Un extraño en mi cama romance Capítulo 169

Me pasé todo el día comiendo, me sentí muy bien, nunca en mi vida había tenido un día tan relajado y sencillo.

Me dormí durante el masaje, ya era por la tarde cuando me desperté de nuevo. Estaba sola en la habitación, hice un esfuerzo para levantarme de la cama y me dirigí al baño, pero salté del susto cuando vi a Baymax de pie en la puerta.

-¿Qué haces aquí?

-¿Qué haces tú aquí? -El robot me hizo la misma pregunta.

El robot de Roberto tenía una mala actitud, había adquirido la habilidad de responder a una pregunta con otra pregunta.

-Voy al baño.

-¿Por qué?

—¿Qué quieres decir con eso? -pregunté mientras rodeaba al robot.

—El amo, que es el más atractivo de todo el universo, dijo que no se te permite ir al baño sola.

-¿El más atractivo de todo el universo? -lo cuestioné, estaba a punto de morir de risa—. ¿Cuántos nombres programó Roberto para sí mismo?

En ese momento oí que llamaban a mi puerta, me sorprendió un poco ya que Roberto y yo éramos las dos únicas personas en esta casa y él no tocaría antes de entrar en mi habitación. Entonces, ¿Quién podría estar afuera? ¿Acaso Abril se las había arreglado para encontrar el camino hasta aquí? Eso no era probable e incluso si llegase a entrar en la casa, no llamaría a la puerta, las posibilidades de que entrara por la ventana eran mayores.

Dudé un momento antes de decirle a la persona que entrara, la puerta se abrió, Santiago estaba allí de pie. Hacía varios días que no lo veía y el hecho de verlo en ese momento me hizo sentir una profunda vergüenza. Había bebido demasiado y convencido a Melisa para que terminara su relación con él, y después de eso yo había sido la causante del desastre que ocurrió con la esposa del presidente del Grupo Solidaridad durante la ceremonia de inauguración.

Llevaba dos bolsas grandes en las manos, me habló de forma educada y serena.

—El señor Lafuente me dijo que le traiga su pijama y sus artículos de uso diario.

—Ya veo -dije.

Intenté dar un paso hacia él, pero mi pierna sufrió un calambre, me tropecé y me torcí la espalda, contuve un grito mientras el dolor me recorría el cuerpo. Santiago corrió hacia mí y me sostuvo, sin sus rápidos reflejos ya estaría tirada en el suelo en esos momentos. Me recliné en los brazos de Santiago, fue una caída muy embarazosa.

—Lo siento mucho —dije mientras me zafaba de sus brazos con rapidez.

-¿Estás bien? El señor Lafuente no me dio ningún detalle, sólo me dijo que estabas herida.

Era Roberto quien se había lastimado en un inicio.

-Me caí -le dije. Traté de tomar las bolsas que tenía en las manos, pero se las entregó a Baymax.

-Ayuda a guardarlas. No debería cargar nada pesado mientras esté lastimada. Permítame ayudarla a ir a la cama, debería recostarse —dijo Santiago, se mostró como siempre, amable y atento.

No pude evitar sentirme avergonzada, me senté en la cama y bebí un vaso de agua.

-Santiago -balbuceé.

-¿Sí?

-Te debo una disculpa.

-¿Por qué?

-Por lo que pasó con Melisa. Quiero disculparme contigo por eso, ese día bebí demasiado y empecé a decir tonterías, por esa razón tú...

—No te preocupes —contestó con calma—. Tenías razón, no amo a Melisa. No debería arruinar su oportunidad de ser feliz.

—¿Y qué hay de tu padre?

-La salud de mi padre está mejorando. Me dijo que no debería apresurarme a contraer matrimonio, si deseo casarme, debería encontrar una chica que me guste.

-Ves, tu padre es mucho más moderno de lo que crees.

-Así es -dijo y sonrió un poco.

Se veía muy bien cuando sonreía. La gente siempre hablaba de las innumerables formas en las que una mujer podía parecer bella, en mi opinión, cada hombre guapo lo era a su manera. Andrés era atractivo de una manera suave y gentil, era como la brisa de la primavera, un soplo de aire fresco que despejaba la mente y levantaba el espíritu; Santiago también era apuesto, su tipo de atractivo era un bálsamo relajante, era del tipo que hacía que uno sintiera añoranza por él; Roberto era único, no había conocido a nadie más cuyo aspecto fuera tan intimidante y agresivo como el suyo.

Mi mente se había desviado de algún modo, volví al presente unos momentos después, levanté la vista y miré con detenimiento a Santiago, quien estaba sentado frente a mí.

—Siento mucho lo ocurrido. No planeaba que el público se enterara de su relación de esa manera.

—Lo sé.

—Fui yo quien puso las mancuernillas en tu escritorio. Parecía que Roberto y tú habían discutido solo quería hacer que se reconciliaran. No esperaba que el regalo se confundiera con un obsequio para la esposa del presidente del Grupo Solidaridad.

—Lo sé —dijo de nuevo.

No tenía nada más que decir, ya se lo había explicado a Roberto y volver a hacerlo me parecía algo inútil. Santiago y yo nos quedamos sentados en silencio durante un largo rato, pensé que iba a levantarse y marcharse, pero en cambio habló de repente.

-Es probable que el señor Lafuente sea quien se enfrente a más acoso que yo.

-¿En verdad?

-El señor Lafuente es bastante popular entre los homosexuales, es mucho más aceptado que yo.

-Por supuesto, él sí es homosexual.

Santiago me miró en silencio, eso significaba que estaba de acuerdo conmigo, ¿no es verdad?

-¿Eso Significa que Roberto es el que te ha estado acosando todo este tiempo? —pregunté mientras un pensamiento bastante escandaloso se me venía a la cabeza-. Estás muy preocupado por ello, pero no hay nada que puedas hacer, ¿estoy en lo cierto?

-No es nada de eso -dijo Santiago, pero debía estar mintiendo.

—Pero aquella vez lo vi desnudo y tendido en el sillón de su oficina.

—Estaba herido, yo lo estaba ayudando a vestirse.

- ¿En qué parte se lastimó? ¿Por qué tendría que quitarse los pantalones?

—En el trasero —susurró con discreción.

En ese momento recordé la cicatriz de forma circular que había visto en su glúteo derecho.

—¿Cómo se hirió?

-El señor Lafuente fue a cazar con sus amigos, alguien le dio por accidente en el trasero al disparar su escopeta de forma errónea.

Eso no era para nada lo que yo esperaba. Me quedé mirando a Santiago sin comprender y lo cuestioné.

—¿Le dispararon?

-Em, después de que hirieron al señor Lafuente, él sólo permitió que el médico con el que estaba familiarizado lo curara y le tratara la herida. Yo fui quien le ayudó a vendar la herida en las siguientes ocasiones.

Eso sonaba como algo que Roberto haría, era un hombre orgulloso y no quería que nadie se enterara de que se había caído de un árbol y hasta había llegado al extremo de mudarse de casa. No tenía ni idea de por qué había sido tan testarudo. Así que las dos veces que me había topado con ellos en la oficina era porque le habían estado curando las heridas. Por supuesto, aún cabía la posibilidad de que Roberto hubiese aprovechado su lesión para intentar seducir a Santiago. Miré a Santiago con una mirada amable y maternal y le dije:

—Deberías aprender a cuidarte, aunque seas un hombre.

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