—Por supuesto que no —dije con indiferencia—. Sólo tenía demasiada pereza como para moverme.
—Roberto te está buscando por toda la ciudad. Te meterás en muchos problemas si se entera de que lo hiciste quedar como un idiota.
—Si te pregunta algo, sólo di que soy sonámbula.
—¿Qué? ¿Eres sonámbula?
—Así es. Deberías ir a casa. Ten cuidado en el camino de regreso.
Colgué y luego caí de espaldas en la cama. Mi teléfono siguió sonando. El timbre hizo que la cabeza me diera vueltas. No importa si era sonámbula, el sonido del teléfono aún me hubiese despertado. Lo pensé por un momento, luego finalmente contesté el teléfono. Era Roberto.
—¿Isabela? —dijo. Parecía sorprendido de que respondiera su llamada.
—La misma.
—¿Dónde estás?
—En el hospital. En mi habitación. En mi cama.
—¿Dónde estabas antes?
—¡Estaba dormida! —respondí. Dos podían jugar ese juego. Yo también sabía hacerme la inocente. Eso es actuar. Yo también sé actuar.
Se quedó en silencio durante dos segundos. Sabía que explotaría a continuación.
Tenía razón. Sonaba como si estuviera a punto de volverse loco cuando dijo—: ¿Estoy ciego? Le di vueltas a tu habitación. Incluso abrí tus cajones. No pude encontrarte por ningún lado. ¿Y ahora me dices que estuviste dormida en tu habitación todo este tiempo?
—No desaparezco, no soy el gato de Cheshire —dije con calma.
Se sintió fantástico ser la tranquila y serena en la conversación con alguien que se estaba volviendo loco.
—Isabela, ¿sabes el desastre que ocasioné buscándote?
—Te lo dije. Estaba dormida. Nunca me crees —exclamé antes de bostezar en voz alta—. Me voy a dormir otra vez. Roberto, ¿has visto cosas que no están ahí últimamente? Tal vez deberías ver a un médico. Esta es una buena oportunidad para que lo hagas, como pasas tanto tiempo en el hospital ahora.
Terminé la llamada, cerré los ojos y fingí que dormía. De alguna manera me las arreglé para engañarlo por completo. Tenía que seguir actuando sin importar cómo. De lo contrario, me despellejaría. Iba a hacerlo. No importaba si todos lo notaban. Tenía que salir adelante. Eso es lo que hacen los actores profesionales. No lo podía creer. Me iba a morir de la risa.
Roberto no tardó en regresar a mi habitación. Podía escuchar sus pasos furiosos mientras yo mantenía los ojos cerrados. Pisaba con fuerza, como si yo fuera las baldosas bajo sus pies. Cada paso que dio era un intento de aplastarme.
Empecé a roncar fuerte. Roberto estaba de pie frente a mi cama. Podía sentir la tensión repentina en el aire.
—Isabela —me dijo. Estaba extremadamente enojado, podía escucharlo en su voz.
Mantuve mi actuación. Podía sentir mis dedos temblando levemente debajo de las sábanas.
Me dio un ligero empujón. Estaba siendo bastante gentil a pesar de su evidente rabia.
Lo hice dar vueltas por mí, buscándome por la ciudad en lugar de estar en cama. La muerte me saldría barata.
Abrí los ojos y los froté adormilada. Luego le pregunté:
—¿Qué pasa?
La mirada en su rostro me asustó.
Estaba inclinado hacia adelante y tenía la mirada fija sobre mí. La habitación estaba iluminada sólo por las lámparas de las paredes. Su suave resplandor estaba oculto por sus anchos hombros y espalda. Su rostro era oscuro y creí ver rojo en sus ojos.
Él fue quien decidió ayudar a Silvia con su auto hasta altas horas de la noche. Su esfuerzo le consiguió cansancio y ojos hinchados, adoloridos y enrojecidos. ¿Qué tenía que ver eso conmigo?
Traté de controlar el terror que se apoderaba de mí e hice todo lo posible para aparentar tranquilidad mientras lo miraba. Le pregunté:
—¿Qué pasa?
—¿Me preguntas que qué pasa? —preguntó mientras señalaba al grupo de enfermeras y médicos en la puerta—. ¿Todos estaban buscándote y me dices que has estado durmiendo en esta habitación todo el tiempo?
—Ya te dije. Estuve recostada todo este tiempo. No hay nada que pueda hacer si no me crees.
No estaba segua de que Roberto creyera en su palabra, pero había ido a hablar con el médico, por lo que obviamente sintió que podía haber una pizca de verdad en lo que Abril le dijo.
Después de un largo rato, regresó a mi lado. En ese momento yo experimentaba somnolencia genuina. Navegaba entre la vigilia y el sueño cuando lo miré sentarse junto a mi cama y darme una larga mirada.
—¿Qué? —le pregunté mientras levantaba mi mano para proteger mis ojos de la luz.
—Isabela —me dijo mientras me miraba con simpatía en sus ojos—. Vayamos a hacernos un examen mañana.
—¿Qué tipo de examen?
—Algo simple. Una tomografía computarizada.
—Quieres escanear mi cerebro. ¿Qué tiene eso de simple? —repliqué. Mi actuación y las palabras de Abril debieron surtir efecto. Me llené de alegría. Quería empezar a cantar.
—¿Qué pasa con mi cerebro? —pregunté con inocencia fingida y exasperación.
—Nada —dijo. Extendió la mano y tocó mi cabello. Su voz era suave—. No dolerá en absoluto. Estaré allí contigo.
«¿Acaso veo compasión y calidez en sus ojos?»
Sentí un poco de miedo dentro de mí. Me preocupaba que se enterara uno de estos días de que le había mentido y que me matara y azotara mi cadáver. Me enterraría sólo para desenterrarme y azotarme una vez más. Él no era el diablo encarnado, pero le había mentido, y sí era un hombre orgulloso. No había forma de que aceptara mi engaño sin decir nada. Cerré los ojos de inmediato y fingí dormir. Siendo honesta, tenía miedo de mantener contacto visual prolongado con él. Nuestras habilidades de actuación habían mejorado. Logramos engañarlo.
Me enviaron a la clínica el día siguiente para una tomografía computarizada. El médico fue amable y permitió que Roberto estuviera en la habitación conmigo. Él sostuvo mi mano con fuerza, como si no fuera a hacerme un examen ordinario, sino que estuviera a punto de ser colocada en una máquina que me descuartizaría.
—Isabela —me dijo con una voz tan suave que me estremecí—. Relájate. Pasará en un segundo. Estaré a tu lado.
—Hum —balbuceé. Mis manos temblaban con violencia.
—No tengas miedo —dijo mientras apretaba sus dedos alrededor de los míos—. Estaré aquí contigo.
Él era la razón por la que tenía miedo. Mentí porque no quería que me gritaran. Las cosas se salieron de control.
Le mostré una débil sonrisa antes de entrar en la máquina.
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