Un extraño en mi cama romance Capítulo 234

Entré al salón de juntas. Casi todos los demás que estarían en la reunión habían llegado. Eso había sido idea de Abril. Dijo que la directora no debía llegar tan temprano a una reunión, en especial una como yo, que aún no había establecido su autoridad en la compañía. Tenía que hacer una entrada impresionante. Una vez que hubiera acumulado suficiente experiencia y tiempo trabajando en la compañía sería el momento de comenzar a jugar la carta de la humildad.

Todos se pusieron de pie mientras me dirigía a mi asiento y me saludaron al unísono:

―Buenos días, señora Lafuente.

El gesto solemne me dejó impactada por completo. Estaba lista para esbozar una sonrisa en el rostro y devolverles el saludo personalmente, de uno por uno, cuando me encontré con la mirada de Roberto. Era sombría. Parecía a punto de explotar de ira. Entonces recordé lo que él me había dicho: quienes están en posiciones de autoridad y poder deben mostrar desinterés ante las muestras de respecto y sumisión de los demás. Eso se me dificultaba. Al final, logré contener la sonrisa. En vez de eso, asentí ligeramente para devolver el saludo.

La junta transcurrió sin contratiempos. Me di cuenta de que estaba agarrando la onda. Entendí lo que todos decían y tenía mis propias opiniones sobre cómo deberían hacerse las cosas. Me estaba sintiendo alegre de poder seguirles el paso a los demás cuando Silvia pasó al frente y comenzó su presentación. Pasó una serie de diapositivas mientras presentaba la propuesta que había diseñado después de nuestro reciente viaje a Isla Solar y las fotos que se habían tomado durante el viaje.

Silvia era asombrosa. Había ideado una excelente estrategia de mercadotecnia en menos de dos días. Sin embargo, una foto en particular atrajo mi atención. Era una foto de la playa y una de nuestras villas al lado del mar. Habían terminado de construirla antes que las demás. La foto era hermosa: la belleza escénica de la costa capturada en la foto era impresionante. Lo que me atrajo fueron las siluetas de dos personas paradas en la playa. Estaban de espaldas a la cámara. No se veían ni muy grandes ni muy pequeñas comparadas con el resto de la foto.

La mujer llevaba un largo vestido blanco y el hombre, una camisa blanca y pantalones de mezclilla arremangados. Las olas se arremolinaban a sus pies. Estaban parados hombro con hombro. Parecía que eran el uno para el otro. Daba la impresión de que eran una parte del paisaje natural. Como una historia de amor. Eran Roberto y Silvia. No conozco al fotógrafo que tomó esa foto, pero de alguna manera logró atraparlos en ella.

―Esta foto se ve genial. ¿De qué compañía son esos modelos? ―preguntó un ejecutivo.

¿Había alguien en la sala que no pudiera darse cuenta de que eran Silvia y Roberto?

―Hay que usarla para la publicidad ―alguien agregó de inmediato―. Se ven mucho mejor que los modelos promedio con sus poses melodramáticas y poco naturales.

¿Podían darse cuenta de que esos no eran modelos típicos con sólo verles las espaldas? Fingí que estaba viendo unos documentos en una carpeta y le eché un vistazo a Roberto. Su rostro estaba inexpresivo. No parecía que planeara decir nada. Silvia bajó la mirada. Sus labios se curvaron en un esbozo de sonrisa. No supe por qué pero no pude evitar sentir que algo no estaba bien. Algo se sentía fuera de lugar. No sabía qué, pero lo sentía en los huesos.

El gerente del departamento de mercadotecnia parecía muy emocionado.

―Entonces, que esto sea el principal material visual para la publicidad. Las siluetas de esta encantadora pareja adornarán cada esquina de Ciudad Buenavista cuando estén impresas.

Abril estaba sentada en una silla detrás de mí. Probablemente podía darse cuenta de lo que estaba ocurriendo.

―¿Cada esquina? ―dijo con tranquilidad―. ¿Vamos a pegar carteles en los postes de luz?

Los ejecutivos sentados en la mesa no se atrevieron a reírse. Algunas de las secretarias y asistentes sentados detrás de ellos no se aguantaron unas risitas.

―Roberto ―dijo Silvia con suavidad―. ¿Qué opinas? ¿Le mostramos la propuesta al señor Pardo para ver qué le parece?

―A él no le preocupan los detalles. Nos ha dejado las riendas del asunto por completo. Yo no tengo comentarios ―dijo Roberto.

Parecía bastante complaciente hoy. Casi no pude reconocerlo. Estaba mirándome con un esbozo de sonrisa en el rostro. Sus ojos me miraron, luego se desviaron.

―Bueno, si todos están de acuerdo con la propuesta ―dijo felizmente el gerente del departamento de mercadotecnia―, entonces procederemos.

