Un extraño en mi cama romance Capítulo 32

El señor Serrano asintió con la cabeza y salió de la casa, Laura hizo trizas la copia del testamento que tenía en sus manos y se puso furiosa.

-¿Acaso papá se volvió loco al darle el treinta por ciento de las acciones de la empresa? ¿Estás contenta ahora, Isabela? —Laura me gritó.

Debería retirarme, me arrodillé y entre los pedazos rotos de la copia del testamento de Laura, encontré el pedazo que tenía la firma de mi padre y lo metí en mi bolsa, quería decir algo, pero dudaba que me escucharan.

Silvia no había dicho ni una sola palabra, en ese momento se levantó de repente y salió de la sala sin mirarme. Laura se había vuelto loca y estaba dispuesta a abalanzarse sobre mí. Mi madrastra gritó y la detuvo, probablemente porque Roberto seguía allí mirando. Aproveché la oportunidad para escabullóme de la casa, solté un largo suspiro de alivio tras salir de aquel manicomio.

Me dirigí al coche, Abril seguía esperándome adentro. Oí la voz burlona de Roberto detrás de mí.

-Supongo que debo felicitarte. Te has convertido en una persona rica en un lapso de veinte minutos.

Me detuve y me di la vuelta. El viento había empezado a soplar, los rayos solares de la mañana se habían desvanecido sin dejar rastro y Roberto estaba de pie en medio de la ventisca, vestido con su traje negro. La ventisca no conseguía agitar ni un solo mechón de su cabello encerado. Estaba de pie, como el árbol más erguido de toda la propiedad, como una estatua, como un montículo china ornamental. Se alzaba alto y amenazante, su figura se elevaba sobre mí.

Me lamí los labios, mi voz estaba ronca.

—No esperaba esto, yo no lo quería.

—Pretender que te quitaron el dinero cuando te acaba de caer una fortuna en el bolsillo, es el tipo de persona que proyectas ser, ya veo. -Asintió y sonrió-. Si no lo quieres, vuelve a la casa y diles que vas a dejarles todo, te prometo que serán más amables contigo.

Tuve el impulso de volver a entrar en ese instante y decirles que no quería ni un centavo, pero me contuve de hacerlo. No esperaba que mi padre me diera el treinta por ciento de las acciones de la empresa y no tenía ni ¡dea de por qué había decidido hacerlo. No haría ninguna tontería antes de saber con exactitud por qué lo había hecho.

Miré a Roberto, y luego puse lo que debía de ser una desagradable sonrisa en mi rostro antes de darme la vuelta y dirigirme al coche, no sin antes ver el gesto de desdén en su rostro, con seguridad pensaba que me alegraba en secreto a pesar de las protestas que había hecho.

Abril se abalanzó sobre mí en cuanto subí al coche y me cuestionó.

-¿Qué tal? ¿Cómo te fue?

Le entregué la copia del testamento que tenía en la mano, empezó a estudiarlo seriamente.

-Señor Gómez, ponga en marcha el coche por favor -le dije al chófer.

Encendió el motor.

-¿A la residencia de los Lafuente, señora?

No sabía a dónde debía ir, perdida, miré por la ventanilla. Roberto se había acercado a su coche, abrió la puerta y se dispuso a subir. Bajé la ventanilla y asomé la cabeza.

—¿Puedo quedarme una noche en casa de Abril?

Era probable que me haya escuchado, pero me ignoró por completo y se metió en su coche. Tomé su silencio como una aprobación, necesitaba a un amigo ahora mismo, necesitaba a Abril y su parloteo para distraerme y hacer que mi corazón se sintiera menos vacío.

—A la residencia de los Rojas.

-Sí, señora -respondió el chófer mientras dirigía el coche a la salida de la residencia Ferreiro.

Pasamos por el pequeño bosque, el lago y el enorme montículo artificial. Recordé que cuando llegué a la residencia Ferreiro, Laura destrozó mi tarea con pintura roja, había destruido un libro entero de apuntes que yo había escrito para estudiar para mis exámenes del último trimestre. Corrí a la parte trasera de aquel montículo mientras lloraba, no me había atrevido a llorar en mi habitación, ya que los criados escucharían mi llanto e informarían a mi madrastra.

