Roberto interrumpió mi conversación con Santiago, se paró junto a la puerta que estaba abierta y la tocó.
—Es la hora de su medicina.
Santiago se puso de pie y asintió con la cabeza en mi dirección.
-Señorita Ferreiro, otro día vendré a hacerle una visita.
-De acuerdo -asentí, luego moví los labios y le dirigí unas palabras—. Cuídate mucho.
Santiago sonrió y después se fue, Roberto ni siquiera lo acompañó abajo, qué descortesía. Se acercó a mi cama y me miró.
-Pareces contenta. ¿Tuvieron una buena charla?
-¿Por qué no habría de estar feliz? -le pregunté.
Santiago no me había culpado de lo que había pasado y me había tratado como siempre, me quitó un peso de encima. ¿Por qué no iba a alegrarme al respecto?
Entrecerró los ojos.
—Sabes, no te intimidarían tanto si le mostraras a tu madrastra y a Laura la mitad de la actitud que me muestras a mí.
— ¿Qué tan malo es? —pregunté. No tenía ¡dea de lo que había estado haciendo. ¿Había estado respondiéndole de mala manera a cada momento?
Yo debería de tenerle miedo, pero, aunque él pretendía ser una persona amenazante, en realidad no lo era. Se apoyó en el costado de la cama y sacó dos píldoras de un frasco luego me las acercó con hosquedad.
-Toma tus pastillas.
-¿Para qué son? -le pregunté, me preocupaba que intentara envenenarme.
-Las envía el doctor, son para la inflamación -respondió y me mostró el frasco.
-¿Seguro que esto no es arsénico? -lo cuestioné antes de llevarme las pastillas a la boca, me dirigió una extraña sonrisa mientras me daba un vaso de agua.
-Por lo regular son las mujeres las que las usan para envenenar a sus esposos, no al revés.
—Los maridos también pueden usarlas para envenenar a sus esposas.
—Tu ingenio parece especialmente agudo en momentos como éste. -Sonrió y observó cómo me tomaba las pastillas-. Espero que sigas así cuando te enfrentes a otras personas.
Parecía bastante ingeniosa cuando estaba a solas con Roberto, pero sólo podía culparse a sí mismo por ello ya que era él quien me molestaba con cada palabra que decía. Era natural que me provocara con sus palabras y que yo tomara represalias por el enojo.
-Date la vuelta -dijo mientras tomaba la pomada que estaba sobre la mesa.
—¿Que no lo aplicamos ayer?
—También comiste ayer, ¿eso significa que hoy deberías pasar hambre?
Me había dolido mucho cuando había aplicado la pomada y trató los moretones. Puede que Roberto fuera un buen masajista, pero la ¡dea de tener que volver a pasar por ese dolor me hacía estremecerme.
-No -dije con firmeza-. No moriré si nos saltamos un día.
Me sujetó por los hombros.
—Date la vuelta, no me hagas usar la fuerza contigo.
Eso era lo que estaba haciendo ahora, me recosté en la cama indefensa y le supliqué a Roberto.
-Hazlo de forma delicada.
Se frotó la pomada en las manos y las calentó, después me levantó la camisa y puso sus manos en mi espalda.
-Isabela -me llamó, parecía estar controlando la intensidad de la fuerza que ejercía. —Tengo una buena y una mala noticia para ti. ¿Cuál quieres escuchar primero?
-¿Eh? ¿Acerca de qué cosa?
-Es respecto a ti.
¿Qué clase de noticia sería esa? Era una persona muy indecisa, el hecho de que se me presentara de forma tan repentina una elección me dejaba en un agónico aprieto. Pensé un poco antes de hablar.
—¿Cuál es la mala noticia?
-Ese abogado tuyo solicitó, a nombre tuyo, que te dé el divorcio. La razón que da es que soy homosexual y que te obligué a casarte conmigo con engaños.
Me levanté, giré la cabeza hacia él y lo miré fijamente. Esa era en verdad una noticia muy mala.
—Eso es algo para lo que sólo tú tienes la respuesta.
¿Por qué estaba tan seguro de sí mismo? ¿Qué razón podía haber para que no quisiera divorciarme de él? No pude convencerme a mí misma de que esa razón existiese, pero era cierto que no había incitado a Andrés a presentar una demanda. Me levanté y tomé el teléfono.
-Haré que Andrés retire la demanda.
Roberto puso su mano sobre la mía.
-No es necesario. Me gusta resolverlo a la mala con gente que no conoce sus límites, es una gran diversión.
Le dirigí una mirada frustrada.
-Andrés no es un rival para ti. Será como ver un huevo lanzarse sobre una roca.
-¿Crees entonces que Andrés es un idiota? Él sabe que no es mi rival. Sin embargo, acaba de declararme la guerra, ¿Por qué hizo eso?
¿Cómo iba a saberlo? Me quedé mirándolo confundida.
—Lo hizo porque está seguro de tu posición, cree que los dos están del mismo lado. Andrés no es estúpido, sólo es impaciente, decidió usar mi escándalo en contra mía tan pronto como estalló. Podría parecer que el primero en hacer un movimiento es el que tiene la ventaja, pero se le escapó un detalle muy importante.
—¿Cuál sería?
—La persona que mueve primero se arriesga a exponer sus debilidades, uno no debe actuar si el enemigo no lo hace, ¿Acaso no lo sabe?
Mis pensamientos eran un caos, tratar de entender ese embrollo sólo me confundió más. Roberto me empujó de nuevo a la cama.
—El poder de decidir recae en ti, Isabela.
-¿Qué poder? -pregunté con la voz amortiguada por tener la cara recargada en la almohada.
—Tienes que decidir si quieres apoyar su demanda en mi contra. Tendrás que comparecer ante el tribunal y certificar que lo autorizaste a presentar una demanda de divorcio contra mí. Si no lo haces, se le suspenderá la licencia de abogado —dijo Roberto mientras apoyaba su mano suavemente en mi espalda-. ¿Quieres escuchar mi consejo?
-¿Ah?
-No apuestes tu futuro en un idiota.
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