Un extraño en mi cama romance Capítulo 27

No había nadie en el jardín, más adelante había una pequeña porción de bosque y más allá estaba el invernadero. A mi padre le encantaba cultivar orquídeas y el invernadero estaba lleno de sus preciadas y caras orquídeas. Por muy fuertes que fueran sus impulsos, Roberto no podía hacer nada arriesgado a plena luz del día, bajo la mirada de tanta gente, encontraría un lugar discreto.

Dudaba entre revisar el bosque y el invernadero, fue entonces cuando Abril me alcanzó, me sujetó la muñeca y me dijo:

-Te ayudaré a revisar el bosque, tú dirígete al invernadero. No te preocupes, me alejaré de Roberto si lo veo, no lo tocaré.

¿A quién le importaba si lo hacía? Sin embargo, ¿cómo podría dejarla ir? se armaría un escándalo si veía juntos a Roberto y a Santiago.

-Vuelve a mi habitación ahora mismo -dije-. No puedes

ver nada.

Abril se quedó perpleja por un momento, pero luego un gesto de comprensión se reflejó en su rostro. Levantó la mano indicándome que entendía y me dijo

—Lo sé, lo sé. Mi consejo es que vayas al invernadero, es hermoso y romántico, bueno para un poco de acción al aire libre ¡Ja, ja, ja!

Su sonrisa era tan amplia que no pude ver nada más que su blanca y reluciente dentadura, quería estrangularla en ese mismo instante. Se alejó mientras me gritaba:

-Ustedes vayan entrando en calor, yo atraeré a Silvia y a los demás para el espectáculo.

-Abril, no hagas ninguna locura o te mataré.

—Me lo agradecerás —me dijo adiós con la mano y corrió hacia la casa.

Miré en dirección al invernadero, me parecía ver una silueta borrosa de alguien detrás de las paredes de cristal transparentes. ¿Serían Roberto y Santiago? Corrí hacia el invernadero, estaba en lo cierto, los vi a los dos antes de llegar. Las paredes eran de cristal, pude ver todo con claridad, Roberto y Santiago estaban de pie, frente a frente, Roberto se estaba quitando la ropa. Tomó su camiseta y se la quitó por encima de la cabeza de un solo movimiento, frente a él estaba Santiago, quien también se estaba quitando la ropa.

Los dos hombres tenían cuerpos increíbles y yo estaba a punto de convertirme en testigo de uno de los espectáculos más excitantes y fascinantes entre dos hombres, pero no podía dejar que sucediera, no en ese momento ni en ese lugar. No era el lugar ni el momento adecuado para ello. No lo pensé lo más mínimo mientras corría hacia el invernadero y golpeaba la puerta con fuerza.

-¡Roberto! ¡Roberto!

Los dos hombres voltearon a verme al mismo tiempo, Roberto parecía relativamente tranquilo y sereno, en cambio, Santiago se veía agotado en cuanto me vio. Confundió la ropa de Roberto con la suya propia y se la puso a toda prisa, luego se acercó y abrió la puerta. Yo me quedé de pie en la entrada, me sentía incómoda, pero él parecía más avergonzado que yo. Su rostro se sonrojó mientras hablaba.

—Señorita Ferreiro.

-¿Por qué no les busco otro lugar? ¿Qué tal mi habitación? Es más privado. Nadie los encontrará allí y puedo ayudar a vigilar la puerta.

Realmente quería ayudarles a salir de su actual dilema. Santiago se quedó como un témpano de hielo ruborizado en la puerta, Roberto gritó de repente.

-Santiago, ya puedes marcharte.

—Sí, señor Lafuente.

Santiago me dirigió un saludo con la cabeza y pasó a mi lado.

Volví la mirada hacia Roberto, seguía desnudo de la cintura para arriba, un ligero rubor coloreaba su piel rosada, respiraba con dificultad, su pecho subía y bajaba mientras jadeaba. Las drogas habían empezado a hacer efecto, no había otra explicación a que Roberto sucumbiera a sus deseos en el invernadero. ¿Qué iba a hacer ahora, después de decirle a Santiago que se fuera? Entré en el invernadero y cerré la puerta tras de mí.

—Te llevaré al hospital.

Me sujetó el brazo, rechinando los dientes mientras decía:

—¿Qué hiciste?

