Un extraño en mi cama romance Capítulo 34

Abril me vistió y me arrastró al coche. Mis dudas sobre si exponer a Roberto y Silvia durante el acto siguieron persistiendo durante todo el trayecto en coche, pero éste iba demasiado rápido como para lanzarme fuera de él. El amigo de Abril nos esperaba en la entrada del hotel cuando llegamos, nos interceptó como un agente secreto.

-¿Dónde está?

-Arriba. Sólo están ellos dos.

-¿Cuánto tiempo llevan dentro?

-Por lo menos dos horas.

-Qué demonios, ¿aún no se han rozado? -Abril dijo casi con rencor—, ¿Cómo vamos a hacer nuestra entrada? ¿Derribamos la puerta a patadas?

-Las puertas de este hotel son de acero, te lisiarás antes de entrar. Le oí decir a mi amigo que Roberto pidió dos conjuntos de pijama a la famosa tienda de la planta baja.

Podemos fingir ser el servicio de entrega y llamar a la puerta.

-¿Qué demonios? Son del tipo pervertido, ya veo. ¿Algún fetiche con la lencería? -Abril se frotó las palmas de las manos—, Isabela Ferreiro, deja de ser una cobarde. En cuanto atravieses esa puerta, empieza a llorar y a exponer el crimen de Silvia. No la golpees, sólo muéstrale la autoridad que se supone que tienes como esposa legítima de Roberto.

-Me retiro, diviértanse señoritas. -El amigo de Abril estaba listo para irse—. Recuerda no filtrar nuestros nombres. No sobreviviremos ni un día en la ciudad de Buenavista si lo haces.

-No te preocupes. Eres un buen amigo, no te traicionaré. —Abril se dio un fuerte golpe en el pecho.

Todavía tenía sentimientos encontrados mientras nos dirigíamos a la habitación de Roberto, iba arrastrando los pies.

-¿Qué te parece? Es probable que Roberto te odie por esto, así que, ¿por qué no me dejas tocar a la puerta primero? Puedes fingir que me detienes. El resultado va a ser el mismo.

—Abril, sé que estás haciendo esto por mí, pero...

-¿Puedes dejar de tener dudas sobre esto? Sólo hazlo. -dijo. Ya había llamado a la puerta y la voz de Roberto sonó desde el interior de la habitación.

—¿Quién es?

-Señor, es el servicio a la habitación. La ropa que solicitó está aquí.

Se escucharon nos pasos al otro lado de la puerta, Roberto se dirigía a abrir. Mi corazón se aceleró por el pánico, no se me daba bien hacer cosas así. Me di la vuelta, dispuesta a escapar, cuando de repente la puerta se abrió, Roberto estaba en la entrada. Juré que nunca había pasado tanta vergüenza en mi vida, Abril me sujetó, apartó a Roberto del camino y se apresuró a entrar.

La habitación estaba en el otro extremo de la suite. Abril había estado en el equipo de baloncesto cuando estaba en la preparatoria, era rápida y ágil. Corrió directamente hacia la habitación mientras yo tropezaba con una lámpara que estaba al lado del sillón, por fortuna el suelo estaba alfombrado y amortiguó mi caída. Me agarré del sofá y estaba a punto de levantarme cuando vi un par de piernas alargadas delante de mí, era Roberto. No estaba tan desaliñado ni mal vestido como yo esperaba, llevaba camisa y pantalones y parecía estar presentable. La parte superior de mi cabeza se sintió entumecida por la frialdad, debía estar mirándome con una mirada asesina.

Antes de que pudiera levantar la vista y encontrarme con su mirada, oí la voz de Abril.

-Silvia Ferreiro, Isa es tu hermana. ¿Cómo pudiste hacerle esto?

Silvia emitió un leve gritó, Roberto y yo corrimos al dormitorio al mismo tiempo. Silvia Ferreiro estaba enrollada en la cama, vestía sólo su ropa interior, Abril sujetaba las sábanas en la mano, debió quitárselas a Silvia. Enseguida Roberto le arrebató las sábanas a Abril y cubrió a Silvia con ellas.

-Roberto, ¿Acaso no conoces la vergüenza? ¿Cómo pudiste?

-Isabela, toma a tu tonta amiga y déjanos en este instante. -Roberto nos advirtió con voz tranquila.

Estaba de espaldas a mí, sólo podía ver la parte posterior de su cabeza y su cuerpo inmóvil. No necesitaba ver su rostro para saber que en ese momento debía estar rojo de la rabia.

Abril parecía dispuesta a luchar, pero la aparté a tiempo.

