiferente, pero yo estaba segura de que él quería escuchar historias sobre Silvia. ¿Por qué otra razón estaría interesado en escucharme hablar?

—Tenía dieciséis años cuando la conocí, en ese entonces ella tenía dieciocho -dije mientras trataba de recordar aquella escena-. Todavía recuerdo que aquel día ella iba vestida toda de blanco, llevaba un vestido de lana blanco y un par de botas blancas, la parte superior de las botas estaba forrada de una piel blanca, también llevaba una capa. Lo primero que pensé cuando la vi fue «¡Guau! es Blancanieves, la princesa».

-Pero según tengo entendido, Blancanieves no se llama así porque se vista de blanco sino porque su piel era tan blanca como la nieve.

—Ja, así que tú también tuviste infancia —le dije. Era probable que no me hiciera nada mientras estuviera herida, pensar en eso me envalentonó.

—Continúa.

—Empecé a llamarla Blancanieves en privado, pero luego comencé a llamarla la princesa de hielo.

— ¿Pretendes quejarte conmigo de que el comportamiento de Silvia es tan frío como el hielo?

—¿Quién está quejándose? Esa es sólo la impresión que me da Silvia, nunca la he visto expresar ninguna emoción en su rostro. Ella no demostró ninguna emoción cuando llegué por primera vez a la residencia Ferreiro, todavía no sé si ella me acepta como parte de la familia.

—El hecho de que todavía te atormenta esa pregunta... — Roberto sonrió de nuevo y continuó-: demuestra lo idiota que eres.

— ¿Cómo es eso? -le pregunté, me había quitado todas las ganas de dormir, lo miré con los ojos muy abiertos.

-¿Crees que a cualquier chica le gustaría compartir a su padre con una desconocida que apareció en sus vidas de la nada?

-Puede que se resistiera al principio, pero seguía mostrándose amable al respecto. No me complicó la vida, aunque tampoco intentó ser mi amiga. No obstante, pasado un mes y medio después del fallecimiento de nuestro padre, me invitó a casa para presentarle mis respetos, charló mucho conmigo esa noche y también me condujo de vuelta. Creo que Silvia es una persona de buen corazón, sólo que no es muy buena para expresarse.

-¿Silvia te pidió que fueras a casa sólo para presentarle tus respetos a tu padre?

—También firmé una cesión de derechos esa noche. Es por la casa de mi madre, mi madrastra transfirió la propiedad a mi nombre, Silvia debió ayudar de alguna manera para conseguir que lo hiciera.

Roberto enseguida dejó de hablar y me miró con detenimiento, me confundió la forma en la que me miraba.

-¿Qué pasa?

—Nada, solo no esperaba que fueras tan estúpida. Los límites de tu estupidez han superado mis expectativas con creces.

¿Le afectaría guardarse sus comentarios sarcásticos para sí mismo durante un día? Decidí quedarme callada.

—No hablaré más, ya me voy a dormir.

-¿No quieres escuchar mi historia con Silvia?

-No -respondí.

Los amoríos de Roberto podrían llenar libros y no me interesaba para nada oírlos. De repente, me rodeó la cintura con su brazo, su hermoso rostro se acercó de manera peligrosa hacia el mío. Podía sentir el peligro en la atmósfera, se me acercaba con rapidez, en mi pánico, cedí y grité.

—¡Sí!, quiero saberlo todo.

-Es demasiado tarde -dijo, antes de besarme.

¿Por qué estábamos de nuevo en esto? El beso de Roberto era urgente y agresivo, no podía respirar. En su enceguecimiento a causa de la lujuria, me tocó el omóplato, grité de dolor y me soltó de inmediato. Sus ojos irradiaban un gran deseo, pasaron uno segundos antes de que ese sentimiento se desvaneciera por completo de su mirada.

-¿Te lastimé?

—Adivina —le dije. Me dolía tanto que la cabeza me punzaba muy fuerte.

-Sí.

-¡Entonces está muy bien! ¿Y qué hay de ti? ¿No tienes

que ir a trabajar?

-Puedo trabajar desde aquí, puedo hacer mis reuniones por medio de teleconferencias.

Apreté la mandíbula e intenté levantarme de la cama, pero Roberto me detuvo.

—¿A dónde vas?

—Voy a lavarme los dientes y la cara, a usar el baño y a desayunar -le contesté. Todo el esfuerzo que hice para levantarme un poco de la cama se desperdició cuando me empujó de nuevo hacia el colchón—. No puedo quedarme en la cama todo el día.

Entrecerró los ojos y se levantó, me levantó en sus brazos y me sacó de la cama.

-Lo haremos juntos.

-¿Lavarnos la cara juntos? ¿Cómo?

La realidad era como una bofetada en el rostro, en verdad podíamos hacerlo al mismo tiempo, su lavabo era tan grande que podía acomodar no sólo a dos, sino a tres personas. La nueva pasta dental había sido exprimida y colocada de manera cuidadosa sobre las cerdas de dos cepillos de dientes. También habían colocado toallas nuevas y limpias y vasos de agua tibia para hacer gárgaras.

—¿Quién hizo esto?

—Baymax.

—¿Dónde está? —pregunté mientras buscaba la forma regordeta del robot a mi alrededor.

—Está afuera.

—entonces, ¿Cómo se las arregló para hacer todo esto?

-Es capaz de dar órdenes a través del ordenador principal, todo está conectado a la base de datos de su cerebro.

La tecnología era realmente aterradora, aunque todo esto sólo demostraba que Baymax no era más que un centro de mando en movimiento. No llevaba pantuflas así que Roberto tomó una toalla limpia y blanca e hizo que me parara sobre ella, él se paró a mi lado, la diferencia en nuestra altura era bastante obvia. Era mucho más alto que yo, mi metro y medio de altura me hacía parecer una enana cuando estaba a su lado. Roberto sostenía su cepillo de dientes con una mano, mientras que su codo se apoyaba en la parte superior de mi cabeza, era un hombre bastante exasperante.

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