Andrés me había contado sobre esto. Su madre creía que yo sería su nuera. Estaba enferma. No podía corregir el malentendido con sequedad. Abril le sonrió con picardía.
―Pronto ―dijo―. Ya falta poco para que empecemos a entregar las invitaciones.
Después de regresar a la oficina, me quedé deprimida el resto de la tarde. La imagen de la madre de Andrés y la mirada de confusión en sus ojos no dejaban de aparecer en mi mente. Ella no había sido así en el pasado.
Cerca de las seis de la tarde, Roberto me llamó. En su lado de la línea sonaba un alboroto. Su voz iba y venía mientras yo me esforzaba por escucharlo entre el ruido.
―Ponte algo bonito.
―Está bien ―le dije.
―¿Qué me vas a dar de regalo?
―¿Cuento yo?
Se echó a reír. Parecía estar de muy buen humor. Esta mañana había escogido un vestido lindo. Me retoqué el maquillaje después del trabajo. Abril me preguntó por qué estaba tan arreglada. Le dije que no era para ella.
―¿Es para la fiesta de cumpleaños de Roberto? Yo también quiero ir.
―Olvídalo. Ni siquiera te cae bien. Además, no estás invitada.
―¿Tú eres la anfitriona de la fiesta, ¿no? Puedes darme una invitación.
―Te lo ruego ―dije mientras la tomaba de los hombros―, deja de intentar hacerme la vida difícil.
―Puuf. De todos modos, no me interesa esa estúpida fiesta. Voy a salir con Arturo.
Abril me volteó los ojos y se fue. Ordené el escritorio y me preparé para irme. Iba a tardar media hora en ir desde mi oficina a la dirección que me había dado Roberto. En cuanto me levanté, sonó el teléfono. Creí que sería Roberto para decirme que me apurara, pero era Andrés.
―Hola ―dije mientras caminaba hacia la puerta.
―Isabela ―dijo. Podía escuchar el pánico en su voz―. ¿Dónde estás?
―En la oficina. Estaba a punto de irme.
―¿Puedo pedirte un favor?
―Claro. ¿Qué cosa?
―El ama de llaves llamó. Mi mamá se cayó en la casa. Estoy ocupado y no me puedo mover. Estoy en los suburbios. El ama de llaves llamó a una ambulancia pero estoy preocupado. ¿Puedes ir al hospital y verla? Si estás ocupada…
―¿Tu mamá se cayó? ―dije. Apreté la perilla de la puerta―. ¿Ya llegó la ambulancia? ¿A qué hospital la van a llevar?
―No llegarás a tiempo si vas a mi casa. La ambulancia ya se la habría llevado. Mejor vete al hospital.
―Bien. Iré ahora mismo.
―Isabela, ¿tienes algo que hacer hoy? ¿No te estoy molestando?
―Andrés. ―Lo detuve en ese instante. Me hablaba en tono distante y formal. Era incómodo―. Tu madre acaba de caerse. Ahora mismo no hay nada más importante que asegurarnos de que esté bien.
Parecía abrumado de gratitud. Soltó un suspiro de alivio y me agradeció:
―Isabela, qué suerte tengo de que estés conmigo.
―¿Cómo le hizo para caerse de su silla?
―La alacena estaba abierta, pero no sé lo que estaba buscando.
Me di la vuelta y miré a la madre de Andrés. Estaba recostada en la cama y bien despierta. Debió haberse lastimado la pierna al caer. La enfermera le había puesto una férula en la pierna. Me tomó la mano.
―Isa, ¿viniste a visitarme? Déjame traerte unas galletas.
Se había caído porque quería llevarme galletas. Debió haber recordado de repente que yo fui el día anterior mientras ella estaba viendo la televisión. Creyó que yo seguía ahí y se levantó para llevarme galletas.
Me dolía la nariz. Me esforcé por aguantarme las lágrimas.
―Ya no como galletas.
Cuando éramos niñas, Abril y yo agarrábamos los frascos de galletas cada que íbamos a casa de Andrés. A su madre le encantaba llenarlos hasta el tope. Siempre encontrábamos cosas deliciosas.
Llevaron a la madre de Andrés al pabellón de emergencias. Después de esperar un rato, el doctor salió y me dijo que se había roto la pierna. Iban a ponerle un yeso. Además de la pierna rota, ella estaba bien. Yo me encargué del papeleo para su admisión al hospital. Quería llamarle a Andrés para avisarle que las cosas estaban bien, pero mi teléfono no encendía. Debí haberlo descompuesto cuando lo tiré. Al terminar con el papeleo, pedí el teléfono de la oficina del doctor y llamé a Andrés. Le dije que su madre estaba bien y que había llenado los papeles del hospital. Él estaba en la calle. Parecía estar caminando muy rápido. Sonaba agotado.
―Estoy ocupado con un caso. Probablemente pueda ir al hospital a medianoche. Gracias por ayudarme, Isabela. ¿Podrías hacerme un último favor y contratar un cuidador para que se quede con mi mamá? Después de eso, vete a casa y descansa.
―No te preocupes. Yo me encargo.
No podríamos evitar contratar a un cuidador, pero no podía irme aún. Tenía que esperar a que Andrés llegara al hospital.
Después de ponerle el yeso, una enfermera llevó a la madre de vuelta a su cuarto. Le puso una intravenosa con antiinflamatorio. La madre de Andrés se quedó dormida casi al instante. Le dije al ama de llaves que volviera a la casa de Andrés. Se fue deprisa porque estaba preocupada de haber dejado el gas abierto.
Me pregunté si debería llamar a Roberto. Después de todo, era su cumpleaños. Aunque no fuera a su fiesta, al menos debía llamarle y desearle feliz cumpleaños. En la habitación había un teléfono. Lo tomé y de repente me di cuenta de que no me sabía su número. Lo tenía en marcado rápido. Sólo tenía que presionar “uno” en vez de su número completo para llamarle. Pensé un largo rato pero no podía recordarlo. Al final, me rendí.
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