Un extraño en mi cama romance Capítulo 28

La vitalidad de Roberto siempre había sido estupenda, parecía que le gustaba estar al aire libre. Era la primera vez que me daba cuenta de lo perfecta que era la reposera para realizar este tipo de actos, se balanceaba con suavidad y daba un rebote durante ciertas acciones que ayudaba a aliviar el esfuerzo requerido por tal actividad.

La pasión de Roberto surtió efecto en mí, mi resistencia inicial se transformó en sumisión. Eché un vistazo desde el borde de la manta, había gente merodeando en el exterior del invernadero. Vi a Silvia y a Laura, ellas también vieron mi rostro desde la manta, Laura estaba boquiabierta, parecía que la conmoción la mataría. La cara de Silvia palideció, su cara era la de un cadáver.

Roberto siguió mi mirada y giró la cabeza, miró hacia afuera y luego sonrió.

-¿Es eso lo que Abril intentaba hacer? ¿Darle a mi exnovia un espectáculo que nunca olvidará?

Nos envolvió con la manta y me pellizcó la barbilla.

—Deja de distraerte.

No tenía ni ¡dea del momento en que la multitud que estaba afuera se dispersó o en qué momento Roberto había terminado, lo que sí sabía era que me había sacrificado en lugar de Abril, la estrangularía cuando la viera.

Cuando por fin todo terminó, me escondí bajo la manta y me volví a poner la ropa. El suelo estaba lleno de pétalos de orquídea así que después de vestirme, me arrodillé y recogí cada pétalo para luego colocarlos en una pequeña caja de metal. Siempre me había gustado coleccionar cosas que los demás consideraban inútiles, como los pétalos caídos, los cabellos sueltos de mis padres o los envoltorios coloridos de mis caramelos favoritos.

Roberto también se había puesto la ropa, pero la ropa de Santiago le quedaba ligeramente ajustada. Se apoyó en la pared y me observó mientras recogía los pétalos, entonces me preguntó:

-¿Tienes algo más grande que pueda ponerme?

-Claro, la ropa de mi padre, si no te molesta.

-No, no me molesta.

-De acuerdo.

Guardé la caja metálica en un cajón, me puse la bata y salí del invernadero. Roberto se adelantó a mi paso, permaneció distante, como si fuera un extraño, como si lo que acabábamos de hacer no hubiese ocurrido. El lóbulo de mi oreja aún tenía la tenue marca de sus dientes y se sentía caliente al tacto.

Mi madrastra, Laura y los demás estaban en el salón, sentí las miradas de las personas al entrar a la casa, mi rostro se enrojeció. Roberto subió las escaleras, cuando pasé junto a Laura, pude oír que rechinaba los dientes.

—Sinvergüenza —musitó—. Seducir hombres cuando papá acaba de fallecer. ¿Qué tan desesperada puedes estar?

Sabía que esto era lo que Abril quería, cuanto más se enfadaran, mejor funcionaría su plan. Roberto me estaba esperando en mi habitación así que me dirigí a la habitación de mi padre para conseguirle algo de ropa. Recuerdo que le había comprado un conjunto de camisa, chaqueta y pantalones para papá, pero me equivoqué de medidas y la ropa le quedó demasiado grande. Cuando fui a cambiarlo, la tienda ya no tenía la talla correcta, a mi padre le había gustado mucho el conjunto por lo que me impidió cambiarlo por otro diseño. Había dicho que esperaría al día en que engordara con la edad, mandaría hacerles bastilla a los pantalones y entonces le quedaría perfecto.

Le di el conjunto de ropa a Roberto, se midió los pantalones y la camisa, le quedaban perfectos. Se puso delante del espejo de cuerpo entero y estudió su reflejo, me miró a través del espejo.

—¿Tu padre tenía la misma talla que yo?

Mi padre era alto, pero no había crecido hasta los monstruosos un metro con noventa centímetros que medía Roberto, era imposible que tuvieran las mismas medidas. Sacudí la cabeza.

—La ropa que le compré le quedaba demasiado grande.

Nunca se las puso.

Me indicó con el dedo que me acercara.

-Ven aquí y ayúdame con los botones.

Afortunadamente, yo había sido arrastrada a este complicado círculo y esperaba poder escapar a tiempo, no quería convertirme en un daño colateral. El peor destino que podía ocurrirme era convertirme tanto en un daño colateral como en su esclava sexual.

Él seguía fumando después de que yo me terminara de vestir, sus ojos miraban a lo lejos. ¿En qué estaba pensando? ¿Acaso pensaba en Santiago o en Silvia? Me apresuré a bajar las escaleras, Abril todavía estaba ahí, ayudando a recibir a los visitantes que habían venido a mostrarle sus respetos a mi difunto padre. Al verme, corrió hacia mí, levantando el brazo y comprobando el reloj de su muñeca.

-Vaya, qué resistencia tiene Roberto. Ya pasaron más de tres horas.

¿Había pasado tanto tiempo? Miré a mi alrededor, Silvia y el resto de mi familia estaban en la planta baja. Mi madrastra y Laura me miraban como si fuera Lady Macbeth, una reina zorra y malévola que había arruinado a un reino y causado el sufrimiento de todo un pueblo.

Mi cara se puso roja y la punta de mis orejas se sentía caliente. Arrastré a Abril a un rincón, tenía unas ganas casi incontenibles de abofetearle el rostro.

-Me metiste en serios problemas.

-No es la primera vez que te acuestas con él —dijo divertida en lugar de mostrar algún remordimiento por sus actos—. Mira cómo te mira tú madrastra, sus ojos están a punto de salírseles de las órbitas y en cuanto a Silvia, no te dejes engañar por su comportamiento frío, por dentro, echando humo de celos.

Ella sonrió como una idiota, sabía que todo lo había hecho por mí, pero no pude evitar darle una patada en la pierna.

—Acabas de drogar a Roberto, será mejor que tengas cuidado.

-¿Por qué debería tener miedo de él?

-La compañía de tu padre se está preparando para hacer una oferta de negocios. ¿No tienes miedo de que Roberto le ponga las cosas difíciles a tu padre?

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