Un extraño en mi cama romance Capítulo 238

Andrés llegó al hospital cerca de las once de la noche. Su ropa estaba arrugada y se veía totalmente desgastado. En cuanto me vio, me inundó de agradecimientos y disculpas.

―Isabela, de verdad lamento haberte quitado toda la noche.

―No hay problema ―dije mientras le pasaba una toalla―. ¿Está lloviendo afuera? Tu ropa se ve mojada.

―Sólo es una llovizna ―dijo antes de mirarme con pesar―. ¿Ya comiste algo?

No me daba hambre por la noche. Había bajado por un sándwich mientras el doctor revisaba a la madre de Andrés. Apenas le había dado un par de mordidas cuando no pude más.

―Sí ―le dije―. Tu madre estará bien. Sólo necesita descansar un poco.

―Muchísimas gracias por tu ayuda. Déjame llevarte a casa ―dijo.

Tenía el cabello mojado. Mechones oscuros y suaves se le pegaban a la frente.

―Está bien. Mi chofer me trajo.

―Es muy tarde. ¿Segura que no necesitas que te lleve?

―No hace falta, de verdad ―respondí―. Cuida a tu mamá. Vendré mañana.

―No tienes que visitarla todos los días. Contraté un cuidador. Podemos arreglárnoslas ―dijo él. Su voz era suave y evidenciaba el cansancio.

―¿Para qué quieres amigos, entonces? ―resoplé―. Abril te va echar bronca si se entera de que no le pides ayuda cuando hospitalizan a tu mamá. Nos tomaremos turnos para cuidarla por la noche.

―Ustedes necesitan su sueño reparador. Les saldrán ojeras si no duermen lo suficiente ―dijo antes de estirar la mano y pasar los dedos por la piel bajo mis ojos.

―¿Tengo ojeras? ¿No deberían tardar un rato en aparecer?

―Deberían ―se rio con suavidad―. No te voy a retener más. Déjame acompañarte afuera.

Andrés me llevó a la entrada del hospital y esperó mientras me subía en el auto. Me despidió con la mano mientras me alejaba. Afuera llovía ligeramente, apenas podían verse las gotas en la oscuridad. La lluvia caía desde el cielo como delgados y borrosos hilos que tejían una telaraña de agua. Probablemente te empaparías si te quedabas parado afuera unos segundos. Era el tipo de lluvia que te llenaba el alma y te hacía sentir frío por dentro y por fuera.

En realidad, nadie me había llevado. Contraté un chofer a escondidas. Andrés debía estar exhausto. No se dio cuenta de que el carro en el que me subí no era uno de los de Roberto.

―¿A dónde va, señorita? ―me preguntó.

Estaba muy cansada. Ansiaba llegar a casa y recostarme. Miré la hora. Aún no era medianoche. No estaba segura de si la fiesta de Roberto había terminado. Estas fiestas solían durar hasta después de la medianoche. Me sentí indecisa. Después de un momento, le dije al chofer:

―Hay un lugar al que quiero ir. Espere mientras encuentro la dirección.

Al buscar en mi bolso, recordé que le había dado a Silvia el papel que tenía la dirección de la fiesta de Roberto. Mi mente se quedó en blanco. Por más que lo intentaba, no podía recordarla. El conductor me miraba y esperó pacientemente a que le dijera a dónde llevarme. Después de pensarlo un poco, le pregunté:

―Disculpe, ¿puedo usar su teléfono?

Me lo dio. Llamé a Silvia. No recordaba el número de Roberto, pero sí el de ella. Todo este tiempo había tenido el mismo.

Me recargué en el asiento. Mi corazón latía emocionado. Me sentía un poco nerviosa. ¿Qué iba a hacer si Roberto comenzaba a gritarme furioso cuando llegara? ¿Cómo iba a explicarlo? No podía decirle que había estado cuidando a la madre de Andrés. Se ponía como loco cuando mencionaba a Andrés. Contarle sobre su madre sólo lo haría enojar.