Había llorado mucho, cuando mi padre volvió a casa, me buscó por toda la casa sin éxito. Finalmente me encontró acurrucada detrás de la montículo. En aquel entonces no me había atrevido a decirle la verdad, en cambio, le había dicho que echaba de menos a mi madre. Al final descubrió la verdad y le quitó a Laura la paga de tres meses y la obligó a limpiar el montículo artificial. Le había llevado una semana entera limpiarla, su odio hacia mí había crecido desde ese momento.

Mi padre había sido como una montaña para mí, yo era como un pequeño árbol expuesto en una ladera árida sin su protección, medio inclinado y a punto de caerse y ser arrancado de raíz en cualquier momento. Mientras miraba estupefacta el montículo artificial, Abril me dio una fuerte palmada en el hombro, mientras gritaba.

—Tu padre hizo todo lo posible. Te dio el treinta por ciento de las acciones de su empresa, todo su dinero, los valores financieros y la propiedad junto al Lago de la Princesa. Isabela, llegaste a la cima, esos miembros de la alta sociedad de la ciudad Buenavista que solían intimidarte no se atreverán a volver a hacerte menos.

Abril medía un metro con setenta y ocho y tenía las manos grandes, su manotazo fue como la garra de un oso en mi hombro, apenas pude resistir el golpe. Me froté mi hombro adolorido.

—Me asustaste.

-Me alegro por ti. Tu padre es increíble, no me defraudó en lo absoluto.

Me devolvió la copia del testamento, la doblé con cuidado y la metí en mi bolso.

—Quiero quedarme en tu casa esta noche.

-Eso suena genial, nuestras puertas están siempre abiertas para ti, ricachona -dijo, y luego extendió los brazos y me rodeó con ellos.

Los abrazos de Abril siempre habían sido una fuente confiable de calor y apoyo, me aferré a su cuello y suspiré.

-No quiero nada de esto, sólo quiero que vuelva mi padre.

Abril, que antes jadeaba de alegría, de repente se quedó callada, no habló por un largo rato y después me dio unas suaves palmaditas en la espalda.

-Mi querida Isa, no te preocupes, me quedaré a tu lado. No dejaré que nadie te intimide.

Gracias a Dios que tenía a Abril. La seguí a su casa, sus padres habían estado en el funeral, pero se habían ido a casa en el momento en que se iba a hacer la lectura del testamento. El padre de Abril se dirigió a la oficina mientras su madre permaneció en casa. Abril le informó con alegría a su madre de lo que había recibido en el testamento, ambas estaban entusiasmadas, como si ellas fueran las beneficiarías. Sabía que siempre habían pensado que yo había tenido una vida difícil, nuestras experiencias en común habían hecho que Abril y yo fuéramos íntimas amigas desde que éramos niñas.

Cuando mi madre vivía, también se había llevado bien con su madre.

Su madre había llorado mucho cuando mi madre había fallecido. Cuando mi padre no estaba en casa y yo sufría acoso en mi propia casa, ella me llevaba a la residencia de los Rojas para una corta estancia y luego me enviaba de vuelta cuando mi padre regresaba. Conocía a todas las amas de casa y criadas de esa casa. La señora Consuelo era una mujer regordeta de unos cincuenta años, Abril y yo la llamábamos la señora Col, era una mujer extremadamente amable, me preparaba el té y me traía bocadillos mientras estaba en el sofá.

Pasó mucho tiempo antes de que Abril y su madre dejaran de celebrar, la madre de Abril se acercó y me dio un abrazo.

-Mi querida Isa, el treinta por ciento de las acciones de la empresa, así se hace ¡Ja, ja, ja! —Sus ojos se entrecerraron a causa de su amplia sonrisa-, Laura ha estado intentando meterse en la Organización Ferreiro y fracasando miserablemente. Isa, muéstrales de lo que estás hecha cuando te presentes a trabajar mañana. Serás la directora de la empresa en un futuro.

- Vaya, Isabela. En ese caso puedo ser tu secretaria personal, —interrumpió Abril.

Miré sus rostros sonrientes, la esfera de hielo que había en mi corazón se rompió de repente y las lágrimas brotaron de mis ojos.

-Madrina. —Mis manos estaban húmedas, las lágrimas intentaban salir por todos los poros de mi cuerpo—. Ya no tengo papá.

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