Un extraño en mi cama romance Capítulo 192

Dejé que se las arreglara solo mientras yo señalaba en el menú lo que quería ordenar. Abril había dicho que los puestos en esta calle hacían comida asada deliciosa. Podías cenar en cualquiera. Y no te arrepentirías. Ordené mi comida favorita felizmente y sin preocuparme. El elote dulce no podía faltar. Los ponían en una brocheta, así que todos los lados de la mazorca se asaban uniformemente. Acababan bien cocidas y crujientes. Estaban deliciosas.

La mujer obesa dijo que el cordero era su especialidad, así que pedí un trozo de costillas. Los últimos días había estado comiendo verduras como un conejo. Hace tiempo que no comía nada decente. Había banderillas, tiras de pan frito y ostras. Sólo leer el nombre de esa comida me puso a salivar.

Hice mi orden y luego recordé que Roberto estaba sentado junto a mí. Golpeteé la mesa con los nudillos. Puede que hubiera continuado con las patas de la mesa si no lo hubiera interrumpido.

-¿Ya terminaste de limpiar?

-Tengo la sospecha de que nunca han limpiado las mesas desde que empezaron el negocio.

-Viniste por la comida, no por el ambiente ni la higiene.

-¿Comida mezclada con las sobras del cliente anterior? -dijo con una sonrisa afilada.

—¿Qué quieres comer? —le pregunté amablemente. Le pasé el menú-. Pedí varias cosas. ¿Hay algo que se te antoje comer? ¿Quieres recomendaciones?

-Estoy bien -dijo y negó con la cabeza enérgicamente.

Le hice una seña a la mujer.

—Me gustan picantes. Que piquen tanto como puedan.

-Todavía te estás recuperando de tu lesión de la espalda -dijo Roberto.

-Es una fractura pequeña, no una herida abierta. Está bien -dije antes de que me acordara de las heridas de Roberto—. De hecho, mejor no. No le ponga tanto picante,

por favor.

También tenía que ser considerada con el magnate y sus lesiones. Mientras esperábamos que nos trajeran la comida, unas chicas se sentaron en la mesa de al lado. Llevaban ropa muy reveladora y el cabello teñido de varios colores. Me tapé las orejas con las manos. Roberto me miró sobresaltado.

—¿Qué haces?

Gritos ahogados interrumpieron su pregunta.

—Oigan, miren. Ese tipo es muy sexi.

—¿No les parece conocido? ¿Es un famoso o algo?

Lo sabía. Supuse que ocurriría un alboroto en cuanto lo vieran. Él sacó sus lentes de sol. Le jalé la manga.

-¿No crees que es raro ponerte lentes de sol de noche? Vas a atraer las miradas de todos.

Se los quitó con indiferencia y luego sacó otro par de lentes con armazón dorado. Antes lo había visto usar lentes. Esa vez se puso algo sin armazón. Esta fue la primera vez que lo vi con lentes de armazón de oro. Parecía un lobo en piel de oveja. Un doctor Jekyll que ocultaba al señor Hyde por dentro.

Se veía genial. Como un caballero recatado y educado a quien querrías corromper. El corazón se te aceleraba con sólo verlo. Parecía que todo se le veía bien. Una vez había escuchado a mi secretaria y a otras colegas de la oficina hablar sobre Roberto. Dijeron que se vería bien incluso si se pusiera un sartén en la cabeza.

La mujer obesa nos preguntó si queríamos algo de tomar. Pedí leche con chocolate y otra botella de refresco. Había pedido mucha comida. Una bebida no sería suficiente. También le pedí algo a Roberto.

-Un Yakult para él. También de chocolate.

-No como chocolate -dijo con sequedad.

—¿Entonces qué puedes tomar? -pregunté. La gente rica era muy difícil de complacer. -No eres un perro. Los

perros no pueden comer chocolate. Tú sí deberías poder.

-No dije que no pudiera. Simplemente no me gusta el sabor -respondió irracionalmente y con bastante molestia.

El humo de los asadores nubló el aire nocturno. Roberto estaba sentado frente a mí. Se veía tan surreal. Conforme avanzó la noche, comenzaron a llegar más clientes. Pronto las mesas de alrededor se llenaron de comensales. La mayoría eran mujeres jóvenes. Algunas se abrieron camino desde otros puestos y encontraron mesa cerca de nosotros. Su llegada hizo que la mujer obesa sonriera tanto que sus ojos parecían rajas en su rostro contento.

-Voy al auto por dos botellas de agua.

—Oye -dije, jalándolo del pulgar—. Prueba el Yakult.

-El tipo abrió la botella con los dientes.

—¿Y qué? No tocó la boca de la botella. ¿Por qué eres tan mojigato? -le pregunté. Debe haberse acostumbrado demasiado a comer en elegantes restaurantes franceses. Sus estándares para salir a cenar eran ridículos—, ¿De verdad crees que esos restaurantes elegantes que frecuentas están pulcros? ¿El foie gras que te sirven ahí?

Sólo es hígado de ganso con grasa.

Al quedarse de pie, llamaba cada vez más la atención. Las mujeres que estaban en la calle estiraban el cuello para verlo bien. La atención no deseada lo obligó a sentarse.

-Quiero cambiar de pajilla -dijo con irritación.

—¿Qué le pasa a la tuya?

-El tipo la tocó con los dedos. No hizo eso con la tuya.

-Pero ya usé la mía.

—Sigue siendo mejor que la que él tocó —dijo y luego exigió que intercambiáramos pajillas. La metió en su botella y comenzó a beber.

No pude hacer nada para evitar que me arrebatara la pajilla, pero honestamente, se veía lindo usándola. Debió parecerle que yo estaba disfrutando la comida porque por fin tomó una semilla de ajonjolí y se la metió a la boca. La masticó un poco.

-Come un poco de carne. Está muy, muy buena -dije mientras le pasaba una costilla frente a la cara-. No te va a matar. No es divertido comer sola.

Le dio una mordida con reticencia. Juro que vi sus ojos iluminarse. No había forma de que no le gustara el sabor. Al final, yo me comí cuatro costillas y él dos.

Dejó de ser un apretado cuando llegaron las ostras y el resto de los platillos asados. De hecho, acabó comiendo más que yo.

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