Abril le dio una fuerte patada a mi silla. Casi me lanzó debajo de la mesa. Estaba indecisa. ¿Debía hablar y expresar mi desacuerdo? Yo era la directora. Tenía el poder para decidir. Además, esto era un asunto insignificante. Llevaba un tiempo ya con la Organización Ferreiro. La gente me llamaba títere o marioneta a mis espaldas. Incluso llegaban a llamarme secretaria. Aunque yo era la directora de palabra, yo sólo sabía tomar notas durante las reuniones, asentir y decir «está bien». Nunca expresaba mis opiniones.

Estaba tan nerviosa. Mi corazón palpitaba con fuerza en el pecho como el golpeteo de mil tambores al unísono. Era ensordecedor. Roberto había dicho bien. Lo hacía a veces. Dijo que yo me había acostumbrado a tomarme las cosas con calma y tolerarlas. No sabía hablar por mí misma.

Mientras seguía atorada en mi dilema, escuché que Silvia anunciaba que la reunión estaba por terminar. Yo era la directora, sin embargo ella siempre anunciaba cuando las reuniones acababan. Ni siquiera tenía el valor para hacer eso.

Todos se pusieron de pie, comenzaron a guardar sus cosas y se prepararon para irse. Roberto, sentado en su silla, se echó hacia atrás. Recargaba la barbilla en la mano. Su mirada atravesaba los lentes color azul pálido detrás de los cuales estaba oculta. Parecía haber una mezcla de sentimientos reflejados. La mirada en sus ojos era afilada y estaba llena de emociones que yo no lograba discernir en el momento. Creí ver decepción. Así era. Estaba decepcionado.

Todos comenzaron a dirigirse hacia la puerta. Silvia se había levantado y había guardado sus cosas. Caminaba con paso ligero. Volteé y me encontré con la mirada de Abril. Estaba mostrando los dientes y gesticulando algo. Sabía lo que intentaba decir. «¡Di algo!». Eso es lo que intentaba decirme. Probablemente me iba a sermonear si dejaba las cosas así y no hacía nada. Me llamaría cobarde. Me llamaría supuesta directora sin el coraje para probarlo.

Me armé de valor y decidí hacer de tripas corazón. Posé las manos sobre la mesa y abrí la boca.

―Esperen un momento. Aún no termino de hablar.

Los gerentes estaban reunidos en la puerta y no parecieron oírme. La abrieron y salieron de salón. Sentí que dentro de mí se encendía una chispa de ira al verlos ignorarme.

―Abril, por favor trae de vuelta a los señores Cuevas y Portillo.

―¡Entendido! ―respondió Abril con brío antes de salir del salón.

Silvia se detuvo en seco y luego se volvió hacia mí. Había confusión en sus ojos.

―¿Hay algo más que quieras decir, Isabela?

―Sí, lo hay.

―¿Por qué no lo hiciste antes?

―Estaba pensando cómo expresarlo. Diste por terminada la reunión antes de que pudiera decirlo ―le respondí con una sonrisa suave.

Pude sentir que me temblaban los labios de manera poco natural.

Todos se metieron de vuelta al salón de juntas. Silvia también volvió a su asiento. Tenían cara de confundidos. Me di cuenta de que algunos estaban un poco molestos.

Le di un sorbo al té. Sentía la boca seca. Terminé por vaciar la taza. Bebí demasiado rápido y me atraganté con el último trago. Comencé a toser y casi escupí los pulmones. Abril y mi secretaria se apresuraron a darme palmadas en la espalda y a conseguirme un pañuelo.

―Debería irse temprano y descansar si no se siente bien, señora Lafuente ―dijo un ejecutivo.

Después de todos, a ellos no les importaba si no venía a trabajar o no. Hice un gesto con la mano para quitarles la preocupación. Me tomé un tiempo para volver a respirar normalmente. Mis ojos pasaron por el rostro de Roberto y de Silvia. Él se veía sereno. Igual ella. No podía saber qué estaban pensando.

Junté el valor, me humedecí los labios y señalé la foto.

―No creo que sea apropiado usar esta foto como el principal material visual para nuestra publicidad.

―¿Por qué no? ―preguntó el gerente de marketing―. Yo creo que es excelente. No importa cómo la vea, la disposición, la atmósfera capturada y los modelos son geniales. No se puede conseguir mejores resultados que estos.

―Creo que la calidad es apenas aceptable.

―Señora Lafuente, puede que no consigamos mejores resultados aunque logremos encontrar otro par de modelos para volver a tomar la fotografía. ¿Por qué deberíamos gastar recursos innecesarios para una nueva foto? ―dijo el gerente.

Muchos de los que estaban en el salón estuvieron de acuerdo con el comentario. Puede que hubieran empezado a concederme algo de respeto en los últimos días, pero en secreto todavía estaban del lado de Silvia, Laura y mi madrastra.

Intenté furiosamente pensar en razones para rechazar la foto, pero no se me ocurrió nada. Entonces, mi teléfono comenzó a vibrar. Lo miré. Roberto me había enviado un mensaje. En la pantalla, aparecía una sola línea. No había necesidad de revisar el mensaje completo. «Eres la directora. ¿Por qué tendrías que justificar tu decisión?».

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