¿A quién le importaba si se daba cuenta de lo que tenía en la mano? Intenté arrebatarle la parte superior del bikini, pero era más alto que yo por una cabeza. Apenas pude sujetar la prenda con los dedos mientras él lo sostenía por arriba de mi cabeza. En un momento de pánico le dije:
—Sí, así es. Es ropa de dormir sensual, la compré para seducirte. ¿Ya estás feliz?
Era probable que Roberto no esperase que dijera eso, se quedó paralizado. Aproveché la oportunidad para arrebatarle la parte superior del bikini de la mano y luego, tomé las otras partes del conjunto que estaban esparcidas por la cama y corrí hacia el baño.
Cerré la puerta para que Roberto no pudiera entrar, pensaba deshacerme del conjunto, pero ¿en dónde podía deshacerme de él? No podía tirarlo por el inodoro, no era papel higiénico y atascaría las tuberías. Tampoco podía tirarlo por la ventana ya que daba al jardín y los pacientes daban sus paseos por ese jardín. No podía imaginarme tirar la ropa de dormir por la ventana y que cayera en la cabeza de alguien, pensar en ello me producía escalofríos. ¿Y el cubo de la basura? Pero se trataba de una prenda totalmente inocente. ¿Por qué debería tirarse de una manera tan despreocupada e insensible?
El simple hecho de deshacerse de una ropa de dormir había dejado al descubierto mi naturaleza indecisa. Estaba atrapada en el baño, luchando con las opciones que tenía, cuando Roberto llamó a la puerta.
—Isabela —dijo—. Puedes ponerte eso de una vez, ya es de noche.
De ninguna manera, no había planeado seducirlo por nada del mundo.
—¿Silvia está molesta por la ropa de dormir? —preguntó con paciencia mientras estaba afuera del baño—. Ella siempre ha pensado que eres esa clase de mujer. ¿Por qué habrías de empezar a preocuparte ahora?
Abrí la puerta de un tirón, Roberto estaba apoyado en ésta y recibió un golpe en la cabeza. La abrí y le dije:
—Estaba diciendo tonterías, de ninguna manera voy a ponerme eso.
—¿Abril fue la que te dio esto? ¿Te dijo que usaras tus encantos conmigo? —Tenía razón, como siempre.
—Lo sabía —resopló cuando me quedé callada. me arrebató la ropa de las manos y siguió hablando—. Esto es excesivo, no es tu estilo. Eres de las que ni siquiera hacen ruido cuando te golpean por lo que no habrías tomado la iniciativa de hacer algo así, no tienes las agallas para ponerte esto, pero tampoco tienes el corazón para tirarlo. Te preocupa que pueda atascar las tuberías si lo tiras por el retrete o que recibas alguna queja si lo tiras por la ventana. ¿Estoy en lo cierto?
Era como si pudiera ver a través de mí, me conocía como si fuera la palma de su mano. Me sentí desnuda y expuesta en su presencia.
—Se lo daré a otra persona si no lo vas a usar —dijo mientras sacudía la prenda en mi cara—. Me topé hace un momento con una enfermera, es de tu talla.
Sabía que haría justo lo que había dicho. Intenté arrebatársela de las manos y hablé.
—Esto no es asunto tuyo. Es mío y no puedes regalarlo, así como así.
—Bueno, ponte esto y déjame verlo si no quieres que se lo regale a otra persona —dijo antes de arrojarme la prenda—. Sin embargo, no tengas un concepto tan elevado de ti misma. Tu intento de seducción puede no funcionar, para eso necesitas tener agallas.
Intentaba utilizar la psicología inversa conmigo, pero cometió el error de elegir el blanco equivocado. Yo no tenía agallas en lo más mínimo y no había manera de que me pusiera el conjunto.
Esa noche, la señora Ana nos trajo desde casa la cena a Roberto y a mí. Yo ya no tenía fiebre así que pude sentarme en la mesa de centro y cenar con Roberto. La comida estaba deliciosa, pero apenas la probé, Abril no dejaba de enviarme mensajes de texto preguntando cuándo iba a ponerme la ropa de dormir sensual. Como no respondí a ninguno de sus mensajes, decidió hacer una videollamada en su lugar. Acababa de meterme en la boca una cucharada de queso y espinacas cuando respondí a su llamada en el dormitorio.
Abril tenía puesta una máscara que parecía la cara de un tigre, casi me da un ataque al corazón cuando la vi.
—¿Cómo van las cosas, Isabela?
—Estoy cenando.
—Bueno, ve a darte un baño cuando termines de cenar. Luego ponte esa ropa de dormir sensual y úsala en la habitación. Te prometo que Roberto pensará que está en el cielo cuando te vea.
—No hablemos de eso —dije con desánimo—. Silvia vino de visita esta tarde y vio el conjunto.
—¿De verdad? —preguntó, parecía muy emocionada—. Qué agradable sorpresa, es como matar dos pájaros de un tiro.
—Tengo muy mala suerte —dije con desgana—. Esto es tan vergonzoso.
—¿Vergonzoso? ¿Por qué? Tú y Roberto están casados legalmente. Esto sólo eres tú añadiéndole algo de sabor a tu matrimonio, no es asunto de Silvia. Me imagino lo celosa que debe estar, como me hubiera gustado estar allí para verla mostrar su verdadero rostro en su momento de ira. Ella siempre está actuando de forma petulante.
—No tengo ni idea de lo que Silvia te hizo para hacerte enojar, tú actúas como si fuera tu propio rival sentimental.
—Me alegro de que seas consciente de que es tu rival sentimental.
Miré hacia afuera, Roberto seguía comiendo y no parecía haber oído lo que yo acababa de decir. Sin embargo, estaba muy segura de que había escuchado todas las palabras que Abril y yo habíamos dicho. A veces, jugaba a ser un lobo con piel de cordero y te atrapaba desprevenido.
No estaba segura, tal vez Abril tenía razón.
—Bueno, ya se fue. No hay nada que hacer al respecto.
—En primer lugar ¿Por qué dejaste que se fuera?
—¿Qué otra cosa podía hacer?
—¿No puedes llamarlo en este momento y decirle que no te sientes bien?
—No es un médico, él no va a ser de ninguna ayuda. Además, en este momento estoy en el hospital. Hay muchos médicos que pueden ayudarme con eso.
—Son médicos, no tu esposo. No es lo mismo.
— ¿Qué pasa si Silvia no miente? Tal vez su coche se averió y está esperando a que Roberto vaya a ayudarla.
—¿Es acaso él un mecánico? ¿No debería llamar a la grúa?
—Bueno, en eso tienes razón.
—Isabela, o haces esa llamada o la haré yo. Alguien está intentando arrebatarte a tu esposo, pero tú no está preocupada para nada. En verdad no sé qué decir.
—Emm, lo llamaré. Deberías irte a la cama.
Colgué, pero no llamé a Roberto, sólo me estaba comportando como mí misma, no era algo que fuera capaz de hacer. Me puse a jugar a juegos en el teléfono célula, pero no me fue muy bien y los otros jugadores me dieron una buena paliza. Vaya mala suerte, era maltratada por las personas en la vida real y ahora también por los jugadores en la realidad virtual. Tal vez esa es mi suerte en la vida, no debería esperar que las cosas mejoraran.
Me quedé despierta hasta altas horas de la noche mientras jugaba antes de quedarme dormida de puro cansancio, Roberto aún no estaba de regreso.
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