Tuve un sueño inquieto esa noche, como un bebé recién nacido. Me desperté en medio de la noche. Lo vi a mi lado, leyendo algunos documentos las primeras veces que me desperté. Lo observaba por un momento. Sus rasgos se veían suaves bajo la cálida y tenue luz. Observarlo mientras analizaba sus documentos era hermoso. Me quitó el aliento y quedé hipnotizada por lo guapo que era.
Cuando me desperté de nuevo en la última parte de la noche, estaba a oscuras. Las luces estaban apagadas. Roberto se quedó dormido a mi lado. Extendí la mano y toqué su frente. Seguía un poco caliente al tacto.
—¿Quieres algo de agua? —le pregunté.
Se movió un poco antes de jalarme de nuevo a la cama. Me desperté a la mañana siguiente con él mirándome con sus enormes ojos. Me dio el susto de mi vida.
—¿Por qué no me despertaste?
—¿Por qué debería?
Estaba profundamente descontenta con su hábito de responder a mis preguntas con más preguntas. Coloqué mi palma en su frente.
—Ya no parece tan caliente.
—Sí —dijo mientras se estiraba—. Iré a la oficina.
—No estás completamente recuperado. Tu fiebre apenas bajó —repliqué. ¿Por qué era tan adicto al trabajo?
—Ya me siento bien —dijo al tratar de levantarse de la cama. Lo empujé de regreso.
—¿No tuviste una reunión ayer? ¿Por qué tienes tanta prisa por regresar a la oficina?
—Me preocupa que mis hermanos mayores arruinen la empresa mientras estoy en casa —dijo con un tono seco—. Deberían quedarse en casa como los niños ricos que son en lugar de fingir que son capaces de tener un trabajo adecuado en una empresa real.
—Oye, estás hablando de tus hermanos. Comparten los mismos padres. ¿No puedes ser más amable?
—¿Han realizado alguna prueba que lo confirme? —Roberto sonrió—. ¿Nos parecemos de alguna manera?
Siendo honesta, no había mucho parecido entre él y sus hermanos mayores. Se veían bien pero parecían comunes a su lado.
—¿Por qué deberían parecerse a ti? ¿No deberían parecerse a tu padre?
Sus hermanos mayores heredaron las deficiencias físicas de su padre. Tenían sus labios ligeramente inclinados hacia abajo. Los labios de Roberto, por otro lado, eran más anchos. Consiguió lo mejor de sus dos padres. Tenía los labios de su madre. Eran gruesos y bien formados.
Él levantó su dedo y me golpeó con fuerza en la frente sin ninguna advertencia.
—No olvides de quién eres esposa.
—Eso duele —dije. Me tapé la frente con la mano y le di una mirada.
Roberto era un monstruo despiadado. No se midió con ese golpe. Me lavé y me miré al espejo. Había una mancha roja y brillante en mi frente. Era la marca de ese golpe que me había dado. Lo confronté furiosa.
—Mira esto. Ahora está todo hinchado.
Echó un vistazo al golpe.
—¿Cómo te pasó eso?
No podía creerlo. Se estaba haciendo el tonto conmigo.
—¡Tú lo hiciste! ¿Cómo te atreves a fingir que no tienes idea de lo que pasó?
Le lancé una almohada. Luego, me puse un conjunto de ropa limpia y me preparé para ir a la oficina.
Estuve fuera de la oficina por más de una semana. Yo no era Roberto, él era el alma de Empresas Lafuente y el hombre que mantenía todo trabajando. Yo era un don nadie. Nadie me echaría de menos si no aparecía en la Organización Ferreiro.
Le dije a Baymax que lo vigilara antes de irme de casa.
—Si tu señor y salvador se va a trabajar hoy, volverá muy distinto.
—La información en mi base de datos me dice que los humanos son incapaces de transformarse en algo no humano —me respondió Baymax con solemnidad.
—Se va a transformar de algo vivo a algo muy muerto.
—Le estás enseñando mal a mi robot, detente.
La voz de Roberto sonó desde un altavoz escondido en una esquina de la sala.
Llamé a Abril y le dije que me dirigía a la oficina. Llegué a la Organización Ferreiro y vi a Andrés cuando entré en mi oficina.
Su presencia me tomó por sorpresa. Su cabeza apareció detrás de la computadora.
—Volviste, Isabela.
—Sigues siendo la misma de siempre, agitando las manos cuando estás nerviosa.
Le di una sonrisa avergonzada. Me miró gentilmente y dijo:
—Isabela, puedes pensar que me excedí con la forma en que manejé este asunto. Sólo quiero que sepas que así son las cosas. A veces —dijo con lentitud y seriedad—. No hay lugar para la bondad en este mundo.
Empecé a mordisquearme las uñas. Me sacó los dedos de la boca.
—Isabela, debes entender que hay que ser decisivo cuando se trata de algunas cosas. No le perteneces a Roberto. Esa no es la vida que deseas.
—Lo sé —respondí. La simple idea de Roberto sumió mis pensamientos en una confusión—. Este no es el momento adecuado para eso.
Hablando del rey de Roma. Roberto no se apareció, pero su llamada entró en ese preciso momento.
Me acerqué a la ventana y atendí su llamada. Su voz sonaba perezosa.
—¿Qué vamos a comer?
—¿Qué? —contesté. Su repentina pregunta me desconcertó—. No sé qué me trajo Abril para el almuerzo.
—Estoy preguntando por los dos. ¿Qué vamos a almorzar?
—Roberto, yo voy a almorzar en la oficina. Puedes almorzar allá y yo comeré aquí. Haz que Baymax ordene algo para ti.
—Pero tengo fiebre —me dijo. No lo podía creer. Estaba lloriqueando. ¿No había dicho esa misma mañana que se había recuperado y que iba a ir a trabajar?
—¿Volvió la fiebre?
—Así es —respondió con un tono lastimoso en su voz—. ¿No vas a venir a verme para asegurarte de que esté bien?
—¿Hay alguien más en casa?
—Si estás hablando de criaturas reales que viven y respiran, sólo estoy yo.
Eso pensé. Tenía fiebre, no sería correcto dejarlo en casa, solo con Baymax, pero le prometí a Adonis que visitaría a su madre. ¿Cómo podría salir de ese problema?
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Un extraño en mi cama