Un extraño en mi cama romance Capítulo 222

—Pensaré en algo —dije y terminé la llamada.

Llamé a Santiago y le dije que Roberto todavía tenía fiebre y estaba solo en la mansión.

—Estoy en la oficina en este momento, en medio de una reunión —me dijo—. Pasaré por la mansión y echaré un vistazo cuando termine la reunión.

—¿Cuándo terminará?

—Debería terminar para las dos.

Miré mi reloj. Apenas eran las diez de la mañana. Se quedaría solo en la mansión durante cuatro horas. Le di las gracias y colgué. Alguien más me vino a la mente.

Silvia. Podría almorzar con él. Ella estaría feliz de hacerlo. Fui a buscarla. Su oficina estaba en el piso sobre el mío. De hecho, estaba justo encima de mi oficina.

Eso le molestaba a Abril. Ella la acusó de hacerlo a propósito. A pesar de tener un menor rango, Silvia situó su oficina justo encima de la oficina de la directora ejecutiva legítima de la empresa. Yo no estaba particularmente interesada en cosas como esa. No me sorprendió cuando me topé con Laura frente a su oficina. Verla hizo palpitar mi cabeza. Esperaba que ella me humillara o me acosara de una forma u otra como solía hacerlo. Pero simplemente me dio una mirada antes de pasar a mi lado. Eso fue extraño. No esperaba que me dejara ir con tanta facilidad.

Su secretaria le informó que yo estaba afuera. Ella no tardó mucho en dejarme pasar. Fue la primera vez que pude ver bien su oficina. Era mucho más espaciosa y mejor iluminada que la mía. Sus ventanas se extendían del suelo hasta el techo. Agradecí a los dioses que Abril no estuviera conmigo en ese momento, se habría puesto celosa de verlo.

Silvia estaba sentada detrás de su escritorio. Ella levantó la mirada al oír mis pasos. Llevaba una cinta cargada de perlas alrededor de su largo cabello. Exudaba un aura de belleza tranquila e inteligente.

—Isabela, ¿necesitas algo?

—No tiene nada que ver con el trabajo —le dije. Caminé hacia su escritorio y me detuve ante a ella—. Estuve fuera de la oficina los últimos días. Debe haber sido duro para ti.

—Todos somos parte de la Organización Ferreiro. Yo también debó hacer mi parte por la empresa —respondió, luego señaló una silla—. Por favor, toma asiento.

—Está bien. Tengo algo más que atender. Voy a decir lo que debo decir y me voy —expliqué. Parecía una tonta sin educación en su presencia.

—¿Qué pasa? Eres libre de decir lo que piensas —dijo mientras me observaba. Una tensión repentina se apoderó de ella—. ¿Le pasó algo a Roberto? ¿Sigue con fiebre? No quería perturbar su descanso, así que no lo llamé esta mañana.

—No, no, todavía tiene un poco de fiebre, pero está bien —exclamé. Roberto pudo intentar actuar como un paciente miserable y enfermo cuando llamó, pero sonaba bien por teléfono, no muy enfermo. Seguro estaba bien—. Me preguntaba si estás libre por la tarde para almorzar con él.

—Ya veo —me dijo Silvia, y me miró fijamente—. ¿Vienes a invitarme a almorzar con él? Realmente no es necesario que me hagas oportunidades para pasar tiempo con él.

—Oh, no, estás equivocada. Creo que le gustaría verte en este momento.

—Ya veo —dijo. Asintió con la cabeza y luego miró hacia abajo—. Bueno, tengo la tarde libre. Haré que el chef esté en casa para preparar algo y yo pueda llevarlo. Roberto acostumbra a comer en restaurantes. Los platos que sirven no ayudarán con su recuperación.

Mi misión estaba completa. Me despedí de Silvia. Me acompañó fuera de su oficina y hasta el vestíbulo. Sentí como si me hubieran quitado un peso del pecho cuando bajé las escaleras y regresé a mi oficina. Era como si acabara de hacer algo increíble. Vi a Abril con una caja de sándwiches en las manos. Me había buscado por todas partes.

—Isabela, ¿a dónde fuiste?

—Fui a ver a Silvia.

—¿Para qué?

—Roberto está enfermo. Le dije que fuera y le hiciera compañía.

—¿Te estás convirtiendo en una especie de madrota?

Le di un pequeño golpe.

—Uno de estos días, voy a sacarte la lengua con pinzas.

—Él es tu marido. ¿Por qué le pides que le haga compañía?

No me importaba lo que tenía para decir. Le quité la caja de bocadillos.

—¿Son los sándwiches que me harán llorar lágrimas de alegría?

—¿No fuiste a la Isla Solar? ¿Por qué volviste tan pronto? Adonis me dijo que debías regresar hasta dentro de dos días.

—¿Sabes por qué la gente les saca la lengua a los loros? —Le di un mordisco a un sándwich. Abril ya los había calentado. El aguacate se derritió como mantequilla en mi boca. Ella tenía razón. Eran deliciosos.

—¿Cómo estás?

—¿Cómo estás tú? —preguntó Roberto. No sonaba muy feliz—. Te dije que regresaras a casa y almorzaras conmigo. ¿Por qué le pediste a Silvia que viniera por ti?

Miré mi reloj. ¿Silvia estaba en la mansión en este momento? Llegó temprano.

—¿Por qué me llamas? ¿Dónde está ella?

—Estoy en el baño ahora mismo.

De alguna manera aprendió a esconderse en el baño antes de llamarme a espaldas de Silvia. Supongo que eso cuenta como una mejora. Sin embargo, había algo mal en su tono. Noté recriminación en su voz. ¿Qué hice mal? ¿No quería ver a Silvia? ¿No le había prometido una eternidad juntos cuando estuvieron en la Isla Solar?

—Estoy ocupada. No puedo salir a almorzar contigo.

—¿Ocupada, en una cita con Andrés? —me dijo en un tono seco.

Miré hacia arriba de inmediato y comencé a mirar alrededor.

—No estamos en una cita.

—¿Por qué estás vestida tan elegante, entonces?

Inspeccioné el área. Después de estar segura de que no estaba escondido en algún rincón cercano, respondí:

—Salí de la casa con este vestido.

Sólo era un vestido de lunares en blanco y negro. No era tan lindo.

—¿No te lo he dicho? La madre de Andrés está en la ciudad. Voy a visitarla.

—Isabela, tienes veinte minutos. Quiero verte justo enfrente de mí dentro de veinte minutos.

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