—Había algo en tu bebida, —dije con timidez, no podía traicionar a Abril en ese momento-. Lo siento, podría ayudarte a llevar a Santiago a mi habitación o podría llevarte al hospital. Tengo un amigo que trabaja en el departamento de farmacología, sabe guardar secretos.

-¿Mi bebida tenía algo? —Sus ojos se entrecerraron, se habían puesto rojos—. ¿Quieres decir que me drogaste en el funeral de tu propio padre?

-Fue un error -le dije. Su agarre en mi brazo me dolía. -Roberto, hay una manera de salir de esto, déjame averiguar si existe un antídoto.

-Sólo hay un antídoto para este tipo de droga, una mujer.

Su respiración se había vuelto más agitada, percibí el repentino aroma del peligro.

—0 un hombre —dije mientras daba un paso atrás—. Tienes más opciones, déjame buscar a Santiago.

-¿Para qué? -Su respiración se hizo más agitada, me sujetó el brazo con más fuerza y me jaló a su regazo.

—Para ayudarte con esto.

—No hay necesidad, tú también me puedes ayudar.

Sus dedos se enroscaron alrededor de mi bata y tiró con fuerza, arrancándomela al instante. Llevaba un delgado top de chifón, el sostén me había resultado incómodo mientras dormía por lo que me lo había quitado, su mirada lujuriosa se posó en mi pecho. Me sorprendió una repentina revelación, parecía que me había metido en un problema terrible. ¿Cómo podía haber olvidado que era bisexual? Hombre o mujer, no le importaba.

Sus dedos ardían en mi piel, me levantó la barbilla y presionó sus labios contra los míos. Maldita sea Abril, ella era la razón por la que tenía tantos problemas en estos momentos. Mientras Roberto me besaba en los labios, la palma de su mano que estaba en la parte baja de mi espalda se deslizó lentamente hacia arriba y me rodeó hasta tocar la parte delantera. Su cuerpo se sentía caliente. Oprimió su acalorado cuerpo, y todo el peso de su pasión alimentada por la droga, contra mí.

Había una cómoda reposera en el invernadero, mi padre se reclinaba en ella mientras disfrutaba de la vista de sus orquídeas. Me había contado que eran las flores favoritas de mi madre y que había una especie que le recordaba a ella, era elegante, noble y desprendía una tenue fragancia. Mi padre me había dicho que me parecía mucho a mi madre, y que era como una elegante y noble orquídea. Pero ahora estaba atrapada sobre la reposadera.

Roberto nos desnudó a ambos, había una manta extendida en el reposabrazos de la silla y nos tapó con ella, sabía que no tenía escapatoria. Se levantó con los brazos apoyados en la silla mientras sus ojos recorrían cada centímetro de mi piel desnuda y frunció el ceño.

-Déjame adivinar, ¿Fue Abril quien hizo esto?

Acertó a la primera, al principio me sorprendí, pero inmediatamente le contesté.

-Fui yo.

-¿Tú? -Sonrió.

—Los fideos que hiciste anoche eran horribles. Esto es una venganza.

-¿También estás dándote gusto al vengarte? -Se inclinó de inmediato y me mordió el lóbulo de la oreja—. Sé sincera, puede que decida ser más delicado contigo si lo eres.

Sentí un dolor agudo en el lóbulo de mi oreja que se extendió por todo mi cuerpo, me dolía. Apreté la mandíbula.

—No era mi intención que esto sucediera, sólo me estaba desahogando. Me arrepentí de haberlo hecho tan pronto como lo hice.

—Eres un hueso duro de roer. —Me dio mordisco y sopló con suavidad en mi oído-. Pero yo soy más difícil.

Esas fueron unas palabras muy provocativas, tomó mis manos con las suyas y entrelazó nuestros dedos. Los suyos eran pálidos y alargados, recordé que sabía tocar el piano. Una noche había vuelto a casa borracho y había tocado el piano que estaba en el salón, yo me había escondido detrás de una columna en el piso de arriba y lo había observado en secreto.

De todos los hombres que conocía, Roberto debía ser el que tenía más facetas. Cuando tocaba el piano, era la viva imagen del encanto y la gracia aristocrática, pero en ese momento, no parecía más que una bestia.

Una orquídea en una maceta que colgaba sobre nuestras cabezas. Un pétalo cayó y se aterrizó en su cabello. Se lo quité y lo tomó de entre mis dedos y lo colocó en mi pecho luego para después darle un beso.

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