Un extraño en mi cama romance Capítulo 260

Por fin pude tener un momento de paz después de que Abril se marchara. Ella lo hacía por mi propio bien, pero en realidad no estaba preparada para llevarlo a cabo, no era una luchadora. Creía en la justicia divina y en que algunas cosas estaban destinadas a pasar, si no era así, entonces no tenía sentido tratar de luchar por ellas. Esa era yo, el clásico ejemplo de alguien que esperaba que la buena suerte le cayera del cielo.

Roberto llegó justo a tiempo después del trabajo, pero no vino solo, trajo a Silvia consigo. Ella me trajo un ramo de flores de ave del paraíso, un tipo de flor poco común en las florerías, las flores parecían únicas, pero no pude evitar la preocupación de que podía ser atravesada por sus afilados pétalos en forma de pico.

—Silvia —la llamé cuando la vi. Ella colocó las flores en un jarrón y se acercó a mi cama.

—Isabela, me enteré de que estabas muy enferma. No lo sabía.

—No es gran cosa, simplemente estuvo a un paso de la muerte —Roberto habló antes de que yo pudiese decir algo.

Roberto estaba actuando con su típico carácter sarcástico, cada palabra que salía de su boca resultaba áspera y desagradable a los oídos. Su teléfono sonó y salió de la habitación para atender su llamada. Silvia y yo nos quedamos solas, no sabía qué decirle, nunca había sabido. Aunado a eso, había empezado a darme cuenta de que no la conocía mucho. Abril llevaba tanto tiempo hablando mal de Silvia delante de mí que en mi interior empezaban a despertarse algunas sospechas.

Silvia se sentó junto a mi cama y me estudió durante algo de tiempo antes de hablar

—Escuché que te enfermaste porque te sorprendió la lluvia.

—Ya me había sentido mal desde un tiempo atrás, llevaba varios días tosiendo —le dije.

—Ya veo —contestó con suavidad—. Deberías cuidarte más ahora que estás sola.

Era un buen consejo, Asentí y le agradecí.

—Gracias.

—Roberto puede ser bastante extraño a veces, nunca puedes adivinar sus pensamientos, quizá sencillamente no le interesan otras mujeres. Deberías esforzarte por no hacerlo enojar —me dijo. Parecía sincera, pero no pude evitar sentirme incómoda ante la mención de otras mujeres.

No quería convertirme en tan solo otra mujer para Roberto, pero en los ojos de Silvia eso es lo que yo era. Empezaba a sospechar que Silvia no era tan generosa como se había mostrado cuando se trataba de Roberto, quería tenerlo para ella sola, sólo que lo hacía con mucha sutileza, tanto que casi no me hubiese podido dar cuenta.

Nos sentamos en la habitación en un incómodo silencio, no teníamos mucho que decirnos. Recordé las golosinas que Abril me había traído ayer, estaban guardadas en el cajón de la mesita de noche, aparté las sábanas para poder salir de la cama y tomar algunas para ella, le dije:

—Silvia, tengo unos chocolates con sabor a fresa bastante deliciosos.

—No te preocupes —dijo ella—. Yo no como dulces.

Sus ojos se posaron en la cama, donde las sábanas estaban corridas, no sabía qué estaba mirando, así que me giré y eché un vistazo. Fue incómodo, en la cama estaba la ropa de dormir sensual que me había comprado Abril. El ligero camisón era tan delgado como las alas de una mariposa, también venía acompañado con un bikini, pero era más pequeño de lo normal y se veía increíblemente traslucido, llevarlo puesto era como no llevar nada. Era terrible, hace un rato había metido la prenda bajo las sábanas y me había olvidado de él, pero ahora Silvia lo estaba viendo, no sabía cómo explicárselo.

Me quedé sin palabras. ¿Qué podía decir? ¿Debería negar que el camisón me pertenecía? ¿Debería decir que se le había olvidado a una enfermera? Silvia habló antes de que yo pudiese hacerlo, parecía calmada, pero me pareció oír una pizca de desprecio en su voz cuando habló.

—Supe que tienes neumonía, ¿Eso te mantendrá caliente? Puede que ya sea verano, pero el hospital tiene aire acondicionado y aun puede hacer bastante frío aquí dentro.

—Eso es... —tartamudeé. ¿Y si digo que no es mío? ¿Sonaría muy poco convincente?

No había mucho que pudiese hacer, excepto balbucear sin sentido y esperar que eso fuera suficiente para terminar esa línea de conversación en particular.

Silvia desvió la mirada, sus labios se movieron un poco, no estaba segura de si intentaba ocultar una sonrisa o algo más. Nos sentamos en la habitación de forma incómoda, volví a subir las sábanas y escondí la ropa de dormir sensual bajo ellas.

Al cabo de un rato, Silvia se levantó de su asiento, se marchaba. Solté un suspiro de alivio.

—Gracias por las flores Silvia, son preciosas —le dije. Al fin de cuentas, tenía que ser educada.

Ella no respondió, su mano estaba apoyada en la mesita de noche mientras me miraba fijamente. Su mirada me inquietó, me habló justo cuando estaba a punto de preguntarle qué le ocurría.

—Isabela, ¿es así como haces que Roberto no se divorcie de ti tan pronto?

—Ha habido un malentendido.

—Lo entiendo. Deberías volver a tu habitación.

Se abrieron las puertas del ascensor y Silvia entró, no estaba segura de haber aclarado el malentendido, pero no podía echar de cabeza a Abril y decir que ella había sido la que estaba detrás de esto porque lo había hecho con la mejor de las intenciones.

Me quedé mirando cómo se marchaba Silvia, el número del panel sobre el ascensor descendió del piso doce al sótano, fue entonces cuando por fin me di la vuelta con tristeza. Silvia debía pensar mal de mí, cuando compartió su secreto conmigo le prometí que ella recuperaría a Roberto, pero mírenme ahora, comprando ropa de dormir sensual para poder seducirlo.

Pensar en eso me hizo sentir una gran vergüenza, volví a mi habitación con la cabeza baja y los hombros caídos. En cuanto abrí la puerta, va a Roberto de pie junto a mi cama, tenía la ropa de dormir en las manos, sostenía la mitad superior del bikini y la estudiaba con interés. Oí que algo estallaba en mi cabeza, sentí como si alguien me hubiese disparado repetidas ocasiones con una metralleta. ¿Qué había ocurrido? ¿Cómo fue que Roberto encontró ese vergonzoso disfraz?

No planeaba ponérmelo esta noche y de ninguna manera iba a enseñárselo a él, pero se había enterado, eso era tan vergonzoso, deseaba que el tiempo se detuviera para poder correr hacia él y arrancarle la ropa de dormir que tenía entre las manos. Cómo deseaba poder hacer que se olvidara de este momento, pero yo no era Superman ni un alienígena de alguna serie dramática.

—Roberto —balbuceé—. Deja esa cosa.

No lo hizo, lo levantó para que pudiera verlo mejor y preguntó:

—¿Qué es esto?

sujetaba el tirante con dos dedos, la diminuta e increíblemente delgada parte superior del bikini se balanceaba con suavidad en el aire. Me sentí como una adúltera que había sido sorprendida en el acto.

—Eso… eso es un pañuelo —exclamé sin pensar.

Roberto sonrió y habló.

—¿Crees que soy estúpido? ¿Crees que no sé qué es esto?

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