La voz del conductor me sacó de mis pensamientos.

―Señorita, ya llegamos.

Miré por la ventana. Parecía que habíamos llegado a una residencia privada. Era una mansión con jardín, montículos artificiales y un quiosco. Tenía un aura de elegancia de antaño.

―Este lugar se ve muy elegante. Debe ser una finca privada ―dijo el conductor mientras tomaba el dinero que le daba.

Bajé del auto y caminé hacia la entrada. Era una verja de hierro forjado con un diseño floral elaborado. Podía ver el jardín a través de ellas. Estaba hermosamente decorado. En el medio, había un cerezo en flor. No creí que fuera un árbol de verdad. Era la mitad del verano y las flores de cerezo no duraban tanto. Sin embargo, las flores de este estaban en plena floración. Había luces alrededor del árbol. Los pétalos bailaban en el aire.

Alguien se había esforzado mucho para hacer que el árbol se viera lo más auténtico posible. Incluso tenía pétalos bailarines. Qué decoración tan extraña para la fiesta de Roberto. No parecía ser lo que un hombre querría. Parecía algo que un hombre haría para complacer a una mujer. En el jardín también había un globo gigante en forma de paleta. Al pie del globo, había enormes cajas de regalos. No pude distinguir si estaban vacías o si de hecho tenían regalos.

Me humedecí los labios. De repente, me puse nerviosa. Estaba a punto de abrir las puertas cuando vi a Roberto y a Silvia salir de un rincón del jardín. No sé qué fue lo que sentí. Me deslicé y me escondí en una esquina junto a la puerta. Se detuvieron bajo el cerezo. Estaban mirándose. Los pétalos en el aire hacía que todo pareciera un ensueño surreal. Desde lejos, vi a la pareja perfecta de pie bajo el árbol. La escena me dejó sin aliento. No podía ver sus rostros ni podía oír lo que decían. Todo lo que pensaba era cómo la luz rosada que iluminaba desde arriba a Roberto parecía hacer que su mirada se viera suave y delicada.

Había estado a punto de entrar al jardín. Pero cuando los vi y vi cómo se veían, perdí el deseo de hacerlo. Mis dedos se aferraron a los barrotes de la puerta mientras los veía descaradamente. ¿Debería entrar y saludar o debería darme la vuelta e irme? Me quedé inmóvil. En ese momento, Silvia se puso de puntas, levantó la mirada y besó suavemente a Roberto en los labios.

Yo estaba estupefacta. Sentí un penetrante chirrido en los oídos. Era el sonido de miles de aves chillando al mismo tiempo. No era buena para lidiar con situaciones repentinas. Me di la vuelta y me quedé helada. Una torre de reloj comenzó a sonar a la distancia. Era medianoche. Perdida y confundida, miré el oscuro cielo nocturno. Era medianoche. La fiesta de cumpleaños de Roberto había ido y venido. No tenía caso que yo me apareciera. Además, parecían estar en su propio mundo. ¿No interrumpiría su momento?

Me quedé quieta un instante. Luego, comencé a correr. Corrí como si me estuviera persiguiendo el diablo. Golpeaba el piso con mis tacones. Los engranes de mi mente comenzaron a girar con furia. ¿No se supone que era una fiesta de cumpleaños? ¿Por qué no había autos estacionados afuera de la entrada? El jardín estaba vacío y en silencio. Era como si Silvia fuera la única invitada a la fiesta. Quizás el resto de los invitados se habían ido y Silvia fue la única que se quedó.

Me escapé, corriendo a toda velocidad, hasta que me encontré frente al camino y un taxi. La agitación me tenía exhausta y jadeando como un perro. Sólo después de subirme al auto, la pregunta apareció en mi mente: «¿Por qué estaba corriendo?».

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Un extraño en mi cama