-¡No empieces! -le dije y estiré la mano-. Dámelas.
-Te acompaño.
-No -me rehusé-. Te vas a reír de Roberto cuando lo veas.
-¿Por qué comió cangrejo si sabía que era alérgico? ¿Tan glotón es? Voy a reírme a carcajadas en su cara y no se atreverá a pararse frente a mí jamás.
-Por favor, te lo pido -le rogué. Estaba horrorizada-.
Deja de ser problemática por un segundo, ¿sí? Roberto ha estado aguantando tus payasadas. ¿Recuerdas que le pegaste en la cabeza y luego lo abofeteaste? No te hizo nada después de eso.
—Oye, tienes razón. —Abril se recargó en la ventana y dijo con emoción—: ¿Por qué habrá sido? ¿Qué opinas? —Sus ojos se volvieron enormes-. ¿Crees que le intereso?
—Ja, ja.
—¿Debería decirle que no es mi tipo? ¿Herirle el ego un poquito? Ja, ja, ja —comenzó a reírse con malicia.
Abrí la puerta del auto. Lo sospeché. Había metido las flores a una bolsa y la echó al asiento trasero. La tomé y cerré la puerta.
-Ve a buscar a Andrés si tienes tiempo. Convéncelo de que retire mi apelación para el divorcio.
—¿Por qué no quieres divorciarte de Roberto?
-Ese no es el asunto —dije. Apenas había comenzado el día y ya sentía venir un dolor de cabeza—. Esto no se trata de que quiera divorciarme de él o no. Andrés lo está haciendo mal. Roberto no es gay. Cometí un error.
-Pero lo hecho hecho está, ¿no? ¿No podemos seguir la corriente?
Tomé una piedrita del suelo y se le arrojé. Abril comenzó a gritar.
-¡Bueno, bueno! Iré a buscar a Adonis más tarde y hablaré
con él.
Llevé las flores y volví a la mansión. Podía lavar los pétalos, ponerlos en harina y hacer galletas. En cuanto a los tallos, podía molerlos en una pasta y agregar un poco de esa medicina que había hecho para Emanuel. La medicina ayudaba con la inflamación y a sacar las toxinas del sistema. Podía mezclar eso con los tallos machacados para untarlos en la piel. Si esto fuera la antigüedad, probablemente sería algún tipo de doctora. Siempre me había interesado la medicina tradicional.
Baymax no dejaba de dar vueltas mientras yo preparaba las galletas florales y me preguntaba qué hacía. Le dije que estaba preparando galletas de violeta. Me dijo que no olían tan florales. Hablar sobre estas cosas con un robot que no tenía sentido del olfato era absurdo.
Después de preparar las galletas y la medicina, fui a tocar la puerta del estudio de Roberto. Él respondió con brusquedad:
-Pasa.
Puse las galletas en una bandeja y la metí al cuarto.
—Algo huele bien —dijo Roberto mientras intentaba oler.
-Sí. Son galletas florales -dije mientras ponía la bandeja en la mesita. Le acerqué el plato con las galletas—. Come unas. Te ayudarán con la inflamación y sacarán las toxinas de tu sistema. Además, están deliciosas.
Tomó un pedazo y lo sostuvo frente a su cara.
-¿De qué está hecha? -preguntó después de observarla con atención.
-Harina.
—¿Sólo eso?
-Un poquito de condimentos.
-¿Qué es eso que tiene adentro?
-Pétalos de violeta.
—¿Qué? -dijo sobresaltado.
—No te preocupes. La mayoría de los pétalos de flores son comestibles. La violeta tiene usos medicinales. Te ayudará con tus ojos. Los efectos de comerlas crudas no son diferentes de prepararlas en una medicina. Pruébalas, saben muy bien.
—¿Intentas decirme que todo puede hacerse algún tipo de postre? —preguntó mientras me miraba con escepticismo.
-Sólo pruébalas.
Para ayudarlo a animarse, tomé una galleta y me la metí a la boca. Se derritió ahí dentro. No las había preparado con aceite porque me parecía que la comida frita no era buena para la salud. En vez de eso, las hice al vapor. Eso había resaltado el aroma singular de la violeta.
Me vio comer y luego se metió a la boca la galleta que tenía en la mano.
-Recuerda masticarla. Tienes que hacerlo -le dije con firmeza-. Te vas a ahogar si no lo haces.
Masticó con rapidez antes de tragar.
—No sabe tan mal. Parece que hubieras tomado una medicina amarga.
Me miró con el rostro inexpresivo después de comerse la primera galleta.
Eran palabras arrogantes, aunque eran la verdad.
Parecía más tranquilo. Tomé la botella de medicina y remojé un trozo de algodón. Él comenzó a ponerse nervioso de nuevo.
-¿Qué haces, Isabela?
Me preocupó que fuera a tumbar la botella del sillón y volvía a inquietarse. Todo mi esfuerzo había sido en vano. No sabía qué estaba pensando. Me agaché sin previo aviso y lo besé suavemente en la frente.
—No temas. No va a doler.
Su frente se sintió fría. Cuando mis labios tocaron su piel, sentí un escalofrío cruzarme entre mi boca y su frente. De inmediato me incorporé. Roberto se tranquilizó al instante. Mis dedos temblaban mientras le ponía la medicina en los ojos. El líquido verdoso se filtró en sus ojos sin demora.
Estaba recostado, quieto y en silencio; sus pestañas estaban cubiertas de gotas de la medicina. Acerqué la mano para quitarle el exceso. De repente, él me tomó la mano y se la llevó a los labios. Quise liberar la mano, pero no lo hice.
-¿Qué haces?
-¿Me besaste?
-Temí que fueras a moverte. Estaba intentando tranquilizarte.
Se incorporó.
-¿Así es como calmas a todos?
-Quédate quieto. Tienes que recostarte y dejar que la medicina entre a tus ojos.
Él se quedó con los ojos cerrados.
-Te hice una pregunta.
—Para nada. No digas tonterías.
Sus pestañas temblaron un poco. La oscura medicina parecía sombra de ojos. Se veía extraño, pero no del todo mal. Qué hombre tan raro era Roberto. Siempre salía bien arreglado, sin importar qué.
—Sigo nervioso.
—¿Y qué quieres que haga yo?
-Necesito que me tranquilices -dijo y señaló su frente-. Hazlo de nuevo. Tranquilízame.
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