-Abril, vámonos

-¿Por qué? Mira a tu hermana. ¿Eh?, tú. Deberías haberte casado con él entonces si realmente lo querías, pero no lo hiciste, cambiaste de opinión. Ahora tu hermana está casada con él y aquí estás tú, seduciéndolo. Es una maquinación a bastante indirecta la que traes entre manos.

-Abril, deja de hablar. -Coloqué mi mano sobre los labios de Abril y luego me disculpé con Roberto-. Lo siento. No mencionaremos lo que sucedió hoy a nadie.

-No creas que puedes chantajearme con esto -respondió Roberto. Podía oírlo rechinar los dientes.

-Roberto, no te atrevas a amenazar a Isa. Silvia sólo es una mujer pretenciosa que hace todo lo posible por seducirte. Ella sólo es... -Abril siguió soltando tonterías mientras la arrastraba con fuerza fuera de la habitación y cerraba la puerta tras nosotras.

Era alta y pesada. Todo aquel forcejeo me hizo jadear de cansancio. Se llevó las manos a la cintura mientras me miraba fijamente y me regañaba.

-¿Estás mal de la cabeza? ¿Por qué no sacaste el teléfono mientras estabas allí y sacaste algunas fotos?

-Roberto nos hubiese matado en ese momento.

—¿Por qué le tienes miedo? Me tienes a mí, no puede vencerme. Llevo practicando kickboxing desde que era una niña -dijo Abril mientras tronaba los nudillos.

Unos cuantos huéspedes del hotel pasaron por delante de nosotros, no dejaban de mirarnos. Agaché la mirada a toda prisa y jalé a Abril hacia el ascensor.

—La misión fracasó. —Abril suspiró—. Mira, no estaba diciendo tonterías en lo absoluto. ¿No es exactamente lo que dije?

—Roberto todavía estaba vestido y con un aspecto presentable.

—Han pasado dos horas, ya habrán terminado una ronda. Piensa en Silvia, no llevaba nada puesto. Estaban esperando más ropa limpia para poder hacer una segunda o tercera ronda. Ya sabes que Roberto es muy vigoroso.

Estaba bastante molesta, pensé en cómo habíamos dado un pie en falso el día de hoy, no habíamos conseguido nada en contra Roberto, pero nuestras intenciones le habían quedado perfectamente claras.

Llegamos al estacionamiento subterráneo. Abril no echó a andar el coche después de subirnos, insistí para que se diera prisa.

—Vamos a casa.

-No, quiero saber en qué momento esa pareja adúltera va a salir de la habitación. Si no lo hubieras arruinado hace un momento, le hubiera dado una lección a Roberto. Lo tenía contra las cuerdas.

-Salgamos de aquí -dije con desgana-. Esto no tiene sentido, no amo a Roberto ni él a mí. ¿Por qué debería importarme con quién se acuesta?

-Precisamente por eso deberías tenerlo bien controlado, porque no hay amor entre ustedes.

No entendí ni una palabra de lo que Abril estaba diciendo.

-¿Por qué?

—No hay amor en su matrimonio que los mantenga unidos así que sólo puedes recurrir al chantaje. Una vez que asegures tu posición, y hayas encontrado a alguien a quien ames, puedes dejarlo de lado. Hazle lo que él te hizo a ti.

—¿En dónde aprendiste todo esto? Nunca te has enamorado de nadie.

-Leo novelas. Los libros te dan conocimiento.

Suspiré y me recliné en el asiento del coche, tenía la vista al frente, miraba al estacionamiento sombrío. No sabía cuánto tiempo llevaba esperando cuando por fin oí el sonido de unos tacones repiqueteando contra el piso. Abril me tocó la cintura con nerviosismo.

—Ya están aquí.

Tenía razón, vi a Silvia y a Roberto caminando hacia un coche, uno detrás del otro. Intercambiaron unas palabras antes de que Silvia se subiera al coche. Roberto se quedó parado en ese lugar mientras veía el coche de Silvia alejarse. El abrigo negro que llevaba puesto le llegaba hasta las rodillas, parecía un demonio del infierno parado en la oscuridad del estacionamiento. Su elegante comportamiento debe tener multitud de mujeres jóvenes peleando para que sus almas fueran atrapadas por este particular demonio. La belleza era una trampa que atrapaba fácilmente el alma.

Abril se jactó con orgullo.

—Conseguí una foto. ¡Ja, ja, ja!

Fue un fugaz grito de victoria. Enseguida vi a Roberto dirigirse a nuestro coche, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Habíamos reclinado totalmente nuestros asientos para ocultarnos, sabiamente Abril había elegido conducir el coche de su padre. Roberto no debería haber sido capaz de reconocernos.

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